Papel

La música, hoy. «Madrid tiene una riquísima vida cultural»

LA RAZÓN reúne, en el ciclo de Tertulias de San Isidro, a representantes de la música clásica para debatir sobre el momento que vive el sector, «complicado pero no desastroso»

De izquierda a derecha, Paolo Pinamonti, director del Teatro de la Zarzuela; los críticos musicales Gonzalo Alonso y José Ramón Pardo; la mezzosoprano María José Montiel; Javier Martí, presidente de la Fundación Excelentia; Gema Pajares, jefa de sección de Cultura de LA RAZÓN, y el barítono Carlos Álvarez
De izquierda a derecha, Paolo Pinamonti, director del Teatro de la Zarzuela; los críticos musicales Gonzalo Alonso y José Ramón Pardo; la mezzosoprano María José Montiel; Javier Martí, presidente de la Fundación Excelentia; Gema Pajares, jefa de sección de Cultura de LA RAZÓN, y el barítono Carlos Álvarezlarazon

Hay dos clases de música: la buena y la mala. No le demos más vueltas». La sonrisa, prácticamente la primera (después vendrían más) de la comida que celebró ayer LA RAZÓN con motivo del Ciclo de Tertulias Taurinas de San Isidro del mes de mayo la arrancó el crítico musical José Ramón Pardo, que la próxima temporada presentará «Música para recordar» de la Fundación Excelentia. Junto a él compartieron mesa y mantel la mezzosoprano María José Montiel; el barítono Carlos Álvarez; el director del Teatro de la Zarzuela, Paolo Pinamonti; el presidente de la Fundación Excelentia, Javier Martí, y el crítico de LA RAZÓN Gonzalo Alonso. La situación de la música en general –aunque la clásica fue motor de la conversación– «complicada pero no desesperada», como aseguraron los comensales, fue el punto de partida de un diálogo rico en matices. Que la música clásica se adapta a nuevos tiempos y tecnologías es un hecho. En este sentido, José Ramón Pardo aseguró que «gran parte de la música clásica se ha pasado al pop y suena muy pobre, y la pop se ha pasado a la sinfónica, y resulta muy rica». Una evidencia de esto es, por ejemplo, el éxito de la gira que el grupo «indie» Vetusta Morla compartió con la Orquesta Sinfónica de Murcia. En el ámbito de la producción cinematográfica también se ha hecho un importante hueco, como afirma Carlos Álvarez, quien forma parte del elenco que esta semana interpretará «La marchenera» en el Teatro de la Zarzuela: «Hay gente que dice que la creación sinfónica ya no existe. Eso es falso, está en el cine». Bien es cierta la afirmación del barítono, pues sobran los ejemplos, desde Ennio Morricone y sus innumerables bandas sonoras, hasta Hans Zimmer, que aúna instrumentalización propia de la música clásica y la electrónica, o las composiciones de Ludovico Einaudi para filmes recientes como «Intocable» o «Samba», en los que el piano es el gran protagonista.

Hay que ir más allá de la concepción de la música clásica como arte. Para el responsable de La Zarzuela, Paolo Pinamonti, también cumple una función de «política exterior», de ahí las largas giras realizadas por las compañías en toda Europa. Así, aseguró que Shostakovich tenía un papel de diplomático, además de músico, claro está, cuando Stalin le enviaba a Estados Unidos a principios del siglo XX. Y es que resulta inevitable querer desligar las artes de la política, aunque a veces parezca imposible, como defendió Gonzalo Alonso, para quien «en un 80 por ciento la cultura es política».

Una asignatura que no aprobamos

María José Montiel aportó una solución al problema: «Si se educara a los niños en la cultura no se convertiría en algo político, sino que terminaría por convertirse en algo intrínseco a ellos. En Viena, una de las asignaturas más importantes es la música. ¿Y en España?». La respuesta está clara. Carlos Álvarez abogó por que «si estamos de acuerdo en que la cultura y la política están tan unidas, creemos normas que favorezcan a ambas», siendo la mejor forma de hacer esto –para Pinamonti– que «los teatros sean públicos, un servicio igual que un hospital o una universidad, porque ofrecen un servicio a los ciudadanos». Sin embargo, siempre deben existir iniciativas privadas para el fomento de la cultura, y una de las instituciones que se preocupan por ello en el ámbito de la clásica es la Fundación Excelentia, cuyo presidente espera «poder tener más libertad», en alusión a los cambios políticos que se pueden producir en un futuro cercano, aunque su problemática es mayor porque, asegura, «en España no estamos acostumbrados a la gestión privada de la música». Para Carlos Álvarez, «aunque la situación siga siendo crítica no es desesperada; todo depende de cómo perciban los gestores su capacidad de poder hacer las cosas. Siempre se pueden hacer mejor, puedes no tener dinero ni medios, pero lo fundamental es tener voluntad. Además, en este país tenemos el mal hábito de no examinar el trabajo hecho por los responsables de las instituciones».

