Música

Pink Floyd: "The Dark Side Of The Moon", el disco que lo cambió todo

Se cumplen 50 años de la publicación de un trabajo que fue una de las grandes epopeyas de la historia del rock and roll

Los cuatro miembros de Pink Floyd: Nick Mason, David Gilmour, Roger Waters y Richard Wright
Los cuatro miembros de Pink Floyd: Nick Mason, David Gilmour, Roger Waters y Richard Wrightlarazon

Aquello fue increíble, como llenar de frutas el paraíso. Ocurrió hace justo 50 años, cuando Pink Floyd puso al alcance de obreros y reyes una obra que lo cambió todo. Fue “The Dark side of the moon”, un prodigio sonoro que todavía hoy se sigue disfrutando y que te hace sentir como si estuvieras dentro de un museo. Un prodigio con toda una historia dentro. Por aquellos tiempos, el rock and roll ya era el movimiento cultural (y contracultural) más importante del siglo. Hasta la introspectiva canción de autor era capaz de vender millones de discos (Cat Stevens, James Taylor, Carole King, CSN&Y y muchos más) y grandes bandas como Rolling Stones o Led Zeppelin llenaban enormes auditorios. Y en un lugar curioso, algo parecido a la ladera de un humeante volcán, permanecía Pink Floyd. Sus discos que no habían vendido demasiado, pero sí eran un grupo de culto. Era el favorito del público intelectual, un aspecto objetivo por cuanto se habían hecho célebres sus giras de conciertos por universidades del Reino Unido. No obstante, su material seguía siendo voluntariamente experimental y alejado de los cánones de comercialidad. Transmitían una experiencia global y sensorial (sonidos, desarrollos, luces, escenografía), no solo musical. La cuestión es que querían más. Y tenían un plan.

La historia del álbum comienza en un pequeño estudio en el oeste de Londres en 1971, cuando la banda se embarcó durante 12 días en una sala de ensayo de Decca Studios situada en Broadhurst Gardens, en el West Hampstead londinense, para trabajar en diversas ideas bajo el título de “Eclipse”. Faltaba un impulso. "Creo que ya habíamos empezado a improvisar en torno a algunas piezas en Broadhurst Gardens. Después de haber escrito un par de letras para las canciones, de repente pensé, sé lo que sería bueno: hacer un disco completo sobre las diferentes presiones que se aplican en la vida moderna", explicaría Waters, en su enésima distorsión de la realidad. Porque eso no fue idea suya, sino de todo el grupo. El impulso saldría de una reunión con toda la banda –que por entonces todavía permanecía muy unida- en la casa del batería Nick Mason. Allí se decidió vertebrar toda la temática del nuevo álbum en torno a un gran concepto: el estrés. “Lo curioso es que por entonces no teníamos ningún tipo de presión”, confesaría años después el propio Mason.

Lo que ocurrió después es algo inconcebible hoy. Antes de seguir con la gestación del nuevo álbum, el grupo no solo tuvo que realizar una gira por Japón y otra por Estados Unidos, sino atender al compromiso de realizar la banda sonora de la película francesa “El valle”, de Barbet Schroeder. Pero todo aquello no hizo otra cosa que reavivar la creatividad de la banda, plena de confianza ante sus evidentes progresos y la respuesta del público ante nuevas piezas presentadas, bocetos de las nuevas canciones que estaban por completar. "Fue una excelente manera de desarrollar un disco", dice Mason. "Realmente te familiarizas con él; aprendes cuáles son las piezas que te gustan y las que no. Y es muy interesante para el público escuchar una pieza en desarrollo".

