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Egipto sevuelve gay

De Lleó. Voces: S. Fernández, I. Mentxaka, M. Esteve, A.Sánchez, J.Rodríguez-Norton, E.Viana, I.Ballesteros, etc. Coro de la Comunidad de Madrid y Orquesta Sinfónica Verum. Escenografía: D.Bianco. Dtor. de escena: E.Sagi. Dtor. musical: C.Cuesta. Teatros del Canal. Madrid, 4-V-2014.
La Razón

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Tenía auténtica curiosidad por ver la producción de «La corte del faraón» que Emilio Sagi había presentado en Bilbao y Oviedo con buena aceptación por parte del público y opiniones contradictorias de aficionados amigos. Generalmente me convencen los trabajos de Sagi en ópera y más si se encuadran en el género cómico y por ello esperaba pasar un rato más que divertido. Sin embargo no fue así con lo que realmente es la obra de Guillermo Perrín, Miguel Palacios y Vicente Lleó. De hecho se me escapó algún que otro bostezo y hasta casi una cabezada.Recordemos que el texto narra la historia del casto José, un esclavo hebreo que es comprado para Putifar, general egipcio que perdió el pene en una batalla, a fin de que sirva a su mujer, con quien acaba de esposarse y a quien obviamente no puede satisfacer sexualmente. Ésta desea consolarse con José, pero éste es casto. Se quiere vengar acusándole de intento de violación, pero el faraón deja el juicio en manos de su esposa, quien también se queda prendada del esclavo. Sagi le da la vuelta a esta especie de zarzuela-opereta-revista para convertirla en un espectáculo eminentemente gay. El faraón resulta una reinona reprimida que gobierna una corte con poses gays en sus movimientos y danzas, muy especialmente los de los esclavos de Putifar, y la intervención de Sul en la célebre «Ay babilonio...» responde a un clarísimo número de drag queen. Sagi se ríe además mezclando los cuerpos atractivos de José o Putifar con los más rellenos de los sirvientes. La primera hora trascurre tediosa, entre otras cosas porque sin subtitulación no siempre se entiende el texto y, sobre todo porque, por buscar esqueletos, se olvidan los cantantes y porque la orquesta, los coros y su dirección no alcanzan el mínimo obligado para una capital. Viene luego el número «drag queen» de Enrique Viana, en los que ofrece parte de su bien nutrido catálogo lírico-cómico con la excusa de cantar y hacer cantar . Es entonces cuando éste –y uno mismo– despierta y ríe a pierna suelta, pero la gracia y el histrionismo de Viana, maestro en esto como pocos, no debería ser el sustento de toda la corte del faraón.