Muti y Chicago por todo lo alto grandes entre grandes
Festival de Música de Canarias. Obras de Verdi, Strauss, Prokofiev, Beethoven y Berlioz. Orquesta de Chicago. Riccardo Muti, director. Auditorio de Tenerife, 13 y 14 de enero.
Era una decidida apuesta de Candelaria Rodríguez, directora del Festival de Música de Canarias, presentar por fin en las islas a la Orquesta de Chicago, la única de las grandes agrupaciones con cita pendiente en la muestra. Sus esfuerzos y dinero habrá costado, máxime cuando Chicago sólo tocará en otros dos lugares europeos y acudió con su titular, Riccardo Muti, una de la batutas incuestionables de nuestro tiempo. Ambos conciertos, que han proporcionado repercusión internacional a la presente edición del festival, serán recordados por los asistentes de la misma forma que los que el conjunto ofreció en Madrid, años ha, con Georg Solti, uno de ellos por cierto también con la «Fantástica» de Berlioz.Muti es director de gestos y conceptos claros y precisos. Sabe lo que quiere y cómo transmitirlo. Es posible que las lecturas de directores como Rudolf Kempe de «Muerte y transfiguración» de Strauss o de Carlos Kleiber de la «Quinta» beetoveniana –y cito dos directores que pasaron por Canarias– reunieran respectivamente más pathos o mayor incisividad dramática, incluso con conjuntos inferiores, pero Muti dotó ambas de un color mediterráneo que, en el primer caso, nos iluminó la muerte con belleza indescriptible y, en el segundo, recreó los pasajes cantábiles con un lirismo que, en los pianos, cortaba la respiración. Sobresaliente fue también su lectura de una suite de «Romeo y Julieta» de Prokofiev con selección personal de páginas, desvaneciéndose en ambiente cortado por toses inoportunas. En las tres obras citadas se pudo comprobar la excelencia de una orquesta capaz de sonar con la transparencia de las de cámara aún en sus más opulentos sonidos y siempre con una admirable homogeneidad en todas sus secciones. Escuchamos el etéreo solo del concertino en el Strauss, allí mismo o en Prokofiev la dulzura de la cuerda aguda, la redondez de la grave en el tercer movimiento del Beethoven, el canto dulcísimo del oboe en Strauss o el clarinete en beethoven, la firmeza de los metales, la potencia de la percusión... y la espectacularidad de la rotunda opulencia de los acordes a plomo del tutti. ¡Qué formidable unión la de maestro y agrupación, tan buenos señor como vasallo!Dicho lo cual, no cabe otra calificación a la sinfonía de Berlioz que la de fantástica. Tardaremos mucho en volver a escuchar una versión de la misma altura, capaz de combinar con tal equilibrio las sutilezas de la escena campestre con la tensión de la marcha al suplicio con su grandioso tutti o el vigor del colofón final del aquelarre.Pero, a pesar de todo ello, en mi memoria lo que nunca desaparecerá son las lecturas de las dos piezas aparentemente menores: el ballet de las brujas de «Macbeth» y la propina de la sinfonía de «Nabucco». Cuando el máximo intérprete verdiano de hoy encuentra un instrumento de tal perfección y poder nace una obertura que, a pesar de haber sido tantas veces escuchadas, adquiere nuevas luces. Sólo una vez anteriormente, en más de cuarenta años de vida musical, he escuchado algo comparable en perfección sonora, a Karajan con Berlín en una ocasión, sólo que con Muti tal perfección es más verdiana. Una obertura de «Nabucco» para la historia, que justificaba por sí misma ambos conciertos y que jamás se ha escuchado en un teatro de ópera. ¡Bravo maestro y bravo Chicago!