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La Philharmonia, una orquesta admirable

La Philharmonia sonó bajo la batuta de Vladímir Ashkenazy (dcha.)
La Philharmonia sonó bajo la batuta de Vladímir Ashkenazy (dcha.)larazon

Obras de Chaikovski, Shostakovich, Mendelssohn, Mozart y Elgar. Esther Yoo (violín) y Elena Bashkirova (piano). Orquesta Philharmonia. Vladímir Ashkenazy, director. Ibermúsica. Auditorio Nacional. Madrid, 24 y 25 de abril 2019.

Ibermúsica presentó el miércoles su próxima temporada, una de las dos celebrando sus brillantes 50 años de vida, gracias a los cuales se viene disfrutando en España, año tras año, de una programación orquestal sin parangón en el mundo. Y no es una exageración. Hay ciudades que cuentan con excelentes agrupaciones –Londres, Munich, Berlín, etc– y todas por cierto visitan Madrid con Ibermúsica, pero en ninguna de estas capitales hay una entidad que programe ciclos tan completos con otros conjuntos. ¡Felicidades por los 50 y que sigan muchos más!

Casi una veintena de veces ha venido la Philharmonia a España de la mano de Ibermúsica y con directores tan míticos como Giulini, Sinopoli, Dutoit, Maazel, Sawallisch, Thielemann, Salonen o el propio Ashkenazy. A tenor de lo escuchado estos dos días sigue siendo un conjunto magnífico en el que, sobre todo, se admira la contundencia y redondez de los acordes a plomo de los tuttis, absolutamente impresionantes. En esto también tuvo bastante que ver Ashkenazy. Pero no únicamente esto, sino también los solos de la madera o el empaste, sólido y sonoro, de la cuerda. Baste recordar para ello el inicio de la V variación de las «Enigma», la dulzura del cello en la XII o en la joya de la corona que es la IX, la más popular «Nimrod».

Esta segunda jornada fue abierta con una deliciosa lectura de «Mar en calma y feliz viaje», en la que sobresalió su inspirado y concentrado inicio, para continuar luego con el «Concierto para piano n.21 K467» que, como todos los impares de Mozart, no tiene desperdicio. Elena Bashkirova sobresalió en el tiempo central, expuesto con la misma musicalidad con la que lo habría hecho su marido, Daniel Barenboim, y quizá su padre, Dmitri Bashkirov, presente en el concierto junto a los jefes de Ibermúsica.

En el primero de sendos conciertos se ofreció el de violín de Chaikovski en una versión a cargo de la estadounidense y coreana Esther Yoo en la que mostró un sonido amplio y bello con su Stradivarius de 1704, pero sin llegar a cuajar una lectura especialmente destacable de una obra que, eso sí, el público recibe siempre con calor. Mucho mejor nivel logró Ashkenazi en la «Décima» de Shostakovich, brillando la sonoridad de la orquesta en los clímax de sus dos desgarradores e impactantes primeros movimientos. Dos éxitos sin más propinas que las que brindaron innecesariamente los solistas, moda ya algo atosigante.