Explicaciones líricas
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El reciente y mediático estreno de «Brokeback Mountain» en el Teatro Real ha provocado muchos comentarios.
El reciente y mediático estreno de «Brokeback Mountain» en el Teatro Real ha provocado muchos comentarios. Algunos de ellos introducen interrogantes cuyas respuestas fueron claras tiempo atrás pero que parecen olvidadas. Rubén Amón califica en «El Mundo» dicho estreno de «éxito desconcertante» en referencia a la falta de hostilidad en el público. Tomás Marco, en el mismo medio, reflexiona y afirma que «compararlo con "Tristán e Isolda"es simplemente una mostrenca treta comercial». Alberto González Lapuente apunta en «Abc» que, a pesar de la evidente expectación, aún quedaban vender localidades en más de un 20% de media de cada función de las ocho previstas. Alfonso Simón Ruiz, en «Cinco Días», reincide en el mismo tema recalcando que a las 18:00h del día del estreno sobraban más de 350 entradas. Todo ello tiene justificación, como la tiene también el aparente agrado con el que la obra fue recibida por el público y hasta los vítores que se escucharon. Un estreno mundial de un compositor de cierto renombre sobre un tema aún objeto, no ya de polémica, sino de persecución en algunas sociedades y expuesto en una oscarizada película ha de provocar interés mediático a la fuerza, máxime cuando además supone la despedida de Mortier en sus especiales y desafortunadas circunstancias. Pero una cosa somos la prensa y otra el público. De ahí que, de momento, prácticamente sólo estén colocados los abonos. El público piensa que las entradas del Real son muy caras para experimentos contemporáneos. El Real logró colocar en la misma tarde del estreno una buena parte de la taquilla a menos de 10€ euros y otra entre los próximos, amistades de la compañía e incluso de críticos. La clá, tantos años existente hasta en la Scala –algún día les contaré de ésta–, volvió por sus fueros. De ellos provinieron los más entusiastas aplausos, mientras el resto del personal permanecía tres o cuatro minutos en sus asientos en mezcla de respeto por un trabajo sin duda muy bien presentado y curiosidad por lo que pudiera pasar. El público madrileño de los estrenos, a casi 400 butaca, es educado y sufrido. Primero teme que su protesta le pueda acarrear el calificativo de «carca». Hay que simular que agrada lo que en realidad aburre soberanamente. Segundo, como público muy empresarial, ha de autojustificar que la inversión le ha sido rentable. De otro lado me caben pocas dudas, el resto de entradas se acabarán vendiendo. ¡Cómo no van a colocarse cuatro mil en una ciudad de 6,5 millones de habitantes! En Madrid se ha de vender la poca ópera que tenemos a menos que se hagan barbaridades. Pero, por favor, que no nos intenten vender la burra, que tenemos muchos años y estamos muy versados para comprarla.