Crítica de clásica

Teatro de la Zarzuela: Difuminado Albéniz

La opereta de Albéniz «The Magic Opal» aterrizó en el coliseo madrileño bajo la dirección escénica de un Paco Azorín

Fernando Albizo, en «The Magic Opal» como Eros XXI
Fernando Albizo, en «The Magic Opal» como Eros XXIdel Real fotografia
«The Magic Opal», de Albéniz. Intérpretes: Ruth Iniesta, Santiago Ballerini, Luis Cansino, Damián del Castillo, Carmen Artaza, Jeroboám Tejera, Helena Ressurreiçao, Alba Chantar, Gerardo López, Tomeu Bibiloni y Fernando Albizu. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Directores: Antonio Fauró (coro), Paco Azorín (escena) y Guillermo García Calvo (musical). Madrid, 1-IV-2022.

Los términos medios son siempre complicados. Es comúnmente aceptado que muchos libretos de zarzuela (o de opereta) han de adaptarse a nuestros días para poder conectar con nuevos públicos sin que se cuele el olor a naftalina entre las butacas. El Teatro de la Zarzuela lleva ya mucho tiempo sobresaliendo en esta labor. Pero es difícil cambiar y mantener la esencia a un tiempo. La opereta de Albéniz «The Magic Opal» aterrizó en el coliseo madrileño bajo la dirección escénica de un Paco Azorín que pretendía reflexionar sobre la naturaleza del amor y su banalización en esta época de vidas apantalladas. Para ello, traslada la inverosímil acción original a una especie de reality que mezcla las aplicaciones de citas con concursos donde los protagonistas son avatares del libreto original. Y el espectáculo resultante no es, ni mucho menos, malo. De hecho, bastante entretenido: vigoroso, con coreografías labradas, continuas rupturas de la cuarta pared y riéndose de los tics de nuestra sociedad y lo políticamente correcto; pero si sacamos del montaje la música de Albéniz nos hubiera dado igual. La partitura está tan a la sombra del montaje que la difumina por completo y la convierte en música incidental, casi intransitable entre el barullo escénico.

Siguiendo el hilo del difícil término medio, también es lugar común quejarse de lo abstractas de algunas escenografías, para las que hacen falta siete carreras en Humanidades para barruntar su dialéctica referencial. Un poco en el extremo contrario está la tendencia de Paco Azorín de dirigir demasiado el pensamiento del público, apoyando su reflexión con frases sobreimpresionadas con un deje de paternalismo. Ya pasaba en «Tosca», con las máximas revolucionarias de carpeta de instituto y aquí, sin tanto exceso, vuelve a ocurrir. Es una lástima porque la reflexión de Azorín es pertinente, y su universo visual más que rico para confiar en él sin reiteraciones. En lo vocal, Ruth Iniesta se llevó la mayor parte de los elogios, con presencia, recursos vocales y simpatía sobradas para el papel de Lolika.

Su personaje puede engañar, porque es exigente en cuanto a la homogeneidad de registro que necesita (buenos graves y brillo en el agudo), y de todo ello hubo. También de alto nivel era el Trabucos de Damián del Castillo, que explora su proyección y fraseo con solvencia. Gran presencia escénica de Helena Ressurreiçao y buen todo general de un reparto muy joven y comprometido. A destacar el papel (inventado) de maestro de ceremonias de Fernando Albizu, como Eros XXI. La lectura de Guillermo García Calvo al frente de la ORCAM fue brillante en la obertura, el preludio y algunos números musicales (como el vals), buscando el color orquestal y el melodismo desaforado de la partitura. En el resto de la obra no perdió el pulso del ajetreo y participó en la medida que pudo del montaje.