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entrevista

Mikel Erentxun: "Duncan Dhu fuimos hijos de la Movida, pero en los 90 renegábamos de los 80"

El popular músico arranca en mayo una gira en solitario con la que celebra los 40 años del nacimiento del grupo vasco y prepara nuevas canciones

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Es historia viva del pop/rock español. Primero con Duncan Dhu, donde conoció el éxito junto a Diego Vasallo, y desde 1992 en solitario, con una discografía con mucho músculo: 13 álbumes de estudio. Músico, compositor, letrista y licenciado en arquitectura –«tardé 12 años, pero acabé la carrera y ahí tengo el título de arquitecto, al lado de mis discos de oro, como un tesoro muy preciado», afirma–, Mikel Erentxun (Caracas, 1965) es un artista que rara vez se toma vacaciones. 

Aunque su último disco, «Navidad», está todavía caliente –«me apetecía mucho tener un disco de Navidad, todos los artistas a los que admiro tienen uno, Sinatra, Elvis, Dylan, y ojalá que el año que viene, y dentro de 20 Navidades, se vuelva a escuchar»–, es el anterior, «Septiembre», el que aún sigue vivo en su cabeza, por más que ya trabaje en nuevas canciones y proyectos: «Es el álbum del que más orgulloso estoy –manifiesta–, un disco doble, muy ambicioso, muy complejo, en el que aparecían muchas cosas nuevas, como el piano, un instrumento con el que empecé a practicar en pandemia y que me llevó a escribir el disco. Han sido dos años de gira por todo el mundo y, aunque estamos ya metidos en el 40 aniversario de Duncan Dhu, los últimos conciertos en México y Estados Unidos, y el final de gira, se han quedado clavados en mi corazón». 

Esa efeméride, cuatro décadas desde el nacimiento de Duncan Dhu, la va a celebrar solo, sin Diego Vasallo: «Camino en solitario –explica– porque Diego no se veía haciendo esto y salgo como Mikel Erentxun haciendo las canciones de Duncan Dhu. ¿La mesa queda un poco coja? No, porque no es Duncan Dhu, soy yo, una gira mía en la que presento unas canciones de ese grupo. Para el muy fan, el purista, no es lo mismo, claro, y hubiera sido más bonito si hubiera sido la banda completa, pero entonces sería una gira de Duncan Dhu y esto no lo es. Y estoy muy contento –añade– porque iban a ser unos cuantos conciertos para pegarme el capricho de recuperar un repertorio al que le tengo ganas y que hace muchos años que no canto, pero vamos ya por las 45 fechas cerradas. Al final, va a ser un año entero. Pero esto es un puro entretenimiento: mi cabeza ya va por otros derroteros y estoy preparando canciones para lo que será mi siguiente disco».

Contra la corrección política

Más allá de la Movida, fuese eso lo que fuese, los alegres 80 fueron una década prodigiosa por su explosión de libertad y creatividad, y en su ecuador surgió Duncan Dhu. El fin de la larga dictadura contribuyó activamente a crear esa atmósfera. 

¿Tienen que darse unas circunstancias tan extremas, le pregunto, para que surja una década con esa efervescencia? «Pues posiblemente –asiente–, por eso es irrepetible. Las cotas de libertad, las ganas que tenía la gente de escuchar algo distinto, la apertura que hubo tan drástica hizo que aquello que se llamó Movida fuese algo espectacular e irrepetible. Duncan Dhu fuimos hijos de la Movida, aparecimos en una especie de segunda generación, en el 85, cuando todo eso ya había tocado techo. Si miras ahora atrás, probablemente los 80 fueron más ricos que los 90. Pero en los 90 renegábamos de los 80. Todo lo que sonaba a “ochentas” se veía con mala cara, aunque eso es algo muy normal. Al final, los movimientos acaban siendo absorbidos y convirtiéndose en moda, y ahí empiezan a diluirse y a perderse los principios básicos de ese movimiento y se convierte en otra cosa».

Durante años, el discurso woke invadió el mundo de la creación y la corrección política propició una forma de censura muy perversa: la autocensura. Hay indicios claros de que eso empieza a periclitar, pero ¿cómo resolvió eso Mikel cuando escribía canciones? «Yo no he tenido que recurrir a la corrección política –responde–, pero sí lo he visto en otros artistas. Siempre me ha parecido un pequeño disparate esa corrección política que ha llegado a censurar canciones que forman parte de la historia del rock y el pop español, algo absurdo. Si echáramos hacia atrás y empezáramos a traducir las letras del rock and roll, las canciones de los 50, las tildaríamos de machistas y tendríamos que censurar media discografía mundial. Esto desde el lado de la música, pero se puede aplicar a todo. El “correccionismo” ha tocado niveles ridículos y absurdos. Leí no hace mucho –prosigue– unas declaraciones de David Summers sobre “Sufre, mamón” en las que se defendía diciendo que escribió esa canción con 17 años y que en esa época decir “marica” tenía unas connotaciones distintas a las de ahora, y hay que saber leer la música así: cada canción, disco, película y libro pertenecen a un tiempo y a una generación». 

