Auditorio Nacional

Crítica de Torres y Afkham: Líricas y emotivas contemplaciones

Concierto de transfiguración, de elevación poética y de arrebato amoroso y desgraciado

El director de la Orquesta Nacional, David Afkham
El director de orquesta David Afkham, en una imagen de archivoArchivoArchivo

Obras de Torres, Brahms y Chaikovski. Solistas: Margarita Rodríguez (soprano), Okka von der Damerau (mezzo), Iñaki Alberdi (acordeón) y Ángel Luis Quintana (chelo). Orquesta y Coro Nacionales. Director: David Afkham. Auditorio Nacional, 3 de marzo de 2024.

Concierto de transfiguración, de elevación poética y de arrebato amoroso y desgraciado. Ondas poéticas y musicales derramadas a manos llenas en este enjundioso concierto inaugurado por la música de Jesús Torres (1965), compositor que ha llegado en este momento de su carrera a un grado de madurez envidiable. Ya en sazón cuando en 2016 compuso su doble concierto para violonchelo y acordeón y que ahora hemos escuchado de nuevo. Es una partitura trazada diríamos que con unción sobre versos de Hildegarde von Bingen (1098-1179), una dama medieval poseedora de múltiples saberes.

La composición, escrita para acordeón y chelo solistas y un amplio conjunto de cuerda, nos ofrece un amplio recorrido emocional por distintos aspectos y pensamientos de Von Bingen. Aparece dividida en cinco partes: “O vis eternitatis” (¡Fuerza de la Eternidad!), “O cruor sanguinis” (¡Sangre derramada!), “Vivificans vita” (Vida que da vida), “O ignee spiritus” (¡Espíritu ígneo!), “Speculum lucis” (Espejo de la luz). Para cada una de ellas Torres tiene el acento, la elaboración, la construcción, la línea musical adecuada elaborados en un lenguaje de atractivas luces, de pasajeras e insinuadas volutas melódicas, de planos y contrastes muy sugerentes y envolventes.

Hay numerosas alternancias y un clima de rara calidez y de estimulante lirismo, que resumen muy bien estas palabras de Alberto González Lapuente en las notas al programa y referidas al quinto y resumidor movimiento, “Speculum lucis”: “aproximación simbólica de un estado de elevación mística a partir de una melodía diatónica y accidentada del violonchelo sostenida, sobre acordes de la orquesta, con los violines en un registro muy agudo”. Alusión instrumental a eso que podríamos llamar paisaje interior. Aunque a lo largo de la obra hay numerosas alternancias en las que los solistas pueden mostrar su virtuosismo, el clima general es el de una bien elaborada dimensión poética.

Un aspecto que viene anunciado en las dos adaptaciones del propio Torres de dos números del compendio de Von Bingen “Symphonia armonie celestium revelationum”, que recopilaba setenta y cinco advocaciones destinadas a las monjas benedictinas: el responsorio “O vis eternitatis” y la antífona “Spiritus sanctus vivificans vita”, cantadas con suavidad y finura por el coro, bien modelado por Afkham.

La inmersión en el subyugante mundo de Von Bingen pudo llevarse a cabo también por la exquisita y nada fácil labor llevada a cabo por la Orquesta, por el gesto suave y regulador de Afkham y por la justeza, eficacia y virtuosismo desplegados por los dos excelentes solistas. Alberdi, sobrio, sereno, expresivo y seguro proporcionó la base muelle sobre la que se movió de manera admirable Quintana, que afrontó sin pestañear, demostrando que está en plena forma en el momento de su anticipada jubilación, las innúmeras dificultades -spiccati, dobles cuerdas, saltos interválicos, ataques fulmíneos, pasaje vertiginosos- planteadas por el compositor y que en el estreno de 2016 afrontó otro gran chelista, Asier Polo.

En la segunda parte escuchamos la Rapsodia para contralto y coro masculino de Brahms, una obra que eleva a las alturas la poesía de Goethe y que en esta ocasión nos fue brindada de forma más bien prosaica. La solita, la mezzo, que no contralto, Okka von der Damerau, mezzo que no contralto, experta wagneriana, exhibió un atractivo y carnoso centro, pero sus graves son problemáticos y su canto falto de fantasía. Coro masculino cumplidor. La imaginaria batuta de Afkham se encontró más a gusto en la flamígera, intensa y dramática Francesca da Rimini de Chaikovski. Dirección segura, explosiones bien reguladas y extroversión. La gran frase lírica que explota el amor de los jóvenes amantes, Francesca y Paolo, fue estupendamente delineada y cantada.