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Gene Wilder, la comedia era él

El protagonista de películas inolvidables como «El jovencito Frankenstein», «Un mundo de fantasía», donde daba vida a Willy Wonka, «Los productores» y «La mujer de rojo», ha fallecido a los 83 años.
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El protagonista de películas inolvidables como «El jovencito Frankenstein», «Un mundo de fantasía», donde daba vida a Willy Wonka, «Los productores» y «La mujer de rojo», ha fallecido a los 83 años.
Convirtió su vida en una comedia. Pero en serio. Tan en serio que en su juventud se matriculó en la universidad de Iowa para sacarse una licenciatura. A quien le preguntara si estaba capacitado para hacer reír, podía así sacarle un papel, un título, una acreditación que demostraba que sí lo estaba. Pero Gene Wilder no necesitaba ninguna clase de documentación para demostrar lo que todo el público comprendió desde que realizó su primera película con guiños humorísticos: «Un mundo de fantasía», donde aparecía ante el mundo caracterizado como el inmortal Willy Wonka –una imagen que nunca le abandonaría ya jamás y que después inspiraría a Tim Burton y a Johnny Depp para su adaptación de esta fábula de Rolad Dahl–. Quizá ser hijo de una familia judía de rusos inmigrantes le hizo mentalizarse que la manera más sencilla de progresar en un país nuevo sería sacarse las asignaturas de una carrera que enseguida demostró que le quedaba corta a sus actitudes naturales para la gran pantalla. Aunque comenzó por el palo opuesto al que él dominaba, de la mano de Arthur Penn y en una película que tenía de todo menos bromas, «Bonnie & Clyde», Wilder no dudó en saltar a la orilla opuesta al drama. No tardó demasiado en convertirse en un maestro para hacer reír a los espectadores que asistían en sus películas. Y, de hecho, casi al inicio de su trayectoria firmó un clasicazo de esos con los que el tiempo no puede: «El jovencito Frankenstein». Una parodia de la historia creada por Mary Shelley, pero, sobre todo, de los tópicos y de los lugares comunes que suelen hilvanar los filmes de terror: de hecho, la productora utilizó parte de la decoració que empleó para rodar sus adaptaciones de la novela de la escritora. En esa cinta, en la que compartía protagonismo con el divertidísimo Marty Feldman, que hacía de un Igor que todavía nadie ha igualado, y Peter Boyle, que daba vida al célebre monstruo, que acabaría siendo el más cuerdo de todos los personajes. Pero, sobre todo, se encontraba con un director que marcaría su posterior devenir en el cine: Mel Brooks. Por esta parodia, en la que encarnaba al doctor Friederich Frankenstein, Wilder, al igual que por su participación en «Un mundo de fantasía», recibiría dos nominaciones como actor para los Oscar. Serían las únicas que tendría a lo largo de su extensa filmografía, que no tardaría en estar plagada de verdaderos taquillazos.
El actor no dudó en ponerse de nuevo a las ordenes de Mel Brooks en dos nuevas incursiones en el género de la comedia, que recaudaron bastante en taquilla. «Sillas de montar calientes» de 1974, el mismo año en que se estrenó en las salas «El jovencito Frankenstein», terminó por lanzar su carrera hacia el estrellato y en convertirse en el actor de referencia de la comedia en las décadas de los70 y 80, sobre todo.

No tan amigo de Pryor

En este prolongado periodo se toparía con otro actor que le acompañaría en un cuarteto de películas que marcarían la época, en uno de esos tándem que de vez en cuando se dan en el cine: Richard Pryor. Juntos rodaron «El expreso de Chicago» (1976), «Locos de remate» (1981), «No me chilles que no te veo» (1989) y « No me mientas que te creo» (1991). Cada uno de esos trabajos encumbraban más la figura de Wilder, aparte de reventar la taquilla, que era uno de los propósitos. Aunque la dinámica de trabajo entre Pryor y Wilder no resultó tan fluida fuera de los platós como se podía esperar de una pareja de cómicos que compartieron protagonismo durante más de diez años. El motivo principal, parece ser, que fue la fuerte dependencia que Pryor tenía de las drogas que consumía de manera asidua, un inconveniente que, sin embargo, no se apreciaba en las cintas, donde todo parecía perfecto.
Wilder, como era de esperar, también trabajó con uno de los directores esenciales durante esa década del cine, en cuanto se refiere a la comedia: Woody Allen. Estuvo a sus órdenes en uno de sus títulos más célebres: «Todo lo que quiso saber sobre el sexo» (1972). Entre la lista de directores con los que se involucró en proyectos estaba Robert Aldrich, que se encontraron en «El rabino y el pistolero», y Sidney Poitier, con quien colaboró en dos películas en dos años consecutivos: «Locos de remate» (1981) y «Hanky Panky» (1982). Mucho antes había unido sus fuerzas a Stanley Donen para sacar adelante una versión de uno de los cuentos mejor conocidos: «El principito» (1974). A lo largo de su filmografía, Gene Wilder extrajo partido de su característico físico, con ese pelo desordenado que le caía por la cara, una mirada que se deslizaba en el delgado filo que separaba la locura de la lucidez, y una manera de gesticular que le capacitaba para hacer reír incluso cuando aparentaba estar serio, una virtud que le permitía mostrar el lado humorístico de personajes intensamente serios.