Distintas calidades pictóricas
El maestro Nicola Luisotti expone en el Auditorio Nacional una bien planteada visión de la “Sinfonía nº 1″ de Mahler
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Obras: de Chaikovski y Mahler. Pianista: Sandro Gegechkori. Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Nicola Luisotti. Ciclos Musicales de la Orquesta. Auditorio Nacional, 13-X-2022.
Nicola Luisotti es un maestro conocedor, culto, preparado, inteligente, de notable sensibilidad musical, conectado preferentemente con el mundo lírico, del que es conspicuo especialista, algo que sabe muy bien el público del Teatro Real, en el que desempeña el cargo de director asociado. De vez cuando empuña la batuta para adentrarse en aventuras sinfónicas, aunque, curiosamente, el director no la empleó en esta ocasión. Le bastó su gesto claro, de diáfanas volutas y precisas subdivisiones. Un gesto tan orientativo como sugerente.
A partir de ahí y partiendo del buen entendimiento que mantiene con el conjunto al que gobierna habitualmente en el foso del Real, Luisotti nos expuso una bien planteada visión de la “Sinfonía nº 1″ de Mahler, la llamada “Titán”, delineada de manera amplia, apasionada, vitalista, rotunda y vigorosa, lo que favoreció las características más evidentes y epidérmicas de la composición. Trazo firme, de ancho recorrido, poderosos “tutti”, musculadas transiciones. El esplendente despertar de la naturaleza en el primer movimiento fue rotundamente pintado; con pincel algo grueso, eso sí. Faltó por ello el reflejo que podríamos definir como acuarelístico, aquel que se deja oír ya en el mismo comienzo. Cierre algo confuso de planos.
Estupendamente marcado el ritmo en el “Scherzo”, bien balanceado y cantado en su trío. Tras la buena intervención solista del contrabajo de Fernando Poblete, el tercer movimiento tuvo relieve y variedad en su pictórico discurrir, bien subrayados los distintos episodios sin especiales sutilezas. En el “Finale” el director hizo acopio de fuerzas y, apoyado en una orquesta más que cumplidora, con vientos siempre en su punto -y cuerda algo falta de brillo- plasmó, con trazo poco fino en los “tutti”, el fragoroso mundo en el que se dan cita todos los fantasmas mahlerianos concretados en este cruce de poema sinfónico, música incidental y cantata orquestal, como agudamente describe en sus siempre didácticas notas José Luis Temes. Pero Luisotti acertó a bañar de un lirismo soleado y expresivo, con hermosos “rallentandi”, los pasajes más calmos y esperanzadores.
Previamente el director y su orquesta habían sostenido bien las evoluciones sobre el teclado del muy dotado georgiano Sandro Gegechkori, que dibujó con precisión, arrebato y excelente técnica el “Concierto nº 1″ de Chaikovski. Se apreció desde la misma saltarina exposición del primer tema –que surge luego de la ampulosa y conocida introducción a la obra- que estábamos ante un artista muy seguro de sí mismo, sin problemas en la digitación y embebido en su juego. Hizo ostentación de un sonido claro, de un fraseo bien cincelado y de unas octavas fulgurantes, en ocasiones excesivamente presurosas con la consiguiente pérdida de claridad.
En la extensa cadencia domeñó un tanto sus juveniles impulsos y mostró sus dotes, ensimismándose en su juego. Pasajeros desajustes en las maderas. El “tourbillon” del “Allegro con fuoco” fue expuesto con brío, claridad y presteza, con una orquesta dócil y bien moldeada por el director, que se ajustó a las centelleantes propuestas del solista, cada vez más acelerado y que, ante la catarata de aplausos y bravos, regaló dos bises hispanos: la “Danza del fuego” de “El amor brujo” de Falla, tocada mecánicamente, sin ninguna gracia, casi una caricatura, y una pieza popular de Montsalvatge.