El Sónar es música que entra por los ojos
El festival se consolida como laboratorio cultural y atrae a 115.000 personas de 101 países en su año más global
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El festival se consolida como laboratorio cultural y atrae a 115.000 personas de 101 países en su año más global
En el Sónar existe el paraguas digital, una aplicación móvil que crea un efecto electromagnético que repele las gotas y las escupe a tu alrededor. Todavía es un modelo experimental, te eriza el pelo como sí te electrocutasen y resulta incómodo para las personas que no tienen la aplicación, porque les escupe toda el agua a ellos, pero es un avance espectacular en la historia de los gadgets antilluvia. Todo está definitivamente encerrado en nuestros móviles. Bueno, en realidad tal aplicación no existe todavía. Como no hay nada como una cuchara para comer sopa, no hay nada como un paraguas para la lluvia. Y ayer tarde hubo muchos en el Sónar, convirtiendo el festival en una fiesta steampunk de primera. Incluso había un inglés con monóculo y bombín que paseaba un perro robótico o eran unas botas muy feas, todo es posible en el Sónar.
Llovía, sí, pero nada nuevo para el publico, ya que el 53 por ciento era internacional, y la mayoría británicos, así que no se iban a espantar por unas cuantas gotas. En total, este año el festival ha reunido 115.000 personas de 101 países y se ha consolidado como el gran laboratorio cultural del mundo. La integración del Sónar+D ha hecho que no exista en el planeta un acontecimiento como éste. Por un lado están los creadores y empresas y al lado tienen al publico potencial que ha de consumir sus productos. Es como si un inventor de tartas tuviese su laboratorio en una convención de gordos. Todo rico, rico, rico.
La valoración del festival volvió a ser, por tanto, muy positiva. «Estamos consiguiendo las líneas que nos marcamos, crear una casa común donde pasen cosas especiales entre creatividad y tecnología», afirmó ayer Enric Palau, codirector del festival, que anunció que el próximo año el Sónar también tendrá edición en Estambul y Hong Kong.
La última jornada arrancó con sensación de «deja vu», con las líneas temáticas del festival muy bien marcadas. Desde Sudáfrica llegaba Nozinja y volvió a dejar claro que en el Sónar cabe todo, como la francesa Lafawndah, toda ella cubierta de siete velos dándole a un enorme gong que no veas. Algo pobres y desangelados quedaron los suecos Yung Lean, cuyo hip hop denso no cuajó. Mención aparte mereció Oneohtrix Point Never, con una exhibición de electrónica abstracta y experimental que, cimentada en un audiovisual rompedor, consiguieron que el público se olvidase por un segundo de quién tenían alrededor y se callasen.
La atracción de la tarde volvió a ser el Sónar Complex dejando a mucha gente fuera para los conciertos de Alva Noto y Cyclo, la unión del japonés Ryoji Ikeda y el danes Carten Nicolai, que volvieron a demostrar que el futuro está en la fusión de arte y tecnología y el futuro es ya, no hay que esperar ni un minuto más en ponerse las pilas. Pero entonces salió el sol y todo el mundo salió fuera a disfrutar del grime de Troyboi y Section Boyz. Cuando la escudería de Ed Banger tomó el relevo aquello ya era caldo en ebullición para cerrar el festival a lo grande en Gran Fira 2 con New Order, Fat Boyslim y Skepta.
El viernes noche empezó con Jean-Michel Jarre reconvertido en Marty McFly de «Regreso al futuro» diciendo en 1976 a un público asombrado que, su electrónica con sintetizadores, quizá.»no la entendéis ahora, pero les encantará a vuestros hijos». Y, después de 40 años, les encanta, tenía razón. La era de la electrónica empezó con pioneros como Jarre y convirtió su concierto en una lección de historia. En el que era el estreno de su nueva gira, el francés se rodeó con un espectacular juego de luces para seducir a primera vista a la nueva generación de admiradores. Primero hay que ganar con los ojos, siempre, y después con el discurso. Eso hizo el artista. Radicalizó su sonido, aceleró sus pulsaciones, y creó un diálogo con miles de luces Led y proyecciones que dejaron claro que en el siglo XXI la música no es suficiente. Gritos de júbilo cuando apareció las imágenes y discurso de Edward Snowden, pero algo de desconexión con el público cuando rescató antiguos éxitos como “Oxygen”. Un buen espectáculo de cualquier manera.
Cogió el relevo Anonhi, antes conocido como la voz de Antony and the Johnsons, y electrizó con un espectáculo tan conceptual como visualmente hermoso. Cubierto por completo de negro, como si un burka se tratase, y camuflado al fondo del escenario, cedió el protagonismo a tres pantallas gigantes donde, a cada canción aparecía en primer plano una mujer que interpretaba la canción. Mujeres anónimas, Naomi Cambell incluida, que robaban la voz de Anonhi, que quiere significar Anonima, dejando claro el mensaje, no importa quién somos, sino qué hacemos, y lo que hace Anonhi es lírica inolvidable. La madrugada arrancó con un gran James Blake que sobrevivió a un sonido infame y un Flume que encendió a las masas..
La gran atracción de la noche fue el escenario Sónar Car, un club dentro del mismo festival donde Four Tet hizo una clase magistral de resistencia al pinchar siete horas seguidas. El aforo, de sólo 3.000 personas hizo difícil el acceso, pero una vez conseguías entrar parecía que habías desaparecido en una nueva dimensión, con un sonido envolvente que te elevaba del suelo y te obligaba a bailar, y si no, fuera, te echaba, que habíamucha gente que también quería entrar. El house iluminado del japonés Soichi y la fiesta salvaje de los israelís Red Axes dieron el toque salvaje a la cita.