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Selvático animal

Denom: «Pasar tanto tiempo en la calle te enseña a no prejuzgar a las personas»

Denom, cantante de rap.
Denom, cantante de rap.Jesús G. FeriaFotógrafos

Nacido en Madrid en 1991, Denom –nombre artístico de Lucas García Palacios– lleva cuatro discos publicados. El último, «Kintsugi», vio la luz a principios del verano y está ambientado en Japón, y el rapero consiguió, increíblemente, que en los distintos videoclips participasen miembros de la yakuza. Tiene una media mensual de 420.000 oyentes en Spotify y cuenta con más de 150.000 seguidores en Instagram, algo que en su caso tiene el triple de valor porque la suya es una hermosa historia de superación personal: hablamos de alguien que abandonó la casa familiar con solo 13 años y tuvo una adolescencia descarriada y a la que no le faltaron episodios de violencia: «En mi casa nunca hubo marcas ni lujos, porque no nos llegaba –afirma–, pero yo tenía muy cerca a personas que sí que podían gozar de ciertos lujos y eso generó en mí un: ¿y por qué yo no? Fue aquella pregunta la que me llevó a pasar por situaciones de todo tipo, desde la venta de un montón de cosas a vivencias al límite. Por suerte, nunca tuve una adicción grande más allá de los canutos, pero mis amigos y yo éramos muy punkis. Uno acabó en el psiquiátrico por un mal viaje y otro –y aquí el tono se endurece– se suicidó». El graffiti, primero, de donde viene su alias –«buscaba un nombre y la unión de esas letras me encantó»– y el tatuaje después lo apartaron del lado oscuro: «Antes de vivir de la música fui tatuador. Un tatuador muy “underground”, la verdad, porque no tenía redes sociales, que es donde se publicitan ahora todos los tatuadores, y me tuve que buscar la vida. Pero como estuve tanto tiempo en la calle, tenía contactos de todo tipo y me venía un montón de gente a tatuarse, trabajadores y trabajadoras de la calle. Yo iba directamente a sus casas y me tiraba todo el día tatuando». Y la música llegó de una manera casi accidental, pues empezó como un entretenimiento; en un principio, bajo el nombre de Lukinasmalaruinas: «Tenía canciones, incluso alguna maqueta, que tuve que subir a los canales de algunos amigos porque yo entonces no sabía ni cómo funciona Youtube. Disfrutaba de la calle y del momento en sí de hacer música, pero no lo hacía para darla a conocer. De hecho, no me planteé en ningún momento que de eso se pudiera vivir. No sabía, fíjate, que La Polla Records o Violadores del Verso ganaban dinero con la música. Pero algunos amigos subieron canciones mías a internet y empezaron a tener cierta repercusión, y ahí sí que me entraron ganas de mostrar al público lo que hacía. Aunque fue un poco casual, ya te digo, no lo busqué».

Con la yakuza

Lo que no ha sido casual es la elección del título de su cuarto disco, en cuya portada aparece un corazón de cerámica con letras japonesas y unos surcos dorados: «El kintsugi –explica– es un arte japonés que se basa en reparar con oro cerámicas antiguas y de esa forma generarle un mayor valor a la pieza, y yo creo que la música hizo en su día el kintsugi conmigo. Es decir, reparó muchas heridas. Y con este disco he llegado a conocer otra parte de mí: la del perdón, la de asumir ciertas cosas, la de curarme». Habla de dolor, introspección y aceptación: ¿esas tres palabras resumen la filosofía del disco? «Pues un poco sí –asiente–. A una persona que fue importante en mi vida le gustaba mucho la cultura japonesa, el anime, la comida. En aquel momento no me llamaba tanto la atención, pero pasaron los años y nació en mí la necesidad de mantener esa parte de mi vida de un modo romántico. Simplemente quería añadir ciertos diálogos en japonés de algunas películas que me recordaban a esa persona y a esa época, pero poco a poco la cosa fue a más: venga, vamos a meterle un arpegio japonés, vamos a jugar un poco con otros aspectos de esa cultura… El disco está grabado en España, pero todo el arte lo hemos hecho en Japón y está basado en ese país». Aunque lo que lo convierte en un trabajo único es que los videoclips están rodados en Japón con miembros de la yakuza, una cosa loquísima. ¿Cómo lo consiguió? «Pues un contacto te lleva a otro –relata sin darse importancia–. El que es abogado conoce a jueces, y yo conozco a otro tipo de gente, ja, ja, ja. Una cosa que me ha enseñado la vida es que el más gánster puede ser el más respetuoso. Al que le ha tocado de verdad bregar y estar en ciertos entornos, al final ha vivido tanta maldad que guarda mucho las distancias y observa a la persona que tiene enfrente. Pasar tanto tiempo en la calle te enseña a no prejuzgar a las personas. Y esa ha sido un poco la cara que me han dado a mí los miembros de la yakuza a los que he conocido. Primero te observaban y en cuanto veían cómo eres empezaban a dejarse ver tal y como son y a mostrarte su respeto. Son personas –prosigue– que en su cultura están muy en la sombra y cuando se ha hecho una película sobre ellos nunca se ha contado con miembros reales y ni se han molestado en indagar cómo son sus costumbres, por eso se han quedado siempre en la superficie y en los tópicos. En ese sentido, yo los vi muy agradecidos. Hay una escena en uno de los vídeos que es un ritual de cuando una persona entra en la yakuza, y fliparon por el hecho de que supiéramos cómo teníamos que colocar cada cosa, cómo iban sentados cada uno, todo el ritual. Aprendimos cómo se hacía y lo hicimos desde el respeto».

