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Obras de Schumann y Dvorák en el Auditorio Nacional: Entre la elegancia y el fervor

Michelle ShiersMichelle Shiers Photography
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Obras: de Schumann y Dvorák. Director: Jaime Martín. Pianista: Kristian Bezuindenhout. Orquesta Nacional. Auditorio Nacional, 5-XI-2021
Había interés en escuchar al australiano Kristian Bezuindenhout, afamado y virtuoso fortepianista, desenvolviéndose como pianista en una obra clave del romanticismo como el «Concierto en La manor op. 54» de Schumann. Tras la experiencia hemos de reconocer una cierta desilusión. El artista es diestro en el manejo de dinámicas, en la digitación, en la elaboración de un fraseo claro, bien articulado y proporcionado, como ya dejó demostrado en la misma introducción y en los tramos siguientes, en los que dialogó muy líricamente con el clarinete exponiendo el segundo y efusivo tema. Delicadeza en el dibujo, equilibrio en las formas, nitidez en el canto… Aspectos importantes, pero no suficientes para alimentar con propiedad ese conflicto traducido, como apunta María Encina Cortizo en sus clarificadoras notas al programa, en los expansivos y dramáticos acordes que se enfrentan al lírico tema del oboe.
Ese «gesto libre y apasionado de la Fantasía original» sobre la que Schumann edificó finalmente la partitura se nos hurtó. La pegada de Bezuindenhout, bien perfilada, justa, no alcanzó a traslucir esas vetas expresivas quedándose en un discurso alicorto, aunque disfrutable en parte por la elegancia y las buenas maneras. En el «Intermezzo» nos gustó, sin embargo, el exquisito pespunteo del teclado sobre la cálida melodía de los chelos, muy bien dosificada por Martín. En el «Allegro vivace», el discurrir y el aleteo continuo del solista en un imparable «tourbillon», de no fácil encaje métrico, con espacios sincopados y ritmos tan marcados, transcurrió con limpieza y ligereza, de acuerdo con los modos aéreos del pianista, que al final regaló una «Romanza» de Clara Schumann, tocada de forma casi evanescente.
Martín, que llevó las riendas con atenta contemplación del pianista y que reveló su fuerza expresiva en los «tutti», apartándose un tanto del estilo del solista, se desmelenó a su gusto en la interpretación de la «Sinfonía nº 6» de Dvorák, la primera del autor que puede ser considerada una obra de importancia. Nos gusta ese apasionamiento sincero, esa entrega, ese sudar la camiseta en el maestro santanderino, antiguo flautista, buen músico y director fervoroso, entusiasta, que mejora año a año, dejando menos flecos en sus interpretaciones, que ahora parecen más equilibradas y mejor arquitecturadas que hace unos años. Blande con amplios y rotundos movimientos en arco una diligente batuta de muy generoso recorrido. La mano izquierda es menos activa, aunque acompaña a efectos expresivos razonablemente administrados.
La fogosidad que lo caracteriza puede hacer peligrar la férvida construcción de sus recreaciones, siempre movidas por un extraño pero muy atractivo hormiguillo que se hace inmediatamente simpático y que anima las estructuras. La «Sexta» de Dvorák es obra que va bien a sus modos. Muy buen trabajo en el desarrollo del «Allegro non tanto» inicial, con maderas en su punto y una magnífica brillantez. El calor de la batuta hizo peligrar las líneas de la coda, impetuosa y vibrante, cerrada por último sin tropiezos. Muy bien la cuerda en el ameno canto del «Adagio» y en el pasaje dramático que le sigue (Dvorák siempre prolífico en la utilización de temas melódicos de origen popular).
El «Furiant» nos levantó del asiento aunque en su discurrir hubiera no pocas faltas de claridad y en el «Finale» advertimos, en el transcurso de la refriega, al lado de la sombra de Brahms, el latido de la música checa. Todo conducido con fervor, alternancia de climas y cierto atropellamiento; que no deslució el legítimo éxito postrero. Muchas aclamaciones a la versión y aplausos sinceros de los profesores a su rector ocasional, que por cierto acaba de ser nombrado primer director invitado.