Música

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El salvaje Berlín oeste

El documental «B-Movie, Lust & Sound in West Berlin», que se proyecta en el festival Beefeter In-Edit, se asoma a la efervescencia creativa de una ciudad dividida y desbocada, antes de la caída del Muro, que definió la música del final del siglo XX

«Berlin calling». En la imagen, Mark Reeder (protagonista del documental) y Muriel Gray, durante la grabación de un programa de televisión, en el Berlín de los 80
«Berlin calling». En la imagen, Mark Reeder (protagonista del documental) y Muriel Gray, durante la grabación de un programa de televisión, en el Berlín de los 80larazon

Es el pasado, pero parece ciencia ficción: la década de 1979 a 1989 fue un tiempo vibrante para una generación de artistas que tenían en el Muro la garantía de su libertad absoluta, gracias a la cual definieron la música de finales del siglo XX.

La caída del Muro de Berlín fue una feliz noticia. ¿Para todos? No para el músico y productor Mark Reeder: «Nosotros no queríamos que cayera. El Muro era nuestro seguro de vida en el Berlín occidental, era el marco para nuestra libertad ilimitada. A nadie le importaba qué había al otro lado de nuestro gran patio de juegos», explica el británico, que habla en nombre de los artistas que vivieron en la capital alemana cuando, en medio de un paisaje apocalíptico, definían la música del fin de siglo. «Todos los músicos tuvieron o deberían haber tenido una fase berlinesa. Iggy Pop y David Bowie; también Joy Division, Nick Cave, Depeche Mode y después New Order...», explica Reeder, protagonista del filme «B-Movie: Lust & Sound in West-Berlin 1979-1989», una de las historias más interesantes que acoge el Beefeeter In-Edit Festival, cita ineludible para los aficionados al documental musical.

Reeder dejó el «deprimente» Manchester donde triunfaban Joy Division porque escuchó un día a Tangerine Dream y a Einstürzende Neubauten y supo que tenía que ir a Berlín. «En mi ciudad, las fábricas cerraban, no había futuro ni prosperidad. Hacíamos música para escapar de allí, ir a Londres o adonde fuera». Sin embargo, en su lugar de acogida se daba el proceso contrario: «Iban jóvenes de toda Europa a expresarse y a ser libres creando. Yo llegué como un refugiado», rememora. Nuestro protagonista había formado un grupo de punk rock llamado The Frantic Elevators, y Manchester era el lugar indicado para tener éxito. Tampoco parecía buena idea dejar una ciudad con escena musical por un lugar convertido en escombros y tomado por cuatro ejércitos extranjeros, como si se tratase de una película de ciencia ficción. Pero, a pesar de todo, hizo la maleta y disolvió la banda. Al poco tiempo, su compañero en el grupo, Mick Hucknall, fundó Simply Red y se hizo famoso y millonario. Pero Reeder tomó la decisión correcta, ¿verdad? «Mick, mi amigo, es una persona maravillosa y no buscaba el dinero ni la fama, sino una manera de seguir cantando. Y le admiro por eso, aunque no sea fan de su música».

La capital alemana era una ciudad en estado de emergencia sexy. Una lugar sin ley en el que se vivía y gozaba con calderilla, eso sí, entre coches quemados, locos y deprimidos, extraños personajes crepusculares. Allí, en la década entre 1979 y 1989, la política trataba de dejarse de lado pero permanecía como un ruido de fondo. «A todas horas podías sintonizar las emisoras del ejército francés, el americano y el soviético –y también la BBC–, con toda esa propaganda», explica Reeder. En el documental también se asoma la amenaza de la lluvia ácida, que tuvo su esplendor cuando en 1986 explotaba el cuarto reactor de la planta nuclear de Chernóbil. «Mucha gente pensaba que el primer escenario de la tercera guerra mundial sería Berlín. Nadie quería ir, a menos que buscases ser un artista. Sin embargo, para los alemanes del Oeste, había un atactivo adicional. Vivir en la capital te eximía del servicio militar, así que todo el que no encajaba demasiado en ese prototipo, escapaba. Lo cierto es que estaba llena de esa gente que en sus lugares de origen señalaban con el dedo. Éramos muchos raritos buscándonos a nosotros mismos», ilustra Reeder.

El británico se introdujo (y con él una cámara Súper 8) en el underground de la ciudad durante una década milagrosa. Conoció a los miembros de Tangerine Dream y Einstürzende Neubauten, que hablan para la cámara hace 30 años: «Nuestra ciudad estaba rota, y por eso, nuestra música, desfigurada», dice Blixa Bargeld, flaco como una escoba, para explicar el estilo de su grupo, que solía grabar canciones dentro de contenedores abandonados, bajo estructuras metálicas o cualquier lugar decadente con una acústica especial. En los discos de Einstürzende Neubauten, taladros y sierras componían los temas. «Había una escena de art-rock inconformista que desafiaba las normas. Empleaban sonidos delirantes porque desafiaban las formas del rock, que vivía su esplendor comercial».

