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Orquesta Sinfónica de Madrid: Epicentro bartokiano

Sexto concierto de la temporada de la Sinfónica de Madrid dentro del ciclo que, para desentumecerse de tantas horas en el foso del Real, desarrolla en el Auditorio de Madrid
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La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Obras de Britten, Bartók y Schumann. Wenting Kang. Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Ivor Bolton. Madrid, Auditorio Nacional. 12 de abril de 2022.
Sexto concierto de la temporada de la Sinfónica de Madrid dentro del ciclo que, para desentumecerse de tantas horas en el foso del Real, desarrolla en el Auditorio de Madrid. En esta ocasión, su titular en el coliseo dirigía tres obras bien distintas y enjundiosas. En la de Bartók, su póstumo “Concierto para viola y orquesta”, se presentaba como solista la que es en la actualidad primer atril del conjunto en esa cuerda: la china Wenting Kang, joven, grácil, espirituosa, dispuesta y estupenda instrumentista como se pudo comprobar nada más escuchar los primeros compases del “Moderato”, en la exposición, tersa, señorial, concentrada, bellamente labrada, del primer tema, esbozado a pecho descubierto.
La obra bartokiana, su último opus, concluida tras la muerte del compositor en 1945, por su amigo Tibor Serly, es más meditativa y oscura que otras anteriores en las que lo folklórico estaba más presente, aunque aquí hace acto de aparición en el más magyar “Allegro vivace” de cierre. Los meandros de la música, que exige suma concentración, la línea expositiva, pasajeramente rapsódica, fueron impecablemente captados por la solista, que exhibió seguridad, aplomo, afinación y ceñida expresividad, con dobles cuerdas de impresión. Contó con un atento apoyo del “tutti”.
Previamente escuchamos los cuatro “Interludios marinos” de “Peter Grimes” de Britten, una ópera que la Orquesta y Bolton tienen bien aprehendida tras su programación hace un par de temporadas en el Real. El director británico se maneja bien en esta música, en la que despliega su temperamento, su conocimiento del “métier”, su apasionamiento a través de sus característicos y desgalichados gestos, de sus manos volátiles que a veces no acaban de conseguir la absoluta precisión en ataques y fraseos.
Algo que quedó más en evidencia en la interpretación de la “Sinfonía nº 3″, “Renana”, de Schumann, de métrica nada fácil de servir con ligereza y precisión y sin dejar de conceder a la música su tan característico balanceo basado en ese intervalo de cuarta que constituye el núcleo rítmico-melódico de todo el primer movimiento, que se mueve realmente en un ámbito métricamente ambiguo, como buscando un camino, un asentamiento que se alcanza en la coda. Aquí, siguiendo un tempo más bien ralentizado, hubo morosidad, lentitud y un cierto apelmazamiento sonoro, con planos no bien dibujados.
Todo discurrió poco airosamente, de manera indistinta, con transiciones no del todo bien resueltas. Los diálogos vientos-cuerdas del “Scherzo” no tuvieron la suficiente ligereza y claridad. Bien enfocado el tercer tiempo, marcado “Nicht schnell” (“No apresurado”) y dotado de la debida solemnidad el cuarto, “Feierlich”. En general, un trabajo orquestal poco fino, con metales poderosos, pero agrestes. El lirismo romántico de muchos pasajes se evaporó sin remisión pese a la buena disposición general de la Sinfónica

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