Rock

La M.O.D.A., campos de Castilla

La big band burgalesa vuelve con más folk, punk y poesía en «Salvavidas (para las balas perdidas)» que presentarán tres noches seguidas en La Riviera con las entradas vendidas desde mucho antes de su publicación.

El grupo La M.O.D.A., en su entorno natural, la llanura castellana
El grupo La M.O.D.A., en su entorno natural, la llanura castellanalarazon

La big band burgalesa vuelve con más folk, punk y poesía en «Salvavidas (para las balas perdidas)» que presentarán tres noches seguidas en La Riviera con las entradas vendidas desde mucho antes de su publicación.

Mucho antes de que el disco estuviera a la venta, La M.O.D.A. ya había llenado dos rivieras y media (24, 25 y 30 de noviembre). «Salvavidas (para las balas perdidas)» sale hoy después de un tiempo «bastante desequilibrante» para el grupo, que, con dos discos autoeditados, se abrieron paso en el muy competitivo panorama nacional con una fórmula que definen como la suma de folk, punk y poesía. «Decidimos darnos un tiempo para vivir experiencias por nosotros mismos, para escuchar, leer y vivir. Y de ahí han surgido dos vías de investigación, una que consistía en buscar la inspiración fuera, a través de viajes que hicimos a Ciudad de México, Edimburgo y también escuchando la música popular, de los Balcanes a Irlanda. Y otra, después un proceso interno, de acercarnos a las raíces, el folclore de la Península y de nuestra tierra. El nexo entre los dos caminos es el componente humano y es ahí donde ha culminado la exploración», dice David Ruiz, el vocalista del grupo.

«Nuestros abuelos»

Juntos, en viajes, y por separado, cada uno buscó la manera de llevar material que poner en común. Las influencias del norte de Europa siempre han estado en el inconsciente del grupo, desde el inicio, pero decidieron dar un paso en otra dirección. «Nuestro punto de partida ha sido siempre las músicas anglosajonas, pero nos hemos dado cuenta de que está muy bien cantarle al Mississippi, aunque hay una realidad más inmediata y hemos empezado a buscar en las historias de nuestros abuelos», explica Ruiz. Así es como surgió, por ejemplo, «Campo amarillo», que, sin pretender ser una canción protesta, lo es. «Huyendo de los patriotismos y de los nacionalismos, que no nos interesan nada, hay algo que percibimos en nuestro entorno que son los cambios que ha vivido España y nuestra tierra en el último siglo, por ejemplo. Parece que todo lo que sucede fuera de las grandes ciudades o de la pantalla del móvil no existe o no interesa, cuando en realidad hay una vida más real discurriendo pero ni los que tienen en su mano el destino de la gente ni las nuevas generaciones se dan cuenta de eso. Ellos controlan los destinos de las mayorías y dejan de lado a personas reales». El resultado es un tema de rebeldía contra convertirse en ciudadanos de segunda. «Cuando cantamos no es solo por nosotros sino por quienes queremos. Y lo de balas perdidas no se refiere a ser un calavera, sino a los que Galeano se refería como ‘‘los nadie’’, esos millones de personas, esa gran mayoría de población anónima que no sale en la televisión, pero que con su trabajo hace que esto funcione. No es autobiográfica, aunque vemos el entorno y sí que creemos que hay ciudadanos de segunda o de primera. Ya no solo por el lugar donde has nacido, sino por factores económicos y políticos. Pueblos que se quedan desiertos y más que se van a quedar. Pero esa letra no la hemos programado, ha ido saliendo», señala Ruiz.

Vivir en un pueblo o en una ciudad pequeña es, de esta manera, contracultural. «Es que la sociedad está montada para que acates lo que te dicen y no cuestiones nada. Que sigas el itinerario trazado y no te desmarques, o entonces eres el loco, el señalado». De hecho, uno de los temas se llama «Los locos son ellos». «Claro, va por ahí. Se escucha al principio a Manuel Molina (de Lole y Manuel) hablando sobre lo importante que es para él cantar y expresarse. Y es algo que compartimos. De eso trata el álbum, de conectar a los seres humanos entre sí, independientemente de las diferencias culturales, de clase o de religión», cuenta Ruiz. En Madrid, tan cerca pero quizá tan lejos de casa, hay unas 4.000 personas que se compraron el disco de La M.O.D.A. sin haberlo escuchado. Alguna esperanza habrá, ¿no?. «De eso no tenemos duda».