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Ante el absurdo

Todo aquello que ocurre en la sociedad acaba teniendo su reflejo en el mundo cultural y, naturalmente, en el musical
Ekaitz FilarmendiEkaitz Filarmendi/EFE

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Soy consciente de que lo más inocuo sería escribir solo de cuestiones musicales, sin entrar en políticas o movimientos populistas y, menos peligroso aún, tratar solo sobre temas musicológicos. Pero no sería honesto, porque todo aquello que ocurre en la sociedad acaba teniendo su reflejo en el mundo cultural y, naturalmente, en el musical. Hay veces que los absurdos que nos rodean nos hacen no solo sonreír, sino incluso reír a mandíbula batiente. Así les sucedió a los tertulianos de una emisora radiofónica, y a mí mismo, cuando montaron un concurso para ver quién ganaba a barbaridades respecto al lenguaje inclusivo. No sé quién fue, pero sí que escuché vocablos como «jóvenes y jóvenas», «autoridades y autoridadas», «débiles y débilas», «cuerpos y cuerpas», «miembros y miembras», «portavoces y portavozas», «orgullo de todas, de todos, de todes; no estáis solos, solas, soles; los demócratas, las demócratas, les demócratas»... de labios de personajes del más alto nivel del Gobierno y creo que no hace falta que destape los nombres.
Sí, estos absurdos nos hacen reír, pero hay otros que no, sino todo lo contrario. Empecemos por algo intermedio. En la música estamos en plena lucha por quién ha de sacar a saludar al director de orquesta tras una representación operística o un concierto. Ya parece no estar bien que sea habitualmente la soprano. No tendría nada de particular que, si se trata de una directora, fuese el tenor quien se encargase, ni que coincidiesen en el sexo. Es penoso que un tema tan simple genere controversia cuando tenemos tantos y tantos problemas de verdad muy relevantes.
Otro nivel supone lo que le sucedió a Vittorio Grígolo en el Covent Garden en el verano de 2019. Fue apartado de las representaciones de «Fausto» por comportamiento «inapropiado y agresivo» hacia una corista durante la gira por Japón. Todos sabemos el martirio que han sufrido Domingo, Daniels, Dutoit, etc. estos años. El mismo que hubieran podido sufrir unos cuantos artistas ya fallecidos. El pasado noviembre fue despedido de la Ópera de Nuremberg el regista Peter Konwitschny, al parecer por haber realizado comentarios que se consideraron «inapropiados y discriminatorios» sobre una cantante negra durante los ensayos de un «Trovatore». No voy a defender a unos y otros, porque habría que entrar a fondo en los hechos reales o supuestos y el tema ha sido ya suficientemente tratado en esta sección. Sí merece la pena una reflexión.
En 2007, perteneciendo yo al patronato del Teatro Real, se puso en escena una formidable producción de «Pagliacci», unánimemente alabada por crítica y público. Giancarlo del Monaco realizó una soberbia puesta en escena. Tuvo que hacer trabajar a los cantantes hasta casi extenuarlos, muy especialmente a María Bayo. Tal fue su grado de exigencia que María llegó a llorar. Lo agradeció más tarde al comprobar las ovaciones que su actuación provocó. Sin embargo, hubo quien llegó a calificar como «maltrato» lo que simplemente era exigencia. Mediten si esa exigencia a fin de lograr la excelencia en el espectáculo sería hoy, quince años después, admisible. Claro que, quizá, el tenor ruso Vladimir Galouzine tampoco podría actuar ahora en el Real.
Miren, volviendo a temas más generales, hace años que los profesores universitarios hemos de efectuar las tutorías con testigos y a puerta abierta por miedo a posibles falsas acusaciones de algún alumno.
Con tanta falta de criterio, populismos, absurdos, etc. así nos va. Nuestra sociedad está enferma y hemos de reaccionar todos desde nuestras responsabilidades si no queremos ir a peor. Aunque pisemos charcos.