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Katy Perry, a medio gas

La norteamericana deja frío el Sant Jordi en su vuelta a Barcelona
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Xavi S. Pons.- La norteamericana deja frío el Sant Jordi en su vuelta a Barcelona. El concierto fue una sucesión de momentos espectaculares con fugas al cartón piedra
Las giras mastodónticas de las divas pop que ahora dominan el planeta Tierra apenas se diferencian entre sí. Son como superproducciones de Hollywood y todas están cortadas por el mismo patrón. Están hechas en serie. Eso sí, sólo unas cuantas cosas, casi pequeños detalles, pueden hacerles marcar la diferencia. Y dos de esas cosas son el carisma y la entrega. Anoche en Barcelona a Katy Perry le faltaron ambas cosas. The Prismatic World Tour tiene un poco de todo, los cambios de vestuarios constantes; el momento acústico, con la norteamericana vestida de hippie con un girasol gigante encima de las cabezas del público; acrobacias y coreografías aéreas en el aire (el cometa gigante de «ET», suspendido en lo alto del Sant Jordi con tres bailarines, fue realmente espectacular); fuego a lo Kiss, y hasta un momento muy Lady Gaga en el que Perry invitó a subir a un fan al escenario.
Las casi trece mil personas que acudieron al Sant Jordi tardaron lo suyo en levantar por primer vez el trasero de sus asientos, ese momento llegó con la coreada «I Kissed a Girl», pero luego no se volvió a repetir hasta la parte final con hits del calibre de «California Gurls» y «Teenage Dream».
Lo más destacado del concierto fue su primera parte, con un escenario transformado en un neo-Egipto, pirámides y puertas estelares que parecían salidas de «Stargate», reivindicable filme de ciencia ficción dirigido por Roland Emmerich. De hecho, el director alemán se lo hubiera pasado pipa con este tramo. Un segmento que tuvo su punto culminante en la aparición de la estadounidense a lomos de un caballo dorado mientras sonaba «Dark Horse» a todo trapo.
Lástima que ese acierto en la escenografía se viniera abajo en el segundo bloque del show, dominado por motivos gatunos. Un divertido vídeo protagonizado por unos gamberros y lindos meninos dio paso a un vestuario de baratillo, con Perry vestida de gata y unos bailarines que parecían salidos de una versión de bajo presupuesto del musical «Cats».
Y ése fue el problema de gran parte del concierto, un quiero y no puedo, una sucesión de momentos espectaculares carentes del factor sorpresa con fugas al cartón piedra decepcionantes. Ocurrió en los demás bloques temáticos tras los gatos.
Mientras, la californiana, con el piloto automático, sin ninguna salida de tono, algo que no pareciera preparado. Lady Gaga, Beyoncé y Rihanna, habituales del Sant Jordi, tiene el oficio bien aprendido, y son capaces de llenar el escenario a base de sudor, algo de espontaneidad, glamour y hasta lágrimas, aunque sean simuladas. A Katy Perry ayer se le quedó grande el escenario. Y el artificio no fue suficiente para convencer. Tampoco las canciones, y eso que algunas son buenas. Quizá lo de ayer fue un calentamiento, un ensayo de lo que verán en breve otras capitales europeas.

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