Pedro Lavirgen, ¡hasta siempre!
Fallece a los 92 años una de las estrellas de nuestra lírica
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De forma inesperada, por un infarto y sin darse cuenta, falleció Pedro Lavirgen a los 92 años en su casa madrileña. Había hablado por teléfono con él hacía apenas una semana. Estaba bien, aunque un poco bajo de forma. Era un amigo de largo recorrido. Nos veíamos con frecuencia durante su etapa en activo y, luego, alguna que otra vez en actos o en su casa. En ella asistí a un par de clases, una de ellas con su amigo Antonio Vázquez, quien fuera presidente de Iberia y es gran aficionado a la ópera y hasta tenor en sus ratos libres. Por eso no va a ser éste un obituario sobre sus cualidades artísticas sino sobre su persona.
La voz es indudablemente muy importante para una carrera y él la poseía, como también el gusto musical innato y luego hay que trabajar la emisión, la respiración, los apoyos, la pronunciación, la línea de canto, etc. de forma intensa. Él lo hizo. Tenía la voz, la cabeza, el fiato, la musicalidad, el temperamento y la expresividad para emocionar al público, pero la suya es sobre todo una historia de esfuerzo y voluntad.
Una desafortunada fractura de rótula le dejó completamente inmovilizado durante la guerra. Pasaba los días con la pierna expuesta al sol bajo un tenderete que fabricó su padre para protegerle del calor, allí en su pueblo de Bujalance. Allí empezó su afición al canto. Pasó luego tres años internado en un hospital cordobés para tratar su pierna donde, aparte de leer a Roberto Alcázar y Pedrín, se incorporó al coro del hospital. Pasó a solista y la gente acudía a misa a escucharle. En aquel coro participaba también la niña Paquita, quien sería su compañera inseparable. Capellán y pianista convencieron a su padre para que se trasladase a Madrid. Miguel Barrosa, tenor que realizó carrera en Italia se convirtió en su maestro de canto, introduciéndole en el mundo de la ópera. Sus recuerdos de entonces le llevaban a la «pira» de Lázaro y «La Favorita» de Fleta. En 1958 se casó con Paquita, entró en el Coro del Teatro de La Zarzuela, se emocionó al escuchar en vivo a Mario del Monaco en «Otello» y se dijo «¡Eso es cantar!». Un año después, al fallar los tenores previstos, tendría dos sustituciones importantes: «Marina» y «La Bruja», de la que cantó diez funciones para ganar sus primeras diez mil pesetas.
Un famoso tenor italiano, Alberto Ziliani, le escuchó y opinó: «la pronunciación, un desastre; el estilo no existe, pero la voz es buena: potencia, manejo del aire y fraseo expresivo. Tiene posibilidades». Se fue a estudiar con él a Milán durante catorce años. Luego su gran carrera, en los teatros más importantes del mundo y con los más grandes compañeros. Esto está en Wikipedia.
Le escuché por vez primera en Bilbao a principio de los setenta. Yo iba a ver a Corelli en «Carmen» y «Andrea Chenier». Al llegar me enteré de su cancelación y sustitución por Lavirgen. Supuso una desilusión, pero también la oportunidad de oír a un joven que me entusiasmó. Recuerdo una inolvidable escena, poco tiempo después, en su apartamento de Verona durante el festival. Poco antes de empezar una «Turandot» en la que cantaba Franco Corelli sonó el teléfono y él le empezó a cantar al llamante el inicio del tenor en esa ópera. Al colgar nos explicó: «Era Corelli, que estaba nervioso y no se acordaba de las palabras». Además de voz tenía genio y qué genio. Una vez, en la Zarzuela, no gustó su actuación a alguien del público y le abucheó. Él reaccionó desde el escenario invitándole a bajar a insultarle a la cara. También le salió cuando me reprochó a gritos en la entrada del Auditorio Nacional por no haberle invitado a una cena que organicé con Carlo Bergonzi y Ángeles Gulín, compañeros en repartos.
Antes y después de la pandemia hablamos de su obra favorita, «Carmen», y de su soprano más admirada, Montserrat Caballé. También de la enfermedad de Teresa Berganza y de los apuros de Plácido Domingo con el #Metoo y, al respecto, me contó una jugosísima anécdota personal que les invito a leer en mis memorias, si es que algún día llego a escribirlas. Pedro, no voy a echar de menos tu voz y arte porque los tengo enlatados a mano, pero sí, y mucho, tu humanidad, bondad y afecto. ¡Hasta siempre, querido maestro y amigo!