Crítica de clásica

Del arte puro e incontaminado

Anne-Sophie Mutter no perdió comba y se mostró especialmente expresiva en el «Adagio»

Mutter, el pasado martes
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Obras de Mozart, Beethoven y Franck. Violín: Anne-Sophie Mutter. Piano: Lamber Orkis. Juventudes Musicales de Madrid. Auditorio Nacional, Madrid, 7-II-2022.

Gracias a Juventudes Musicales de Madrid, con la entusiasta y arrostrada María Isabel Falabella al frente, hemos podido escuchar de nuevo a la violinista alemana (Baden-Wurtenberg, 1963), que ha tocado gratis en beneficio de las becas cuerda, piano y canto y de la ampliación de sus estudios en el extranjero. En este concierto, en cuya difusión ha colaborado Ibermúsica, hemos podido comprobar que Mutter mantiene invariables, y aún acrecidas, sus extraordinarias virtudes: arco firme, afinación exacta, sonido espejeante y cristalino, de una rara pureza, fraseo fantasioso pero atento a lo escrito. Toca como el que respira, con un control muscular extraordinario, con una elegancia rara empleando uno de sus dos fantásticos Stradivarius.

La «Sonata K 379 en Sol mayor» de Mozart, esbelta y discreta, fue desgranada con una dulzura y un toque poético singulares, con un olímpico sentido de las proporciones, con especial subrayado, sin excesos, del matiz apasionado que define al «Allegro», situado aquí en segundo lugar. Libres y volanderas, espirituosas las variaciones del «Andantino cantabile» de cierre, expuesto con minuciosidad de orfebre, aunque el sonido, escasamente muelle, de Orkis –que lleva con Mutter curiosamente años y años–, exento de refinamiento, no casara del todo con la línea de la teórica solista; que maneja en estas obras, después de todo, el instrumento teóricamente secundario.

Algo que se plantea de forma bien distinta en las Sonatas de Beethoven, en especial, a partir de la «nº 5, en Fa mayor, op, 24», «Primavera», que fue la siguiente obra de la sesión ofrecida en interpretación de un clasicismo pleno y vigoroso desde su mismo comienzo, expuesto como un soplo de aire incontaminado. Lo sereno, lúdico, sonriente y optimista, aspectos en los que se ve envuelta la composición, nos fueron ofrecidos a manos llenas en una exposición perfecta desde el mismo arranque, con esa agradable fluidez, esa «cantabilità» y esa, por otra parte, misteriosa luz interior, contrarrestada por el cambio a menor del segundo tema, impulsado por una energía rítmica netamente beethoveniana. Mutter no perdió comba y se mostró especialmente expresiva en el «Adagio», chisposa en el breve «Scherzo», con sus curiosos contratiempos, y decidida, urgente y precisa en el ingenuo «Rondó», presidido por el tema de la gran aria de Vitellia de «La clemencia de Tito», de Mozart. Un homenaje al gran salzburgués.

Para cerrar, la impresionante «Sonata en La mayor» de Cesar Franck, que Mutter inició de manera transparente y alígera, bordando las ondulaciones de ese largo y envolvente tema, presente a lo largo del cíclico desarrollo de la composición. Pura y trascendente seda en dedos de la violinista, que nos asombró por la cantidad de matices que supo extraer de cada compás, de cada recodo de la obra, exhibiendo de manera permanente su equilibrio y su inconsútil dimensión poética, especialmente acusada en el «Recitativo» del tercer movimiento. Al cierre la artista nos regaló una pieza de John Williams, de aire jazzístico, «Cinderella», y una fantasiosa e imponente recreación de la «Danza húngara nº 1», de Brahms.