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Cine

La Mostra de Venecia se inaugura pasada por agua

«Comandante», de Edoardo de Angelis, abrió la 80ª. Edición de un festival marcado por la huelga de Hollywood y el fantasma nacionalista

Jury members Laura Poitras, from left, Martin McDonagh, Santiago Mitre, jury president Damien Chazelle, Shu Qi and Jane Campion pose for photographers during the photo call for the Jury during the 80th edition of the Venice Film Festival in Venice, Italy, on Wednesday, Aug. 30, 2023. (Photo by Vianney Le Caer/Invision/AP)
El cineasta, y director del jurado del Festival de Venecia, Damien Chazelle (cuarto por la izdda.) posa junto al jurado con una camiseta de apoyo a la huelgaVianney Le Caer/Invision/APAgencia AP

La 80ª edición de la Mostra de Venecia se inauguró ayer pasada por agua, y no solo por culpa de la lluvia. Alberto Barbera, su director artístico, se encuentra compuesto y sin novios en la alfombra roja, y aunque salvó in extremis una selección oficial de relumbrón después de la repentina convocatoria de la huelga del Sindicato de Actores que casi hunde el festival y que ya lleva 49 días con las pancartas en alto, tuvo que sacrificar la película inaugural, “Challengers”, de Luca Guadagnino, que le aseguraba la presencia de Josh O’Connor y Zendaya firmando autógrafos, por la italiana “Comandante”, de Edoardo de Angelis. Todos hemos salido perdiendo, excepto el gobierno de Giorgia Meloni.

Solo las estrellas que participan en producciones independientes pueden promocionar sus películas en Venecia, para dar ejemplo a las ‘majors’ que están impidiendo, con sus condiciones draconianas, que muchos actores lleguen a fin de mes o, simplemente, saquen justa tajada del capitalismo de plataformas. Así las cosas, tienen visado para los fotos Adam Driver, Jessica Chastain o Caleb Landry Jones, pero, sin que sirva de precedente, el protagonismo lo tendrán los y las cineastas, que son de altos vuelos: entre otros, Sofia Coppola, Ryusuke Hamaguchi, David Fincher, Michael Mann, Richard Linklater, Matteo Garrone, Pablo Larraín, Luc Besson, Woody Allen y Roman Polanski. Sí, han leído bien: Barbera, que lleva unos cuantos años haciendo oposiciones para convertirse en la némesis de Thierry Frémaux, director artístico de Cannes, no solo acepta el desembarco de Netflix a competición (y clausurando, con “La sociedad de la nieve”, de J.A. Bayona), sino también acoge en su seno a todos aquellos directores cancelados, problemáticos por su historial delictivo o sospechoso, que otros festivales han decidido ignorar. Polemista nato, Barbera ha respondido en diferentes medios a las críticas de la prensa: la justicia ha sobreseído el caso Besson, con Allen ni siquiera hay causa, a Polanski lo ha perdonado su víctima. Insiste: hay que separar la obra del artista.

El fantasma de Meloni

¿Hay que separar la obra de su contexto histórico? Liliana Cavani, que ayer recibía un León de Oro honorífico a su carrera de manos de Charlotte Rampling y presentaba su última película (“L’ordine del tempo”) fuera de concurso, propuso, en los setenta, una provocativa relectura de la iconografía nazi en la mítica “Portero de noche”, y, en los ochenta, adaptó “La piel” de Curzio Malaparte para dejar en los huesos los horrores del fascismo. Qué cosas, después del premio a la Cavani, se estrenaba “Comandante”, que empieza apostando por la hermandad de los pueblos aún en tiempos de guerra -porque, antes que enemigos, somos humanos- y acaba siendo un canto nacionalista a mayor gloria del fenecido imperio italiano, como si el espíritu del cine mussoliniano se hubiera reencarnado en la era Meloni.

Resulta paradójico que una película como “Comandante” tenga su génesis precisamente en la indignación de sus autores, el guionista Sandro Veronesi y el director Edoardo de Angelis, por la política xenófoba que Matteo Salvini aplicaba a los inmigrantes que, en 2018, llegaban a las costas italianas. Veronesi y de Angelis, que pertenecían al movimiento de apoyo Corpi, conocieron, a través de un comandante de la guardia costera, la figura de Salvatore Todaro, que, en octubre de 1940, al mando del submarino Cappellini, salvó a la tripulación de un barco belga que les había atacado, saltándose a la torera el protocolo bélico. Sin temer las consecuencias de su acto heroico, Todaro se declaraba “un hombre de mar”, y las leyes morales del mar están por encima de cualquier ideología.

Arte sobre contenido

Damien Chazelle, presidente del jurado de la Mostra, apareció con una camiseta con un estampado en apoyo de la huelga de guionistas de Hollywood que ya dura 122 días. Chazelle, que ha inaugurado dos veces Venecia (con “La La Land” y “First Man”), fue muy claro en la defensa de la causa de sus compañeros, que, en el photocall, también respaldaron otros miembros del jurado como Laura Poitras o Martin McDonagh. “Creo que cada obra de arte tiene valor en sí misma, y no solo es una pieza de contenido, que parece la palabra favorita de Hollywood en este momento. Y esa idea, que es básica para que el arte sea sostenible, se ha erosionado bastante en los últimos diez años. De ahí viene el debate sobre los derechos residuales y cosas por el estilo. Realmente se reduce a que la gente sea remunerada por cada obra de arte, y podamos encontrar una manera de mantener y recuperar esa idea: el arte por encima del contenido. Creo que estamos aquí para reconocer que esa lucha continúa y que, como resultado, mucha gente a la que le habría encantado estar en Venecia no puede hacerlo”, lamentó.

Si “Comandante”, que ha nacido como novela de no-ficción y largometraje casi simultáneamente, se plantea, en teoría, como una película pacifista, incluyendo una oportuna alusión a la guerra de Ucrania como prólogo, la elección de Todaro como héroe nacional es del todo problemática. Si la intención es desideologizar su hazaña, no parece muy buena idea presentar al personaje (interpretado, con su habitual carisma, por Pierfrancesco Favino) como un Mesías iluminado, que se ve a sí mismo como un personaje de La Ilíada y que tiene la capacidad de predecir el futuro. En ese mesianismo, del que la puesta en escena se contagia con su épica pomposidad, hay un elogio del valor del soldado, de su capacidad de sacrificio por la patria, que es típico del cine bélico de propaganda. Entre líneas también aparece la fascinación por las máquinas (de guerra), que el futurismo, como movimiento estético del fascismo italiano, popularizó desde himnos y carteles. Y lo que es peor: la película acaba defendiendo el acto civilizado de Todaro porque, simplemente, el comandante nació en Italia, el país de los gnocchis y la gente noble. Porque el fascismo es dolor, pero también es humanismo. Lo que decíamos: el gobierno de Meloni empieza a hacer estragos en el cine italiano.