Teatro Real

El caso Livermore

La Razón
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El título refleja solo parte de la problemática por la que atraviesan desde hace décadas muchas instituciones musicales del país.

¿Quién tiene razón: Livermore o la Generalitat valenciana? Él fue contratado como regista para les Arts por Helga Schmidt. Schmidt amaba tanto este teatro como para rebajarse su sueldo a un tercio de los 180.000€ de su contrato para no superar al del señor presidente. Ya seriamente enferma quiso renunciar, se lo impidieron durante un año y, en esto, llegó el registro del teatro con decenas de furgones de policía y hasta helicópteros. Un desbordamiento político que esperemos se desvele en el próximo juicio oral. Al salir recomendó como director a Livermore y éste, dada la situación, exigió poder compatibilizar el cargo con su carrera. Se le prometió que sí, que se modificarían los estatutos. Así durante dos años y ahí están las cartas entrecruzadas para demostrarlo. Siempre he afirmado que el intendente de un teatro no debería ser un director escénico o musical, sino un gestor. Pero, si se elige a uno de ellos con renombre y carrera, es inviable pretender la renuncia a ésta cambio de 65.000€ brutos al año, porque estalla. En estos casos se especifica en contrato cuántas obras puede dirigir al año dentro y fuera. Carece de sentido y obliga a quien así es fichado a que acuda a subterfugios conocidos en el mundo musical pero no en el político. Livermore logró superar en mucho la cifra indicada –pactó supuestamente 135.000– pero no le bastó. Por tanto, tiene y no tiene razón. Cómo estarán echando de menos a Schmidt y qué desastre fue Catalá, a cuya gestión puede imputársele gran parte del lío actual. Ahora se habla de eliminar el cargo de intendente para desdoblarlo en un director general y un director «creativo». Por favor, déjense de inventar. Siempre los nombres... como lo que se hizo en el Real para echar a Helena Salgado. Para colmo se vuelve a hablar de esos concursos que los políticos usan para nombrar a quienes quieren sin aparentemente implicarse. Señores ¡es su responsabilidad! Nombren a dedo y asuman sus nombramientos.

Pero no es solo esto: hay que reformar las instituciones. No se puede aplicar la ley general de contrataciones del Estado para contratar un cantante. En esto, que lo sufren también otros teatros, tiene razón Livermore. ¿Es lógico que las taquillas o las aportaciones privadas acaben en la caja de Hacienda y no en la de los teatros? Resuélvanlo de una vez, que para eso les pagamos. Entiendo que muchos nombramientos no conozcan el medio donde aterrizan, pero han de tener inteligencia para crearse dos patas: un experto en los recovecos técnicos del medio y otro experto en el propio medio artístico, y ambos de plena confianza. Así no se metería tanto la pata. Y hay quien, aviso, está a punto de hacerlo.