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Lucero Tena ameniza la Pascua en el Teatro de la Zarzuela con unas calurosas castañuelas navideñas

El histórico Teatro festeja la Navidad con un concierto al que asistió un público que vibró con las romanzas, los pasajes orquestales y los dúos
Teatro de la ZarzuelaTeatro de la Zarzuela
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Cono acostumbra por estas fechas, el histórico Teatro de la Zarzuela ha celebrado la Navidad con un concierto específico, al que asistió un público caluroso y jacarandoso, que se lo pasó la mar de bien escuchando las romanzas, los dúos, los pasajes orquestales y la exhibición a las castañuelas de la veterana, y siempre tan dispuesta, Lucero Tena, que, a sus 85 años, mostró de nuevo su habilidad con los palillos. Tras un bien acentuado “Preludio” de “La alegría de la huerta” de Chueca, en el que García Calvo, siempre atento y flexible, supo imprimir el garbo adecuado, entraron en acción las voces en el dúo de “Katiuska” de Sorozábal. Y pudimos ya apreciar sus respectivas características actuales y definitorias, en línea con lo que ya sabíamos de ellas. Ignacio es una soprano lírico-ligera de buen metal, agudo pleno y fácil, calurosa emisión y entrega por derecho. Pero anda mal en la zona inferior, con una primera octava un tanto deslucida y apagada. En el centro, aquejado a veces de resonancias nasales, y agudos muestra un peligroso vibrato que descoloca no poco el sonido. Aunque es artista expresiva.
Rodríguez mantiene sus constantes, conocidas ya desde su época de corista: voz baritonal de carácter, oscura, de anchurosa emisión, resonancias plenas (con la cabeza curiosamente levantada), buen volumen, igualdad de la gama, con la columna de aire siempre bien apoyada, homogeneidad de color, pasaje bien resuelto y agudos plenos y rotundos (Fa y Sol sin problemas). Actúa entregado y expresa con calor. No es un cantante refinado, un “fraseggiatore”, y es a veces algo tosco, pero su canto sincero llega de manera muy directa. En ocasiones utilizó la partitura. Hay que tener en cuenta que a última hora hubo de sustituir al previsto y enfermo Carlos Álvarez.
Los dos cantantes se lucieron en el dúo de la obra de Sorozábal y en el cascabelero de “Château Margot” de Fernández Caballero, resuelto con la debida gracia y subrayado por la orquesta. Lo hicieron más tarde con el de “La Marchenera” de Moreno Torroba y particularmente en el de “La del Soto del Parral” de Soutullo y Vert, “Ten pena de mis amores”, en el que la soprano, falta de tinte dramático, quedó más oscurecida. Aunque previamente, pese a sus limitaciones, había perfilado con donosura y brillo “Bendita Cruz” de “Don Gil de Alcalá” de Penella. Antes había esbozado con gracia, y unos pasos de baile, la romanza de “María la O” de Lecuona.
Rodríguez se lució poderoso en la romanza de Vidal de “Luisa Fernanda” donde evidenció su solidez emisora, su empaque y su firmeza. Ratificadas en “Ya mis horas felices” de “La del Soto el Parral”, con buena colocación e ímpetu a prueba de bomba. En todos los casos García Calvo atendió con cuidado a las voces y dio salida a los previstos solos instrumentales, como el del pulcro concertino Víctor Arriola en la romanza de Lecuona. Y acompañó afectuosamente a Lucero Tena en una de sus acostumbradas exhibiciones, con el “Intermedio” de “La bodas de Luis Alonso” de Giménez y el “Fandango” de “Doña Francisquita” de Vives en los atriles. La ya anciana, pero despierta instrumentista volvió a poner de manifiesto su virtuosismo, su curiosa manera de conseguir efectos dinámicos con sus castañuelas, siempre servidoras de un impecable norte rítmico. Hasta el punto de que al final ofreció un solo “a cappella”, como ella misma anunció. Hubo felicitaciones micrófono en mano y dos bises a dúo de “La Revoltosa” de Chapí y de “La del manojo de rosas” de Sorozábal, con las dos voces generosamente entregadas. Las palmas echaban humo.