- Tocar con New Order

Reeder fue mánager, técnico de sonido y todas las funciones imaginables de uno de estos grupos, formado íntegramente por mujeres, Malaria!, y después formó el suyo, Shark Vegas. «Éramos unos mantas, pero fue un sueño divertido telonear a New Order». Aparecieron Die Ärzte, un trío que mezclaba la comedia con el punk rock: solían imitar a Heino (algo así como el Raphael alemán) y fueron condenados por ello a pagar 10.000 marcos de multa, que sufragaron con un concierto solidario de pedos. En paralelo, la escena rock se reinventaba yendo hacia una oscuridad como la del sótano en que Nick Cave colgaba su «colección de pintura gótica alemana», que no era otra cosa que cuartillas pegadas con celo en la pared, y también enseña a la cámara del documental... su pistola automática. No se hacen más comentarios al respecto, pero Cave sí presenta a los que serán los Bad Seeds, su mítica banda. Permanecía el movimiento krautrock, y su poderosa influencia ideológica, e incluso algunos artistas mainstream como Nena, a la que describen como la primera en conquistar Europa cantando en alemán desde Dietrich.

Hasta que los grupos experimentales hicieron música tan desquiciada que perdieron su sentido, o bien comenzaron a ser aceptados por la crítica y el público y, de esta manera, la profecía de Blixa se cumplió: «Cualquiera que siga el gusto comercial de la música sirve a los reaccionarios», había dicho en el comienzo de su cruzada. El tiempo de feliz anarquía llegaba a su fin con el levantamiento del Telón de Acero. La caída del Muro, la reconciliación y todos esos buenos sentimientos se cargaron de simbolismo cuando, durante las celebraciones por la unificación, David Hasselhof (el actor de «Los vigilantes de la playa» y «El coche fantástico») quiso honrar su ascendencia alemana cantando en torno a las excavadoras y las piquetas. Algo había cambiado, la espontaneidad iba a ser reemplazada por la especulación y el mercado.

Sin embargo, Reeder había entrado en contacto con la incipiente escena electrónica, condensada en algunos clubes como el Metropol que vivían en su gueto propio. Desde Inglaterra empezaban a llegar sonidos disco acelerados, su respuesta al techno americano, y era cuestión de tiempo que los alemanes volvieran a reconciliarse con la tradición que inició Kraftwerk. Reeder, que hoy contesta desde un teléfono de prefijo alemán, descubrió la Alemania Oriental: «La gente del Este nunca pudo elegir la música que quería escuchar. Había lugares de sobra donde hacer conciertos y entró una serie de drogas de diseño nuevas». Fundó en el este el primer sello discográfico independiente. Tomó las siglas de la Stasi del Ministry For State security (MFS) y las convirtió en Masterminded For Success. «Logré mi sueño, el de la música electrónica que una década antes me llevó de Manchester a Berlín», explica. Se realiza la primera Love Parade, en torno a unas pocas carrozas caseras que unos años después se convertirán en millones por las calles de la ciudad. Miles de jóvenes en toda Europa durante las décadas siguientes bailarán estos nuevos ritmos surgidos de los escombros de la civilización europea. La cultura «rave» había nacido.

72 documentales y muchas joyas

La programación del festival se centra en Barcelona, del 28 de octubre al 9 de noviembre (cines Aribau). Sin embargo, como ya es habitual, algunos títulos se proyectarán en otras ciudades de España. En Madrid, del 6 al 8 de noviembre, en cines Golem. En Valencia, del 13 al 15 de noviembre en Las Naves y en Bilbao, del 28 al 31 de octubre.

- «808 THE MOVIE». La historia contada a través de un sintetizador, una máquina de ritmos con personalidad propia que fue la piedra angular en la que se apoyó la escena del hip-hop y después varias escuelas de DJ en todo el mundo. Un sonido reconocible que reinvindican en la película Damon Albarn, Marvin Gaye, Phil Collins, Diplo y Public Enemy.

- «MR. DYNAMITE: THE RISE OF JAMES BROWN». Abandonado por su madre y criado en un burdel, la historia de James Brown es la del chico que limpia zapatos en la escalinata de una emisora de radio y tres décadas después compra la emisora. Sobre el padre del soul y sus contradicciones hablan desde Mick Jagger a Chuck D.

- «LA MUERTE EN LA ALCARRIA». Los Hermanos Cubero son nuestro western y la Alcarria, el lugar menos densamente poblado de Europa (similar a Siberia) es «Paris, Texas», la película de Jarmusch. Sin decir palabra (hay que advertirlo), recorren fantasmagóricos caminos llenos de espectros castellanos. ¿Esto es la Alcarria o Kentucky?, nos preguntamos al verlo.

- «SALAD DAYS: A DECADE OF PUNK IN WASHINGTON D.C.». En la capital del imperio, la marginación abunda en la década de los 80. Pero debajo de la cultura oficial, una comunidad de músicos reniegan el éxito por principios. Minor Threat, Teen Idles y S.O.A., entre otros, graban canciones aceleradas en maquetas de cassette, menos de dos minutos de frenéticos alaridos inspirados por una filosofía de vida. La evolución del «hazlo tú mismo» fue la que alimentó el nacimiento de Dischord Records, gracias a personajes como Ian McKaye, una de las figuras más sorprendentes de los últimos tiempos.

- «THEY WILL HAVE TO KILL US FIRST». Tras el ascenso de los extremistas islámicos y la imposición de la «sharía» en Malí, los músicos están proscritos. Esta es la historia de Songhoy Blues, Disco & Jimmy, Moussa Sidi y Kharia Arbi, artistas que cantan porque sus canciones, como la guitarra de Woody Guthrie, «matan fascistas». En el exilio, mantienen viva la tradición de su país aunque pongan en riesgo su propia vida y la de sus familiares.