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Leo Nucci: «Algunos montajes de ópera son un atentado cultural»

Vuelve hoy a Madrid, al Teatro de la Zarzuela, cantando canciones de cámara, después de su bis triunfal en el Real con un histórico «Rigoletto». Lo hace hablando alto y claro.. Y con todo el papel vendido
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La carrera de Leo Nucci está llena de cifras, muchas de ellas, por no decir la mayoría, abrumadoras. No se le pasa por la cabeza hacer sombra a Plácido Domingo en cuanto a números se refiere, pero él es la reencarnación de Rigoletto. 502 veces lo ha hecho suyo, un récord en toda regla. Y vendrán más. Hablamos con él por teléfono y a lo largo de la charla deja entrever cierto regusto filosófico en la misma (así lo reconoce él hasta en al menos tres ocasiones). Hoy, dentro del ambicioso programa del Centro Nacional de Difusión Musical, interpretará en el Teatro de la Zarzuela, junto con la Italian Chamber Ensemble, canciones de cámara. Será un recital único. De fútbol, que es ahora casi obligada la pregunta, confiesa que entiende poco o nada. Lo suyo son las dos ruedas de una bicicleta.
-En España, señor Nucci, se le quiere. Yo casi diría que se le venera.
-Me lo han dado todo. La Coruña, Vigo, Bilbao, Oviedo, Barcelona, Madrid. Es un país en que proyecté mi carrera internacional. Está en mi corazón. Además, adoro su comida y la alegría de vivir que tienen.
-No hay una sola entrada para verle. ¿Le sigue poniendo nervioso?
-Vamos a ver qué sucede en la Zarzuela. Yo lo voy a dar todo, es lo que hago cada vez que canto. Cuando me preguntan si tengo un secreto para seguir así a mis 72 años respondo que cómo es eso, un secreto, no puedo revelarlo. Mire, le voy a poner un ejemplo: soy un aficionado a la bicicleta desde hace mucho tiempo. Para mí es una disciplina, y esa regla es la que sigo con mi trabajo. En mi profesión trabajo con alegría, amor y pasión, por eso el sacrificio es bastante más llevadero. La música clásica es una disciplina. Yo he decidido seguirla.
-¿Puede ser eso lo que hoy falte en las carreras de los cantantes de ópera?
-El mundo ha cambiado tanto... La generación de los que tienen treinta o cuarenta años viven una vida totalmente diferente a la nuestra. Hoy las carreras son eso, carreras, prisa por llegar y ser el primero. Los jóvenes no piensan en una carrera larga sino rápida y aquí, como en tantas otras profesiones, lo que cuenta y cuesta es mantenerse. Hoy quieren ser estrellas sin esfuerzo, dioses de la lírica. Yo siempre digo que no soy un cantante famoso. Si salgo ahora a la calle puede que nadie, salvo mis vecinos, me reconocieran. No me rodearían ni se querría hacer fotos conmigo nadie, seguro. Soy una cantante célebre, pero no famoso.
-Usted no ha tenido prisa a la hora de saber elegir cuándo podía afrontar un papel u otro.
-¿Prisa para qué? Yo canté «Nabucco» con 51 años y «Macbeth» con 48. No es sólo una cuestión de buscar el aplauso, sino de ser serio. Nuestro instrumento es natural, las cuerdas vocales no son de hierro ni madera y hay que prepararlas, saber madurar y estar listo para cantar un determinado repertorio. He trabajado siempre calculando. Qué peligrosas son la presunción y la vanidad. Calma, mucha calma.
-Usted se ha mostrado en contra de la labor de determinados directores de escena. ¿El foco se sitúa hoy en la regia y no en la música o el libreto?
-¿Podemos hablar de fútbol?
-Claro que sí, pero seguro que usted quiere hablar primero de directores de escena.
-Vamos a ello. El problema verdadero es cultural. El teatro tiene reglas muy claras que hoy se aparcan y se cambian por otras, como que la acción tiene que suceder en un periodo diferente al que pensó el compositor. Y si son totalitarios, después de la Segunda Guerra Mundial, con escenarios sórdidos y plagados de uniformes, pues mejor. Está ahí y no es una invención mía. Otra de las reglas en vigor exaltar la sexualidad, muchas veces de manera vulgar por el mero hecho de provocar y sin que haya nada detrás. ¿Adónde llegamos así? A la despersonalización del intérprete. Pirandello ya hablaba de ello, no es un tema de ahora mismo. ¿Por qué hoy se puede hacer lo que se quiera con las óperas? Recuerdo, por ejemplo, la producción de «Un ballo in maschera» que se vio en el Liceo: se levantaba el telón y aparecían los cantantes sentados en wateres. Eso es un crimen. Hoy lo que se hace con determinados montajes es un atentado cultural.
-¿Y quién cree que es el responsable?
-Los directores de los teatros son quienes lo autorizan. Yo no deseo volver al pasado. Respeto los planteamientos pero no puedo estar de acuerdo con algunos de ellos. He escuchado decir a algún reputado director de escena: «Cuando yo hago la regia la música no existe». Siempre he dicho lo que pienso y no me he callado. Estuve sin cantar durante 22 años en Alemania precisamente por un desencuentro con uno de ellos. Los responsables me llamaban y me pedían que voviera a cantar y yo me negaba. ¿Por qué todo se tiende a representar de manera tan vulgar?
-Respóndase, señor Nucci.
-No lo sé, la verdad. Con lo estupendo que es vivir el arte y la cultura. Poder disfrutar con la gente es un regalo increíble de Dios o digamos que de la naturaleza si uno no es creyente. La vulgaridad es nada. Con la cantidad de problemas que tenemos, ¿por qué pagar para ver una función que te cuenta exactamente las mismas desgracias y calamidades que puedo ver en la televisión?. Busquemos la poesía de la vida.
-No están hoy los tiempos para dispendios. ¿Es la ópera cara?
-Es demasiado cara y es un tema que me atormenta el alma. Tenemos que acercar nuestro arte a los más jóvenes para que lo conozcan y lo disfruten. Cuando veo el patio de butacas con gente de pocos años salgo con una sonrisa en el rostro. Las producciones, además, cuestan una locura, lo mismo que los cachés de los cantantes. Todo se ha disparado. El teatro ha de ser un servicio público y eso no lo podemos olvidar, por eso no se pueden pagar ni 300 ni 500 euros por una butaca. Es una barbaridad, una locura desembolsar millones por una producción vulgar. Son espectáculos necesarios a los que los Gobiernos deberían prestar más atención.
-Es el mejor Rigoletto vivo y ha cantado el personaje más de quinientas veces. ¿Se ha llegado a confundir con él?
-¿Quién es Rigoletto? (risas) Lo he cantado quinientas tres veces exactamente. Del personaje espero que cada vez sea diferente: el teatro no es el mismo, ni los compañeros, ni las circunstancias. Hay cantantes que lo hacen de maravilla, pero siempre ponen la misma cara. No es mi caso. A mí el público me merece el mayor de los respetos, ya sea el de La Scala o el de una parroquia donde canté hace unos días. Yo soy un intérprete, no un artista.
-¿Y ha pensado alguna vez ese inérprete en decir adiós a los escenario?
-No soporto la idea de que un día alguien me pueda decir, ¿por qué no se retira? He hecho un pacto con mi esposa Adriana y mi hija Cinzia: en el momento en que ellas me digan «basta» lo dejaré. No se puede cantar toda la vida. La dignidad es fundamental para mí y prefiero que me echen de menos a que se pregunten «¿por qué no lo deja ya?».