Kepa Junkera vuelve a la raíz
El músico regresa a sus orígenes y recupera en un libro-disco la apasionante historia de la «trikitixa», un pequeño acordeón vasco
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Si esta historia hubiera tenido lugar en Memphis o en Mississippi, la tendríamos hasta en la sopa, pero ocurrió en el País Vasco. Es el relato del amor que siente gente humilde por la música en general y por un instrumento en particular. Es la de músicos clandestinos haciendo sonar ritmos proscritos, ajenos al poder establecido, con escasos medios y sin conocimientos musicales, pero, al igual que ocurrió con el blues o el flamenco, que dan origen a una tradición musical autóctona. El músico, productor y explorador del folclore Kepa Junkera (Bilbao, 1965) ha vuelto a sus orígenes para reivindicar las historias de los maestros humildes que hicieron perdurar la «trikitixa», un pequeño acordeón insustituible en las romerías. La experiencia la ha narrado en un valioso librodisco «Una pequeña historia de la trikitixa» (Fol), que incluye textos y composiciones originales con un instrumento que llegó para quedarse en la cultura vasca y que Junkera aprendió a tocar de manera autodidacta hace 35 años. Mañana presenta el trabajo en Madrid, acompañado de Sorginak, un conjunto de mujeres músicos muy jóvenes: la tradición en movimiento. «El libro es, principalmente, un homenaje a toda una generación de oro, a unos músicos que hicieron pervivir la música a pesar de estar perseguida», explica Junkera.
De romería
El pequeño acordeón no estaba bien visto por los poderes establecidos, que en los años 40, 50 y 60 eran, prácticamente, dos: la Iglesia y la Guardia Civil. Estaban mejor considerados otros instrumentos tradicionales, como el «txistu», por ejemplo. «El acordeón invitaba a un baile como el vals o el pasodoble, que son agarrados. Y también estaba la fama de los músicos y que estaba muy asociada a las romerías y las fiestas», explica Junkera. Los artistas de la «trikitixa» eran obreros, trabajadores de fraguas, de fábricas o de fundiciones a los que es fácil imaginar como el hombre rudo que guarda un corazoncito musical para el pequeño acordeón diatónico. «Siempre hay estereotipos, pero cuando existe ese amor a la música, se rompen los moldes. Ellos tenían ganas de tocar y de seguir haciendo canciones . Son instrumentos que pasan de mano en mano. Yo mismo aprendí muy joven con uno viejísimo que era del padre de un amigo mío. Y le fui sacando sonidos, notas, melodías». Igual que se cava en una cantera o se moldea el acero incandescente. «Piensa que no hay una estategia, que el acordeón arraiga en Vizcaya y Guipúzcoa porque la gente lo adopta, le gusta por su sonoridad alegre», dice Junkera, que ya había explorado en raíces diversas como el tex-mex, la escocesa, la gallega y el merengue. En el libro se cuentan proezas mágicas sobre artistas que recorrían escarpadas distancias en burro o bicicleta y después tocaban durante varios días seguidos en algún pueblo, sonriendo, sin cansarse. «Es que eran gente muy especial, con una enorme personalidad porque luchaban por hacer lo que les gustaba. Hoy hay más uniformidad y eso es bueno, pero las figuras de aquella época eran apabullantes», explica el músico, que tocó y conversó con todos los maestros que aparecen en el libro.
Junkera ha compuesto sus propios fandangos en el último tabajo. Un momento, ¿fandangos? «Sí, un ritmo de tres por cuatro, como la jota. Es una composición que está en toda la Península y en otros territorios. Compartimos los ritmos y las melodías aunque haya diferencias en los acentos», comenta para dar una explicación musical que vale para otras situaciones. «Cuando escuchas un fandango flamenco o una jota de Aragón o una xota de Galicia, hay pequeñas diferencias, pero muchas cosas en común. Es apasionante porque te da un gran conocimiento. En el anterior trabajo, que era sobre el folclore gallego, me enseñaron una muñeira que le dicen ‘‘de los vascos”. Y era una marcha de ‘‘trikitixa’’ muy conocida. La música está por encima de otras cosas».
El origen misterioso
Como muchas cosas en el mágico folclore vasco, los orígenes de las cosas son misteriosos. La «trikitixa» no es una excepción. Algunos dicen que llegó del centro de Europa por unos trabajadores piamonteses que ayudaron a hacer la línea de ferrocarril Beasain-Alsasua, aunque también hay quienes opinan que entró por el importante puerto de Bilbao. Sin embargo, esta opción es menos probable, ya que el instrumento arraigó en el interior. La primera que se conoce en territorio vasco data de 1890 y se sabe que llegó de centroeuropa. Lo demás, es magia.
DÓNDE: Sala Galileo Galilei. C/ Galileo, 100.
CUÁNDO: mañana, 21:00 horas.
CUÁNtO: 12 euros, anticipada.