Bajo la luz
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Obras de Haydn y Mozart. Cuarteto Quiroga. Liceo de Cámara XXI. Auditorio Nacional, Madrid, 10-XI-2021.
El Cuarteto Quiroga se ha asentado en unos pocos años como una de las formaciones jóvenes cimeras de su especialidad gracias al entusiasmo, a la aplicación, al estudio bien fundado, a la búsqueda y rastreo de nuevas vías del repertorio, a la coherencia de sus planteamientos y a la técnica bien aprendida y aprehendida. Siempre desde una óptica en la que lo racional se combina de manera natural con lo emocional hasta conseguir el ansiado equilibrio de voces, la unidad de arcos y la claridad solar del espectro sonoro.
Son rasgos definitorios en una línea que, los que venimos escuchando al grupo desde hace tiempo en distintas sedes y lugares, nos parece en todo momento ascendente. Inteligente sin duda asimismo el enfoque dado a este concierto, conectado directamente con el CD que acaban de grabar y que busca unir las personalidades artísticas de Haydn y Mozart como adalides y verdaderos creadores de la forma. Gran idea la de soldar en la misma sesión tres Cuartetos magistrales en la tonalidad de Do mayor, la más luminosa y clara, la más cálida y acogedora, dos de Haydn y uno de Mozart (escrito justamente, al lado de otros cinco, como agradecimiento a su mentor y colega).
Otra de las cualidades del Quiroga es el cuidado en la regulación de dinámicas a lo largo de un raro proceso de distribución de volúmenes, de una singular fluidez en la exposición (legato modélico) y, por consiguiente, de una alternancia en la administración de colores. Se pudo comprobar ya desde el mismo comienzo del “op. 33 nº 3″, “El pájaro”, de Haydn, expuesto levísimamente, como con pincel acuarelístico, abriendo un curso muy marchoso y tornasolado no exento de saludfables toques humorísticos. El “Allegretto”, iniciado con voz oscura y discreta, adquirió enseguida la ligereza pajaril pedida gracias a la habilidad bucal de la chelista Helana Poggio. Máxima exquisitez en el fluido “Adagio” e imparable “tourbillon” en el “Rondó”.
Buena idea la de colocar a continuación el famoso “Cuarteto ‘De las disonancias’, K 465″, de Mozart, obra maestra absoluta, que fue un buen ejemplo de dosificación de colores y volúmenes, desde ese comienzo neblinoso de tan extraño corte armónico hasta la aparición de la luz más diáfana del Do mayor. Espléndio trazado y trabajo sobre el enjundioso tema base y claras líneas contrapuntísticas. Luego el soliloquio sereno, el ensimismamiento del “Andante cantabile”, lo airoso y refrescante del “Menuetto” y el aleteo no exento de conflictividad del “Allegro molto” en donde los del Quiroga mostraron su entendimiento riguroso del empleo del rubato.
El “op 74 nº 1″ de Papá Haydn cerró la sesión en belleza sin asperezas ni vacilaciones. El primer violín, Aitor Hevia, corrió ligero en el exultante “Allegro moderato” y los cuatro cantaron con gracia no exenta de ironía el “Andantino” de trazo casi acuarelístico con curiosos toques introspectivos. Rústico y bailable, como se pide el “Menuetto”, con un trío cuasi etéreo. El ronco o nota pedal marcó la parte final de la danza rústica que es el “Vivace” conclusivo tocado con el mayor entusiasmo; el mismo que pone en sus alocuciones el segundo violín, Cibrán Sierra, que festejó los diez años de pertenencia al conjunto del viola, Josep Puchades. Como regalo ante los cerrados aplausos, el segundo movimiento del “Cuarteto K 387″ de Mozart, primero de la serie haydniana.