«Una cosa que me ha enseñado la vida es que el más gánster puede ser el más respetuoso»

Todas las canciones de «Kintsugi» desembocan en la idea de la superación: «Creo que dentro del disco hay un ascendente en curación y aceptación –resume Denom–. En las primeras canciones puedes captar más el desgarro, la tristeza y mi propio desamparo, y en las últimas ya vas viendo un poco más de fuerza, de seguridad e incluso de alegría. Hasta llegar a la última, “Kintsugi”, que la considero muy alegre y en donde me fijo en otros problemas. Es como haber pasado de no saber a quién puedes querer, o si puedes querer siquiera, o si has perdonado o no, a no centrarte tanto en el amor o el desamor, sino en otras cosas que te va trayendo la vida», concluye.

Denom, cantante de rap.
Denom, cantante de rap.Jesús G. FeriaFotógrafos

Entre versos y katanas

Javier Menéndez Flores

Chillaban las sirenas de los coches patrulla como un coro de demonios mientras corrías a través de la oscuridad con el corazón asomándote por la boca. Cada vez que esa imagen te golpea, y lo hace con insistencia, te persignas mentalmente por la inmensa suerte que has tenido. Te hablo de cuando a la vida había que darle fuego y no conocías otro modo de aplacar el río de ira que llevabas dentro que bailar breakdance o meterle caña de la buena al graffiti. Y al caer la noche, como quien ficha en la oficina, a ti y a tus colegas os tocaba ejecutar la danza de los locos de atar a la vera de cualquier precipicio que os saliera al paso.

Uno es siempre uno, Lucas, claro que sí, pero eso no significa que no hayas sido legión: el cowboy sin revólveres; el espadachín sin espada; el que se dormía indefectiblemente en clase de matemáticas; el que pilotaba un trineo en una pendiente sin nieve; el que en la estación de Villalba, en compañía del Juanlu y del Canijo, tan desnortados y tan solos como tú, observaba pasar los trenes igual que quien siente que las oportunidades se le escurren siempre entre los dedos como peces ingobernables. ¿Y por qué diablos os iba a importar el mundo si a él vosotros parecíais darle igual? Os bastaba con manteneros erguidos y burlar con ingenio el aire que venía de la sierra, que el muy cabrón cortaba como una ídem.

La memoria es un batiburrillo de olores y canciones. Allá lejos, muy atrás, están Eskorbuto y Extremoduro y Marilyn Manson y Sabina y Camarón. Después llegaron Daddy Yankee y Vico C, pero también Charlie Hijos Bastardos, Mitsuruggy, La Calle Familia y tu Félix, que te dio buen fuelle. Y acuérdate de cuando mangabais sprays y del placer que te producía ver tus obras de arte expuestas en el mejor museo del mundo, la calle, que es de todos. O de las miles de horas dibujando pieles humanas como un modo de mantenerse alejado de los seductores labios del pecado. Hasta que una parte de ti empezó a sonar y ya no se detuvo nunca. Y después llegaron la sangre y la medicina y, por fin, entendiste que la cosa iba en serio.

En el último año has aprendido que la cerámica sangra y que puede llorar, pero también que es posible reparar sus heridas con generosas inyecciones de amor y esfuerzo. Y ahí tenías las películas del Studio Ghibli para espolear la imaginación y el sushi que se deshacía en el cielo de la boca, pero también la dinamita pura de «Kill Bill» (durísimo, Lucas, bro). Hace ya años que sabes que en los procesos de creación hay que hurgarse bien dentro sin miedo, hacerse una colonoscopia si hace falta, porque solo pueden defenderse con convicción las obras que nacen de aquellos lugares que más nos asustan.

Hay muchas cosas que desconoces, pero también albergas algunas certezas. Por ejemplo, que en el parque del Toril, en Galapagar, y en ese otro que está junto al restaurante Yusta, en Colmenarejo, la vida era sencillamente perfecta. A veces vuelves a visitar las canciones primitivas de Natos o el «Salgo a la calle» de Elektroduendes y es como quien regresa a la casa de la infancia tras una larga estancia en el extranjero y nota un intenso calor en la garganta. Y si llueve mucho y estás agotado, cierra los ojos y deja que te bese aquella chica que no has vuelto a ver, la Punki la llamabais, que estaba tan loca como tú pero siempre será la más bonita del mundo.