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Festival de San Sebastián

Monja de clausura a los 17: Alauda Ruiz de Azúa busca la fe en Donosti

La directora apuesta en "Los domingos" por un complejo retrato del descubrimiento de la vocación

Blanca Soroa, Alauda Ruiz de Azúa y Patricia López Arnaiz (de izda. a dcha.) tras su llegada a Donosti UnanueEuropa Press

La banda sonora de la cuarta jornada de la 73ª edición del Festival de San Sebastián contenía la melodía litúrgica y celestial de las iglesias, de orquestaciones de coros divinos, de escolanías atávicas, de cantos proyectados hacia el mismísimo cielo con la intención de comprobar si alguien responde al otro lado, de espiritual resonancia. Muchos receptaron con entusiasmo las mencionadas notas elevándose unos palmos del suelo, otros con significativa sorpresa. Y es que con independencia de las distintas o nulas creencias que pueda profesar cada persona o el nivel de cercanía con el que haya decidido inclinarse hacia el componente religioso, si algo tiene meridianamente definido el último trabajo de Alauda Ruiz de Azúa presentado en la Sección Oficial del Zinemaldia es su capacidad para generar debate.

"Esta peli ha sido un auténtico reto en muchos sentidos, uno de ellos es precisamente cómo abordar un tema como la vocación religiosa siendo una persona de educación laica, no creyente», contextualiza la cineasta en entrevista con este periódico sobre la base personal de la que partía la construcción de «Los domingos", una suerte de exploración de las grietas afectivas en la familia –escenario temático predilecto donde la directora de "Cinco lobitos" y "Querer" se mueve con la intimidad de un virtuosismo único–, detonada por un proceso de búsqueda de fe por parte de una joven, Ainara, de diecisiete años, quien tras sentir una llamada interna gestada de manera progresiva en el colegio católico privado al que acude, comunica en casa el deseo de querer iniciar el periodo de discernimiento y convertirse en monja de clausura enfrentándose a la reacción pusilánime e inactiva de su padre y a la oposición más radical y sensata de su tía (a quien da vida una extraordinaria Patricia López Arnaiz).

Preguntas inconclusas y divinas

"Me parecía que había muy misterioso, muy fascinante, pero claro, también muy ajeno a mí. Había un camino fácil a la hora de abordar toda esta cuestión que tenía que ver con la elección de un sitio en el que hubiera buenos y malos. Pero me interesó seguir ese camino de las preguntas que me resultaban personalmente a mí incluso más difíciles de responder: de dónde venía una vocación religiosa, si eso se construía de alguna manera, si era una cuestión genuina en la que alguien sentía algo sobrenatural o realmente sólo podía estar influenciado o empujado por un mundo adulto que podía ser el religioso o el familiar, qué papel jugaban las fragilidades internas que tenemos en una decisión así de entrada a un convento o a una orden religiosa. Empecé a investigar y a documentarme para tener un pulso más concreto del lugar al que quería llevar esta historia hablando con chavalas jovencitas o con mujeres que habían pasado por procesos de discernimiento o de vocación y también con las familias que habían vivido cosas así», señala Ruiz de Azúa sobre el planteamiento de algunos de los interrogantes que surgen en el transcurso de la película relacionados con el origen del nacimiento de la fe en alguien tan joven con, aparentemente infinidad de marcos lúdicos, nutritivos, trascendentales y experimentales que transitar alejados del estrechamiento austero y reduccionista del hábito, para los que sin embargo no se otorgan respuestas concluyentes, ni explicaciones evidentes.

Aunque reconoce que su relación con la fe ha sido inexistente y la percepción de lo religioso para ella siempre estuvo asociada a una rama tradicional de la sociedad, introducirla en el epicentro de una familia como la de Ainara, fragmentada por heridas pasadas relacionadas con la gestión económica relajada de los negocios de su padre y la muerte de su madre siendo muy pequeña, era el pretexto narrativo perfecto para diseccionar una institución casi más sagrada que la Iglesia.

"Nos empeñamos muchas veces en mantener la familia como una entidad que no siempre es el refugio ni el apoyo ni el sitio tranquilo que debería ser. En esta película la gente se reúne todos los domingos a comer aunque ya prácticamente no tienen nada que decirse y de hecho, lo que se dicen cuando optan por comunicarse es bastante feo. Todas estas desacralizaciones de los vínculos me resultan muy interesantes y es verdad que yo misma me he dado cuenta de esta tendencia a querer analizar las grietas de las familias que empezó de una manera más intuitiva ‘‘Cinco Lobitos’’, siguió con ‘‘Querer’’ y ahora vuelve con ‘‘Los domingos’’. Me interesan esas preguntas que son difíciles de responder, me interesan esos dilemas éticos que son mucho más complejos que el sí y el no o el blanco y el negro, y además me interesa el mundo de los afectos", admite.

Por eso Ainara (interpretada por la debutante Blanca Soroa), con su gestualidad virginal, pictóricamente vermeeriana y sus facciones suavizadas y alegóricamente inscritas en la estructura de la imaginería religiosa es, además de una aspirante a monja, hija de un padre al que le cuesta expresar lo siente, de una madre cuyo duelo por su pérdida no está cerrado, sobrina de una tía que la quiere lo suficiente como para intentar reconducir su inclinación y por encima de todo: una joven mujer que está creciendo. Aunque sea domingo.