Crítica de clásica

“Raja la alondra”: Tratado de esquizofrenia

La pieza nos traslada a un mundo onírico, interior y reflexivo

El título “Raja la alondra” proviene de un fragmento de un poema de Emily Dickinson
El título “Raja la alondra” proviene de un fragmento de un poema de Emily DickinsonLR

Música de David del Puerto, Jesús Rueda y Javier Arias Bal. Texto de J. M. Fernández-Shaw. Ensemble Lilith. Director: Aday Cartagena. Direcctor de escena: José María Sicilia. Fundación El Instante, Madrid, 27-IX-2022.

Hace más o menos un año los mismos compositores, director de escena y libretista pusieron en pie la zarzuela “Se vende”, un acierto pleno por su colorido, su corrosivo mensaje político, su variedad de registros, su descaro. Un espectáculo muy logrado. En la misma línea crítica, pero con un mensaje más críptico, se sitúa este nuevo producto, que nos lleva a un mundo más onírico, más interior, más reflexivo.

El título “Raja la alondra” proviene de un fragmento de un poema de Emily Dickinson, “que habla de un ser escindido en dos o más seres”, explica Sicilia, que tomó como referencia unos videos de un tal Scott Long, un estadounidense que quiso plasmar de esa manera su esquizofrenia. Lo que se ventila en el espectáculo, partiendo de esa premisa, es una permanente dicotomía, la de una persona que se engaña a sí mismo y que nos habla con distintas voces, tanto en castellano como en catalán, con continuas alusiones, más o menos explícitas, al problema del independentismo, de las dos Españas.

Hay un permanente desfile de imágenes, casi siempre descoyuntadas, a lo que ayuda la deformación de las proyecciones. Hay un continuo trasiego de motivos repetidos, de escenas variopintas, la mayoría de las veces sin aparente conexión. Se repite un frontispicio ilustrado, una acumulación de frescos en los que se abren ventanas con temas actuales. Otras veces vemos imágenes qua no guardan, aparentemente, relación con la disparatada narración, como aquellas que pululan en una secuencia de gallinas rojo-amarillas. Se alternan con la visión de una sala en la que descansa un personaje, es posible que el que representa el barítono solista, que recita un soliloquio de difícil comprensión, alternando el castellano con el catalán.

El conflicto nacionalista se sugiere más de una vez, sobre todo en la segunda parte de la obra, en la que vemos una habitación forrada con la bandera de España y su reverso, con la señera. En los últimos tramos se nos ofrecen imágenes que guardan una demoledora crítica hacia unos cuantos políticos actuales, quizá como símbolos de ineficacia. Sus retratos, arrugados, acaban en el culo de un pollo descabezado y deshuesado, que se cuece en un microondas sin que dejen de repetirse las atosigantes proyecciones.

El espectáculo –en cuyos últimos tramos vemos volar a la alondra– es muy abierto, quizá en exceso repetitivo, pero tiene su miga y deja muchas puertas abiertas a la imaginación. Y sirve bien al lema “La locura de ver”, titulo de una de las tres series de pinturas que Sicilia expuso no hace muchos meses en Mallorca. Y viene presidido por una música bien elaborada, variopinta, compuesta en comandita por tres estupendos creadores de hoy, que trabajan un sano eclecticismo y que abrazan por momentos atractivos esquemas melódicos que nos permiten oír de vez en cuando, sobre rodo en la segunda parte, aires populares, pasodobles, tangos, canciones… Incluso se recuerda el “Can-can” de “Orfeo en los infiernos” de Offenbach o ciertos apuntes de la obertura de “Guillermo Tell” de Rossini; entre otras cosas.

Fue tocada en directo por el Ensemble Lilith, compuesto por piano, flauta, clarinete, violín, violonchelo y guitarra, tocada esta por uno de los autores, David del Puerto. En muchos momentos lo que sonaba había sido previamente grabado. Y animaba poderosamente la dislocada acción. En ella intervino de manera permanente el barítono Xavier Mendoza, expresivo y dúctil, en una misión a veces ingrata. En ocasiones cantó abierto o recurrió a sonidos de gola. Pero hay que aplaudirlo. Con la batuta en la mano, siempre atento y claro, el joven Aday Cartagena, que también es violinista y compositor. En suma, un espectáculo agresivo, aguerrido, a ratos demencial, con mensaje(s) más o menos sugeridos y, sobre todo, esquizofrénico.