Y de la corrección política pasamos a la política a secas. ¿Es posible no sentirse decepcionado, hoy, con la clase política, a izquierda y derecha, no caer en esa desafección de la que tanto se habla? «Es imposible no caer en la desafección –admite–. No creo en los partidos políticos, creo en las personas y en algunos políticos. Y sí, los políticos están abaratando muchísimo la política. Por eso te digo que creo en algunos, de diferentes ideologías y partidos. Pero, en general, la política y los partidos políticos me dan bastante pereza, de un lado y del otro, y entiendo que el español de a pie se sienta decepcionado con su clase política: no tienes más que ver los telediarios y leer los periódicos y ver cómo se contradicen, mienten, engañan e incumplen lo que prometen, y cómo se echan los trastos unos a los otros, lo poco que dialogan, los pocos consensos a los que llegan. Es bastante frustrante».

Este padre de cinco hijos de dos matrimonios –«probablemente soy mucho mejor padre que marido, la prueba es que me separé y rehíce mi vida, pero creo que como padre he cumplido siempre»–, sufrió una cardiopatía isquémica en 2013 por la que tuvo que ser intervenido. 

Aquel susto cambió su visión de las cosas, ¿también sus hábitos? «Sí. Ya casi son once años desde aquel susto cardiovascular y mi vida cambió a mejor en todos los sentidos. Los tópicos que ves y lees al respecto son verdad. Al final, valoras las pequeñas cosas de la vida: estar con tus hijos viendo una serie, llevar al colegio a tu hija, ir a verle patinar. Cualquier cosa pequeñita que antes no valorabas te das cuenta de lo guay que es. Cuando yo estaba en la UVI no pensaba en subirme a un escenario, sino en ir al colegio a buscar a mis hijos, y antes del susto cardíaco esas cosas no las pensaba. La vida –sentencia– es el día a día y el minuto a minuto».

Cowboys que miran al mar

Javier Menéndez Flores

Guardas memoria nítida de todos los besos que no diste. Y te entretienes contando estrellas fugaces –tan locas, tan furiosas, tan de nadie y solamente tuyas– frente al fuego de esa chimenea que canta a capela sin desafinar una sola nota. Aunque tú aún no lo sepas hay una urgencia inédita en las pupilas de esos ojos que te fotografían la nuca. Y al volver el rostro, avisado por la detonación de las pisadas, apenas logras ver la boca del cuerpo que se inclina sobre ti y te cubre enteramente. Y cuando abres los ojos ya es mañana.

En el bar Txirristra los escoceses eran legión y todos los sueños imposibles estaban todavía por desenvolver. Y si lo piensas, unas coca-colas y unas croquetas no fueron tan mal negocio. Te acompañaban una guitarra sin pedigrí, un imaginario sombrero de cowboy y todo el mar que eras capaz de abrazar desde la arena de la playa de La Concha. Y entre sorbo y sorbo de cerveza tragabas saliva y te decías que tal vez, que quizá, que a lo mejor ese día sí. Y los dioses debatieron durante horas y aquella noche llovió como nunca antes sobre los tejados de Amara, con su Ciudad Deportiva, su Sagrada Familia, su cine Astoria y sus muchachos rotos, tan rotos.

(¿Quién se acuerda de ti cuando cada día la nieve se traga al sol y el timbre del teléfono es un grito de auxilio que suena para nadie? Y en el prólogo del amanecer, mientras vagas por esa casa tomada por un millón de fantasmas, ¿quién recuerda la risa que te abandonó y tu altiva mirada y el manantial que me ofrecías y en el que entraba como el delfín penetra el mar?).

Coleccionas naufragios, abrazos de erizo, ciudades de paso, Navidades, septiembres. Y no puedo evitar (pensar en ti) cuando me cruzo con una casa azul o cada vez que el mundo se estremece ante mis ojos como un cristal sacudido por el viento. Tu corazón es más fuerte ahora, tras la borrasca que te agitó como si no fueses un hombre cargado de música y palabras y silencios. Pero la nostalgia nunca fue una china en la bota: es y será siempre la antorcha que ondea la memoria. El deneí de la necesaria costumbre de recordar.

Había que concluir lo empezado por honra, tozudez, amor. Con el mismo amor purísimo que te regalaron las mujeres con las que creciste. Y atrás quedaron los mañanas que nunca podrán ser: el Mikel pirata, el Mikel astronauta, el Mikel domador de fieras y el Mikel que toca al piano, en un burdel, canciones que hablan de hombres y mujeres que se aman sin dejar de hacerse daño.

Vivir no era sólo respirar, era llenarse la cabeza y el paladar con los demonios de John, Paul, George, Elvis, Simon, Cat. Y «Déjame» fue el abracadabra que le dio una nueva perspectiva a tu camino. Y en Seattle, cuatro décadas después del principio de todo, la marcha de San Sebastián te subió garganta arriba igual que una flecha de fuego. Pero tan sólo Dylan tiene el poder de hundirte la mano en el pecho y hacer que te veas a ti mismo como uno de esos fanáticos cuya existencia jamás entendiste.

(Yo, que tantísimo te amé, supe que te habías convertido en un canto rodado como la fugaz Edie, aquella rama de diamante que se quebró cuando Bob y Andy se fueron con otras. Pero ¿bromeas? Cómo no iba a acordarme de ti...).