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La faena de las cancelaciones

La Razón

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Una de las cosas que más disgustan a los aficionados son las cancelaciones, especialmente cuando se trata de cantantes. Los recitales no suelen ser gran problema, ya que se trasladan de fecha y el público acaba por escuchar a quien deseaba. No así en las óperas, y es lógico que quien ha pagado una entrada desee ver a aquel cantante que le ha movido a comprarla. Todos hemos sufrido la experiencia. Aún recuerdo mi segundo viaje de joven al extranjero. Fue a Roma para un «Barbero de Sevilla» con Berganza. No pude escucharla porque canceló. Entonces se la conocía por «Madame Cancelacion». Hoy día este nombre recaería quizá en Anja Harteros.
Un cantante puede enfermar y cancelar. Lo que no es de recibo es que un teatro anuncie artistas en sus programaciones sabiendo que nunca van a cantar por el solo hecho de «colocar» entradas. Tampoco es disculpable que los teatros no anuncien públicamente reemplazos desde el momento en que los tienen confirmados. Los ejemplos son numerosos. En años recientes ha sucedido en Bilbao o Valencia. De hecho existe un ejemplo en el Real el próximo lunes con «Traviata». Estaba anunciada Patricia Ciofi como Violeta, pero ha sido recientemente comunicada su sustitución por Ermonela Jaho. Lo cierto es que Ciofi aparece estas fechas en Avignon como la Ofelia de «Hamlet» de Thomas. Se dice que ha habido un malentendido, lío de agentes... e incluso que el propio teatro ha facilitado el desenredo porque piensa que Ciofi no está ya para tales trotes y que considera más capacitada a Jaho. Esperemos que se cumplan sus expectativas. Y a veces se cumplen. En el Palau de les Arts acaba de ofrecerse un accidentadísimo «Stabat Mater» rossiniano. Primero cayó Maria Agresta, sustituida por Erika Grimaldi, luego Javier Camarena cedió los trastos a Gregory Kunde y más tarde Varduhi Abrahamyan fue cambiada por María José Montiel. Sin duda al menos uno de estos cambios fue positivo.
En ocasiones suponen la gran oportunidad para un joven artista. Así Caballé saltó a la fama sustituyendo a Horne en una «Lucrecia Borgia» neoyorquina y tanto Carreras como Domingo, a Corelli en «Tosca» y «Adriana Lecouvreur» en Múnich y Nueva York, respectivamente. Incluso algunas veces el reemplazo hasta es emocionante. No olvidaré una tarde en la que, en Bayreuth, el Walther de «Maestros cantores» se indispuso minutos antes de la función. En la sala estaba como espectador James King, quien rápidamente accedió a quitarse el esmoquin. La sorpresa siempre ha de existir en el teatro, lo que no puede ser es el engaño de anunciar a quien nunca saldrá al escenario y, por desgracia, no es algo tan infrecuente.

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