Alan Parsons, el quinto

A todo ello ayudaba su evolución como instrumentistas, y particularmente de David Gilmour. Tímido desde su llegada a Pink Floyd, el guitarrista había mejorado increíblemente en los dos últimos años hasta convertirse en un elemento absolutamente distintivo del sonido de la banda. Igual que la elegancia y sofisticación del teclista David Wright. Por su parte, Mason y Waters siempre habían sido tremendos. Una curiosa secuencia de acordes compuesta por Wright para “Us & Them”, y repetida en varios de los temas, terminaría por dar el impulso musical a un disco que tendría dos impresionantes motores más: los sensacionales e increíblemente maduros textos de Waters junto con el propio sonido, algo jamás escuchado hasta la fecha, quien tuvo como héroe a alguien que se haría mucho más popular años después. Sería Alan Parsons, un joven ingeniero de sonido que por entonces ya tenía en su currículum haber trabajado con los Beatles en “Get back” y “Abbey Road”. Él fue el quinto miembro de Pink Floyd y un artífice indiscutible de que la obra siga sonando hoy, medio siglo después, tan milagrosamente hermosa.

Todo era grandeza, pero sin caer en la megalomanía. Nadie había escuchado nada así hasta entonces. Y nadie –salvo ellos mismos con “Wish you were here”, “Animals” o “The Wall”- se acercarían a ese tipo de concepto musical. Todo comenzaba con un intrigante bombo que representaba los latidos de un corazón antes de un grito que daba paso a la obertura. Era “Breathe” y la banda sonaba como una auténtica orquesta sinfónica a pesar de contar con apenas cuatro instrumentos. “Por mucho tiempo vives y alto volarás / Y sonrisas darás y lágrimas llorarás / Y todo lo que tocas y todo lo que ves / Es todo lo que tu vida alguna vez será”, cantaba Gilmour.

Le seguía “On the run”, uno de los últimos cortes en grabarse, un tema abiertamente experimental que funcionaba precisamente por el contraste con la siguiente pieza, el gran clásico “Time”, con una instrumentación abrasadora de Gilmour y un bellísimo puente cantado por Wright: “Eres joven y la vida es larga, y hay tiempo para matar hoy / Y luego, un día, descubres que diez años han quedado atrás”. “The Great Gig in the Sky” era una hermosísima pieza instrumental de Wright que contó con una impresionante interpretación de la vocalista Clare Terry, una improvisación que no se tocó.

La Cara B

Cuando dabas la vuelta al vinilo y pensabas que nada más te podía sorprender, llegaba otro de los grandes clásicos de la banda, “Money”, un tempo imposible en el rock and roll pero que Pink Floyd ejecutó con maestría. En la mente de Waters estaba el gran clásico instrumental del soul “Green Onion”, de Booker T. & MGs, mientras que “Us & Them” se elevaba como una pieza casi onírica que definía por completo el sonido de los “nuevos Floyd”. El final llegaba con un espectacular instrumental llamado “Any color you like” que precedía a otra maravilla llamada “Brain Damage”, que muchos quisieron ver como un homenaje a su colega Syd Barrett. “Si no hay lugar en la colina / Y si tu cabeza explota con presagios oscuros también / Te veré en el lado oscuro de la luna”. Y de nuevo los latidos despedían el álbum antes del que el silencio que provoca la estupefacción se apoderara de la habitación.

Medio siglo después de su lanzamiento, el innovador octavo álbum de Pink Floyd sigue siendo un logro monumental en la historia de la música rock. A pesar de nunca alcanzar el número uno en el Reino Unido y pasar solo una semana en la cumbre en Estados Unidos, acumuló 937 semanas (18 años) en la lista Billboard y vendió más de 45 millones de copias en todo el mundo. Gustó por igual a los amantes de la música progresiva, del rock introspectivo, del blues y del pop. “No solo de que era un buen álbum, sino estar en el momento y lugar adecuados”, diría Waters. También fue el principio del fin, imperceptible durante unos pocos años, pero agresivo en la parte final. "Dark Side Of The Moon fue la última colaboración voluntaria. Después de eso, todo con la banda fue como sacarle los dientes; diez años de aferrarse al apellido de casado y no tener el coraje de divorciarse, de dejarlo ir. Diez años de infierno sangriento. Todo fue simplemente terrible. Horrible”, resumiría Waters. Horrible para todos, le faltó decir. Porque “Dark Side of the Moon” fue como aquella rosa que coges y admiras emocionado, pero que deja cicatrices entre los dedos que ya nunca curas.