Crítica

Levine, el Met y el «Me Too»

La Razón
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Nadie duda de que James Levine (Cincinatti, 1943) es uno de los grandes directores de nuestro tiempo. De hecho, uno de los pocos grandes que nos queda de las generaciones anteriores a 1945. Personalmente nunca podré olvidar aquellas «Vísperas sicilianas» que grabó para RCA, en los primeros setenta, con un reparto en el que figuraban Martina Arroyo, Plácido Domingo, Sherrill Milnes y Ruggero Raimondi con la Orquesta New Philharmonia. Me electrizó durante mis estudios en Múnich, ciudad de cuya Filarmónica llegaría Levine a ser titular en 1999. Aún pienso a veces en lo que esa grabación, con la espléndida dirección de Levine por verdiana y vibrante, habría sido si en ella figurase quien estaba programada, Montserrat Caballé en época gloriosa. Ella me contaría años más tarde la verdadera razón por la que no estuvo, pero esa es otra historia. Levine, aparte de titular en Múnich (1999-2004), lo fue también en Boston (2004-2011) pero sobre todo fue la gran figura del Met desde 1976 a 2016, cuando la salud ya le impidió ejercer con la intensidad debida. El Met del Lincoln Center solo contaba con diez años de vida cuando él accedió a su podio. Sin duda Fausto Cleva y Rafaél Kubelik habían realizado una buena labor, pero fue Levine quien adecuó el Met a los tiempos actuales. Los abonados a Ibermúsica no podremos olvidar aquel primer acto de «La Valquiria» en el Auditorio Nacional el 7 de mayo de 1996 con Plácido Domingo, Renée Fleming y la Orquesta del Met. A su frente estuvo hasta 2011, cuando hubo de retirarse durante dos años por problemas de salud, siendo medio sustituido por Fabio Luisi, que renunció a los dos años para irse a Zurich volviendo a dejar a un medio recuperado Levine en primera fila hasta que en 2016 hubo de tirar la toalla y pasar a ser emérito. Durante cuarenta años llevó el nombre del Met por todo el mundo. Siempre se habló de sus preferencias sexuales, incluso en una ocasión estuve presente cuando un espectador le acusó cuando subía al podio de lo que luego fue de dominio público. Tuvo un juicio y fue absuelto. El pasado año su nombre fue uno de los primeros en encabezar la lista del «Me Too», una lista sin juicios, sino simplemente acusaciones de personas que, en algunos casos, han actuado por venganzas, por hacerse un nombre o por ocultos chantajes. Fue apartado del podio, pero no solo eso ya que, meses después, sus discos fueron retirados de la tienda del interior del teatro. ¿De verdad había que llegar a tanto? Pues aún hay más porque, aunque la capacidad de asombro sea ya infinita, resulta que ahora ha sido demandado por el Met solicitándole una indemnización de más de 5 millones de dólares por haber perjudicado el buen nombre de la institución. Me pregunto cuánto valdría todo cuanto Levine aportó al nombre del Met durante 40 años. ¿Por qué no lo reclama en la indemnización por despido improcedente?