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Fantasías y cuentos

Jaime Martín se sube a los atriles de la Orquesta Nacional
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La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Obras: de Luc, Saint-Saëns y Rimski-Korsakov. Piano: Bertrand Chamayou. Orquesta Nacional. Director: Jaime Martín. Madrid, 19-XI-2022.
Hace pocos días, y lo reflejábamos en estas mismas páginas, escuchábamos en el mismo escenario “Scheherazade” de Rimski-Korsakov por la Orquesta Sinfónica de Madrid dirigida por la joven Tianyi Lu. Los designios del destino han hecho que horas más tarde nos topemos de nuevo con la misma partitura, en esta ocasión en los atriles de la Nacional y con la batuta blandida en esta ocasión por el cántabro Jaime Martín, principal director invitado.
Martín es un director que tiene ya un poso importante y que va situándose en el podio cada vez con mayor aplomo seguridad y con criterios más firmes. Posee una gestualidad muy suelta de movimientos francos y claros, de brazos muy abiertos, que se mueven cadenciosos a impulsos del discurrir de la música. Poco a poco ha ido puliendo y refinando el braceo al tiempo que va penetrando con mayor rigor en los pentagramas. Estas virtudes las ha puesto de relieve en la sesión que comentamos y precisamente con la composición de Rimski, que tuvo aquí una interpretación más contrastada, vigorosa, ajustada y coherente y, en muchos momentos, de un sabor lírico y sobre todo un toque poético más reconocibles.
Todo fluyó con naturalidad envuelto en la atractiva y muelle sonoridad de una Nacional en excelente forma, afinada y compacta. En “El mar y el barco de Simbad” apreciamos un tratamiento dinámico variado y justo. “La leyenda del príncipe Kalendar”, en donde lució el fagot de Enrique Abargues –como ejemplo del nivel alcanzado por los demás-, más allá de pasajeras borrosidades, fue rematada por un electrizante “crescendo”. El joven príncipe y la joven princesa” nos ofreció entre otras cosas una admirable actuación de los chelos. En el último fragmento, en el que el fragoroso mar se enseñorea del cuento y en el que se produce el naufragio, hubo quizá exceso de decibelios y ciertos atropellamientos, pero la segura batuta puso las cosas en su sitio y todo acabó mansa y poéticamente.
Y, como es preceptivo, escuchamos a lo largo de la historia la voz solista de la narradora, en este caso personificada en el violín del concertino Miguel Colom, de sonido purísimo e igual, afinación irreprochable y elegancia en el dibujo, con sobreagudos de extraordinaria sutileza, más delicados y evanescentes que los de su colega Gergova, de sonoridad más redonda y perfumada sin embargo. Con todo ello la versión tuvo un calor y un desarrollo de altos vuelos; para disfrute de un público, que casi colmaba la sala.
Se aplaudió también el estreno de “Profondissima quiete” de la italo-argentina María Eugenia Luc (1958), en la que se trabajan los colores orquestales en busca de una exploración de los límites de la percepción del tiempo. Es hábil a la hora de expresar emociones a través de una compleja red de ejes rítmicos simultáneos. Admiramos la sonoridad lunar, la tímbrica evanescente, las refinadas melopeas, la iridiscencia del espectro, las gradaciones dinámicas. Todo a partir de la poética de Leopardi en busca de “sensaciones de eternidad e infinito, de soledad y de silencio sobrehumano”, como recuerda en sus notas Teresa Cascudo.
Entremedias escuchamos una magnífica y colorista versión del “Concierto nº 5″ de Saint-Saëns, el llamado “Egipcio”, tocado sin un fallo y con un espíritu espumoso de contagiosa vitalidad por Bertrand Chamayou, decidido y fantasioso. Muy buen entendimiento con Martín y la Orquesta. Ante el clamor el pianista concedió un bis: el “Preludio” “La niña de los cabellos de lino” de Debussy, regalado asimismo días atrás en el mismo Auditorio, de forma más etérea, por por Pérez Floristán.