Mad Cool Festival: Los jueves, milagro
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Algunos ya lo estaban llamando Mad Pool. La lluvia llevaba casi 24 horas regando el recinto enmoquetado, como una piscina, de la segunda edición del festival Mad Cool y es cierto que la hierba artificial, como llaman a esta sintética alfombra verde, no drena como el pasto del Bernabéu, pero oigan, bastante bien se comportó. Sobre el terreno de juego, algún charco, pero zonas impracticables había pocas. La mayor parte del barro de este Glastonbury en miniatura estaba en los accesos al recinto, donde se organizó un partido de los de antes: barro hasta la nuca. Poco «jogo bonito» pero mucho rock and roll. A pesar de los malos augurios, la organización se mostró tan inquebrantable en sus designios de continuar con el show como optimista en que los dioses del clima tendrían piedad.
Y eso que el ambiente por la mañana era más bien apocalíptico y muchos vieron peligrar la celebración del festival. Las bromas en Twitter se cebaban con el aquapark musical, pero de estas épicas vive la memoria de los festivales de música. En Benicàssim lo saben bien, que han vivido inundaciones e incendios. «Seguimos trabajando a tope, pero con total optimismo y el mejor rollo posible. Estamos haciendo todo lo posible para que el festival esté a la altura de lo que se espera, pero no se va a cancelar ni a retrasar», comentó un portavoz a este periódico cuando el cielo gris negaba cualquier esperanza. Y el ejercicio de fe tuvo recompensa, o más bien fue la expresión de la filosofía «from lost to the river» que es la que hay que aplicar cuando debajo del festival que alberga a 45.000 personas por jornada discurre, precisamente, el estanque de tormentas de la ciudad. Las horas pasaban y el loco pulso entre la lluvia y la programación se mantenía.
Las actuaciones de George Ezra y Warpaint cumplían su pronóstico y arrancaban bajo lo que algún cachondo denominó chirimiri. Más bien eran gotas como puños. Ponchos de colores adquiridos en el todo a cien y el agosto de los Quechua impermeables eran la indumentaria vencedora. Y quién lo iba a decir, pero puede que gracias a la determinación de los organizadores, hubo premio. A las ocho de la tarde, algunos rayos de sol calentaron los pies de los valientes. Pero no todo iba a ser perfecto: Lumineers arrancaron con 35 minutos de retraso. Un mal menor que compensaron con sus mejores temas para arrancar como «Ho, Hey» dentro de un concierto intenso pero fugaz. Mientras, Quique González se sobrepuso a fallos de sonido que es de esperar que no aparezcan en el DVD que se grababa de su actuación. Cuando Foals atacaban «My Number», el milagro se hizo realidad: un insolente cielo azul despedía la tarde a eso de las nueve de la noche. Fue tan inesperado como mágico cuando todos los pronósticos se dieron la vuelta.
Todo era perfecto cuando salieron Foo Fighters. La multitud coreó la salida de Dave Grohl anunciando que hacía «un jodido precioso día», casi ya de noche, con los acordes de «All My Life» y en el momento de éxtasis... el sonido enmudeció. Las pantallas gigantes (de verdad) ya lo habían hecho antes. Pero poco importaba a estas alturas: cuando «The Pretender» hizo enloquecer al público, ninguna nube podía encapotar la euforia. Al cierre de esta edición, el festival había obrado el milagro de las grandes ocasiones.