Buscar Iniciar sesión

El Primavera se acerca a los 200.000 espectadores

Beach House y Animal Collective centraron la madrugada del viernes, todavía bajo el embrujo de Radiohead
larazon

Creada:

Última actualización:

Beach House y Animal Collective centraron la madrugada del viernes, todavía bajo el embrujo de Radiohead
Hablar de récords en el Primavera empieza a ser aburrido, como estudiar cada día las hazañas de Alejandro Magno, el grande. Y grande es este festival, que este año superó los 200.000 espectadores. Alejandro hubiese llegado a Japón, incluso hubiese descubierto América con tanta gente. El 52 por ciento del publico era extranjera, de más de 140 nacionalidades. ¿Tantos países hay? La verdad es que hay mucho extraterrestre en el Primavera, pero supongo que cuentan como ingleses colocados. «No estamos haciendo una carrera», dijeron desde la organización. Puede, pero igualmente están ganando.
La ultima jornada empezó como acabó la anterior, hablando del impacto emocional del concierto de Radiohead, cuya última hora se recordará durante tiempo. Desde el público cantando espontáneamente, todos a un tiempo, «Karma Police» una vez acabó la canción, ante el pasmo de Thom Yorke, a ese final con la recuperación sorpresa de «Creep» no hubo descanso.
La noche continuó con The Last Shadow Puppets, jóvenes ingleses jugando a ser Scott Walker, vestidos con trajes. Parecían hooligans disfrazados en una despedida de soltero, pero la mímica sesentera la bordan. Al mismo tiempo, Animal Collective, más barrocos, ácidos y electrónicos que nunca demostraron que la inspiración es un bichito cuya enfermedad sólo dura unos pocos años. Qué pena. Por su parte, Beach House y sus ensoñadoras melodías que te llevan a un glaciar ártico que se deshace, lograron que el público se ahogase en sus miserias, pero creyesen en la resurrección.
La jornada del viernes empezó con el intimismo cabaretiano de Baby Dee, quien aseguró que nunca había tocado ante tanta gente, a los exóticos y ruidistas Boredoms, japoneses que deben saber a lo que suena el fin del mundo. El público escuchaba sumergido por el ruido del Apocalipsis. El juego de luces doradas, que apuntaba a la gente, hacía que todos tuvieran reflejos amarillos en la cara. «¡Dios, una epidemia de malaria!», dijo uno con cara de tener dolores tremendos al orinar. La verdad es que ese era el efecto, y los múltiples tambores atronadores lo corroboraban.Ya en el escenario grande, Wild Nothing, con un indie pop nostálgico, pusieron un poco de ternura a la atmósfera. Cuatro niñas jugaban al pilla pilla y la más pequeña, harta de no pillar a nadie, se sentó en el suelo y empezó a recoger piedras. Ay, la nostalgia del futuro, eso es el pop y esas niñas, sin quererlo, formaban el mejor videoclip de la historia. Los niños, qué bonito, Sus padres les señalaban el escenario para que mirasen, pero ellos no lo hacían, como si la música tuviese que verse.
A continuación le tocó el turno a Manel, también con la mayor audiencia que hayan tenido nunca. No es nada raro, para eso están los festivales, para sumar, «¡juntos siempre seremos más fuertes!». Con «Boomerang», Manel demostró que algo tienen que les hace ser como ese hermano mayor que los pequeños escuchan y creen e imitan.
En el escenario Adidas, U.S. Girls se quejaron que por qué nadie le había dado unas zapatillas de la marca deportiva. «Vamos, deberían daros zapatillas a todos», dijeron, !y sino revolución! No hubo revolución, siguieron tocando. La marca deportiva ha hecho posible que viajen 10.000 km de Toronto a Barcelona y puedan tocar ante 2.000 personas, pero quieren zapatillas. Son como Siouxie & The Banshees, con la misma actitud, teatralidad y sonido pero sin el talento. A su lado, música negra con un poco de electro funk y mensajes positivos. «No falléis nunca a vuestra familia y amigos, porque ellos son los que os han llevado hasta aquí!». «Pues yo he cogido el metro», dijo un gracioso que arderá en el infierno por burlarse de los mensajes positivos. Sí Prince levantase la cabeza, menudo susto nos llevaríamos todos. Estos Dâm-Funk no hacen vudú precisamente. Si al menos hiciesen vodka.
Más resolutivo fue el power pop de The Chills y Autolux, indie rock a la estela de unos más dinámicos Yo la Tengo, pero a esas horas la avalancha para ver a Brian Wilson los dejó sin público. Menudo viaje espacio temporal, desde el minuto uno, con «Wouldn’t It be nice», para recuperar la cima de los Beach Boys, su disco «Pet Sounds». Las mismas armonías vocales, las mismas barrocas melodías, fue como si Wilson fuese una especie de Marty McFly para regresar al futuro. En una época que se valora más el volumen que el contenido, su delicadeza y detallismo armónico demostró que callar y entusiasmarse es mejor que gritar. ¡Viva el amor, no! Sí, sobre todo que no muera.Con «Sloop John B.», la gente empezó a bailar, fatal, como si fueran sus madres en una boda, pero fue fantástico ver 40.000 personas celebrando que en el fondo son tan viejos como sus padres. «Y ahora toca la cara B», coreó un Wilson eufórico, mientras un globo de Dora la Exploradora se perdía por las nubes y «God Only knows» ponía los pelos de punta. ¿Dónde estaba la gente que no estaba aquí? En un sitio peor, sin duda.
Y entonces llegaron Los Chichos y empezó el aquelarre. Cuando cerraron con «Ni más ni menos», todos eran hijos de la calle.