Arctic Monkeys, rock oscuro casi negro
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Hay bandas que pasan una vida entera intentando hacer lo que Arctic Monkeys, con 27 años, han logrado cinco veces. Hacer un buen disco de rock & roll no está al alcance de todo el mundo, pero conseguir mantener el interés cambiando sin dejar de ser inconfundibles y lograr vender millones de copias... que les pregunten a The Strokes o a Kings of Leon cómo de difícil es eso. Los chicos de Sheffield acaban de publicar «AM» (Domino-Pias), un disco con las siglas del grupo, una declaración de intenciones para un trabajo soberbio de esos que cada vez que se escuchan se hace mejor. Van sobrados y ya no necesitan tocar muy rápido para ser ellos. La prueba de su fuerza es que en su visita a pabellones deportivos en Madrid (15 de noviembre) y Barcelona (16) y las entradas están casi agotadas.
Al teléfono, Nick O'Malley confirma lo de la velocidad: «Creo que tienes razón. Este disco no es tan rápido porque queríamos un álbum en el que, para apreciar la riqueza de cada canción no necesitases estar moviendo las caderas, y en cambio, sí requiera por nuestra parte tocar como un grupo compacto. Pero hacer bailar a todo el que venga a nuestro concierto era antes muy importante y todavía lo sigue siendo». Tras estos años en la élite, indiscutiblemente se han vuelto mejores músicos. «Desde luego. Ya no tenemos prisas». En este último trabajo, comparado con el de su debut, el (¿se puede calificar de histórico a un disco que tiene 8 años?) ya emblemático «Whatever People Say I'm, That's What I'm Not», el medidor de «beats» por minuto se ralentiza hasta coquetear con los ritmos negros y el R&B. «Por supuesto que hay influencia de la música negra, porque nos encanta. Somos grandes seguidores del hip-hop y estuvimos trabajando mucho para poder introducirlo en nuestras canciones sin, claro, ponernos a hacer ahora rap metal», señala O'Malley. Hay en este último disco un sorprendente «groove» y líneas de bajo que marcan tiempos como un dj de rap. Un bombo y caja que funcionan a veces como un metrónomo pesado («Do I Wanna Know?») y otras como una apertura juguetona que atrapa al segundo, como el demoledor inicio de «Fireside». Sin embargo, la apariencia es la de un disco de rock clásico, sin apellidos, en el que hace falta detenerse para apreciar los detalles, y mejor si se está avisado, porque el trabajo, de repente, es como si tuviera un ángulo muerto que había pasado desapercibido.
-¿Cómo han logrado introducir esos «beats» en las canciones sin cambiar su apariencia rockera?
-Nos ha costado mucho trabajo, ha sido todo un reto, pero creo que una vez teníamos terminada «R U Mine», seguimos esa línea de trabajar que se acercaba al R&B, ya sabes... como Destiny's Child. Queríamos abrir las ventanas y acercarnos a eso.
-Si hubiera estado un día entero citando nombres de grupos que les pudieran influir, nunca habría dicho Destiny's Child.
-(Risas) Lo comprendo, tío, pero están ahí, créetelo.
Es como si los insultantemente jóvenes Arctic Monkeys hubieran pasado por la academia musical a la que nunca tuvieron necesidad de ir, y puede que esa escuela se llamase Josh Homme (líder de Queens of The Stone Age) con quien trabajaron para «Humbug» y «Suck It and See», y en un par de canciones para «AM». «Josh ha sido muy importante para nosotros, porque nos ha enseñado una infinidad de cosas, como su estilo único de grabar las voces, sus gustos musicales y un enorme conocimiento como ingenero de sonido. Es increíble su manera de introducir las baterías o las guitarras y grabarlas. Hemos aprendido mucho de él, desde luego, es un músico impresionante», asegura O'Malley.
Hay otro cambio notable en la manera de hacer del grupo, como el trabajo en las voces y los coros y el falsete de Alex Turner. «Sí. Hay partes habladas, momentos en los que cantamos los cuatro, y, cuando en algún tema parece que cantan chicas, no lo son: somos nosotros y nos ha costado millones de horas de ensayos, pero parece que ya, por fin, sale bien».
Ya se sabe: el segundo disco de una banda es el difícil, el tercero, el de la confirmación, al cuarto no le hace caso nadie, y el quinto... ¿el de la madurez? «Bueno, se puede decir, pero sólo de alguien que nos conozca en persona, porque tenemos un estilo y una forma de pensar y de ver la vida muy joven, al igual que por nuestras experiencias, que son las que se filtran en las canciones. No creo que oigas el disco y pienses en tipos de 40, ¿verdad?». En absoluto, porque las letras del álbum, el que les ha devuelto al «Top-10» de ventas en EE UU y casi destrona en rapidez de ventas al «Random Memory Access» de Daft Punk, siguen hablando de chicas y de esos mensajes que mandas al móvil de alguien cuando, en realidad, deberías irte a dormirla.