Pinamonti cree que «la ópera siempre ha sido deficitaria económicamente», y lo explica mediante la ley de Baumol y Bowen, escrita en 1996, en la que se expone que los costes del personal que forma parte de las artes escénicas es cada vez mayor por el crecimiento del salario de la población en general, pero como la productividad es constante las representaciones tienden a generar menos beneficios a medida que pasa el tiempo, o directamente a generar deudas. Por esto, el responsable de La Zarzuela se pregunta si habrá que cobrar 1.000 euros por una entrada para que sea rentable. Creemos que no, pero sí que es necesario que quien esté al frente de una instución cultural sepa lo que tiene entre manos, conozca la casa a la que llega, «porque hay directores de teatros que no conocen ‘‘Tosca”, lo que significa que todo lo que gestionan a su alrededor no se sostiene», comentó Gonzalo Alonso, que añadió que «tendremos que preguntarnos cómo alguien que planifica una temporada de un teatro con ese desconocimiento puede preocuparse porque la programación no afecte negativamente a los cantantes», que bien es sabido que los de ópera pueden tener una vida corta si no cuidan su herramienta de trabajo, su voz. Como cuenta María José Montiel: «Nuestro instrumento es nuestro propio cuerpo, y con tantas cosas que te afectan en la vida, me siento una privilegiada de poder seguir con este trabajo después de tantos años».

Pero no todo es ver el vaso medio vacío. Ni hablar. De hecho, Pinamonti defiende con ahínco la calidad cultural de la capital de España: «Madrid posee una vida cultural y unas infraestructuras riquísimas, por encima de las grandes urbes italianas. Pueden coincidir tres y cuatro programas de música clásica en una semana. Y eso es maravilloso», lo que es corroborado por la mesa al unísono y a lo que Gonzalo Alonso que, «quitando Londres y Múnich, ¿qué ciudades tienen las orquestas que tiene Madrid?». No obstante, la urbe no es reflejo de la situación total del país: «Es un oasis», dice Javier Martí.

Carlos Álvarez, apreciando las palabras de Pinamonti, insiste en una característica de la sociedad española, tan obcecada en mirarse el ombligo y verlo todo teñido de color gris, y espera que esa tendencia revierta gracias a «la visión externa, el salir fuera para ver lo que tienen allí y tenemos aquí y podervalorar lo nuestro. Tomar perspectiva y darnos cuenta de cuánto bueno tenemos» y añadió tomando prestada una frase de su amigo, el actor Pedro Mari Sánchez: «Nos creemos un país de quijotes y somos lazarillos», por aquello –tan de desgraciada actualidad– de la picaresca, y añadió que «en España hay una tradición de reinos de taifas que está muy arraigada: tengo una parcela y es mía». La publicidad, por otra parte, se convierte en un elemento clave para el desarrollo de teatros de ópera y auditorios, una iniciativa que debería nacer de los administradores pero, como señala Gonzalo Alonso: «¿Alguien ha visto en un concierto a Pablo Iglesias, a Manuela Carmena o a Íñigo Errejón?». Quienes subieron el IVA cultural al 21%, y los que pueden venir, para él, no tienen conocimiento porque no demuestran interés.

Los discos, víctimas de internet

La llegada de internet al mundo de la música ha supuesto grandes beneficios, sobre todo de difusión, pero la venta del material discográfico se ha visto perjudicada por plataformas como YouTube o Spotify, a través de las que se puede acceder a contenidos musicales gratuitamente. La música clásica tampoco es una excepción. Según Gonzalo Alonso, «las casas discográficas ya no pagan la grabación de un álbum, la inversión viene de parte del artista». Sin embargo, los beneficios siguen llegando en igual medida a los sellos, los mismos que añadían «la etiqueta de clásico a algunos discos por el atractivo». Pocos artistas logran vender sus CD, «la única que lo consigue es Maria Callas», afirma María José Montiel. Caso aparte es el de José Ramón Pardo, quien posee la friolera de 100.000 discos en su colección, tanto en formato CD como en vinilo. Le podemos considerar todo un privilegiado.