¿Por qué? ¿Para qué?
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Temporada del Real
«Don Giovanni» de Mozart. R. Braun, A. Kotscherga, C. Schäfer, P. Groves, A. Arteta, K. Ketelsen, D. Bižic', M. Erdmann. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. A. Pérez, director musical. D. Tcherniakov, director de escena. Teatro Real. Madrid, 3 de abril de 2013.
Posiblemente sea la primera vez en la temporada que el Real puede colocar el cartel de «Todo vendido», lo cual tiene su parte positiva y su parte negativa. La taquilla vendrá bien a sus arcas exhaustas, pero la puesta en escena de Tcherniakov puede acabar por desencantar a abonados y curiosos. El regista ruso, que sorprendentemente lleva ya dos producciones esta temporada, fue elegido en Aix-on-Provence en 2010 para romper con la etapa anterior de aquel festival, en la que en 1998 se había representado un «Don Giovanni» histórico a cargo de Peter Brook y Claudio Abbado. Lo consiguió a tenor de las críticas que suscitó. Mortier se apuntó a la producción y ayer la tuvimos en nuestro teatro.
Vaya por delante que «Don Giovanni» es una ópera imposible, realmente muy difícil, no ya de cantar, como lo es para las féminas, sino de poner en escena a causa del «dramma giocoso» que diseñó Mozart. Tcherniakov ha venido con ideas muy claras y las ha impuesto a cantantes y director musical, quien abiertamente ha manifestado que «éste no ha sido un trabajo de equipo». Los intérpretes han decidido pasar por el aro y tirar para adelante, aunque no acabasen de entender lo que se pretendía de ellos por más que Tcherniakov se lo explicase. Y si ellos no lo han logrado, ¿cómo se le va a pedir que lo logre el público? De ahí el abucheo monumental cuando salió a saludar.
¿Por qué Don Giovanni ha de ser un hombre roto hasta la locura, borracho maníaco depresivo, incapaz de sobrellevar el peso de su fama, víctima de una sociedad hipócrita y atacada? ¿Por qué todos los personajes han de pertenecer a una sola familia –Doña Elvira fue esposa de Don Giovanni y es prima de Doña Ana y Zerlina es hija de ésta– y todo desarrollarse en una habitación de la casa del Comendador? ¿Por qué Leporello pasa de ser siervo a amigo de un rica familia burguesa, enamorado de Doña Elvira? ¿Por qué el Comendador ha de morir desnucándose al caerse? ¿Por qué no vuelve del más allá para vengarse, sino que la «familia» contrata un actor para reírse de Don Juan? ¿Por qué la obra de Mozart y da Ponte se ha de convertir en un grupo de familia en un interno, sin la belleza del film de Visconti y más semejante a algo entre «Festen» de Vinterberg y «Un tranvía llamado deseo»?... Y Tcherniakov sabe lo que hace, ¡vaya si lo sabe! Todo está estudiado milimétricamente, todo tiene justificación en una regia eminentemente teatral que exige a los cantantes ser auténticos actores. Incluso hay escenas impactantes, como «Vieni alla finestra» o el «Vedrai carino» , pero, ¿por qué hay que ir a la ópera tras un cursillo explicativo? ¿Por qué hay que tolerar trasgresiones de los libretos hasta apartar completamente la acción de lo que los autores desearon y expresan los textos? La ópera abarca el teatro pero no es sólo teatro, ni siquiera prioritariamente teatro y eso se olvida hoy día.
Alejo Pérez no es aquel Abbado de Aix sino más bien Harding, su sustituto allí y con análogas limitaciones. Mérito tiene atreverse con recitativos tan pausados, pero falta enjundia por doquier. Muy gris «Lá ci darem la mano». Las voces masculinas no pasan de la discreción, si bien Paul Groves deja en momentos constancia de su nombre y Kyle Ketelsen muestra su categoría actoral. Ninguna de las tres sopranos –Christine Schäffer, Mojca Erdmann o Ainhoa Arteta– reúnen todas las exigencias de sus respectivas partituras, pero Ainhoa Arteta sale más que airosa en su aria y las tres, en conjunto, sí parecen Doña Ana, Zerlina y Doña Elvira. A eso juegan Tcherniakov y quien le contrató. Alguien del púbico gritó «Da Ponte» al acabar el primer acto. Efectivamente le echamos de menos.
¿Por qué llega esta nueva coproducción de «Don Giovanni» al Real, si el teatro aún tiene en sus almacenes, sin reponer, la cara producción propia de Lluis Pascual, Frigerio y Squarciapino de 2005/6? ¿Por qué las administraciones públicas, que financian el 45% del presupuesto del teatro, permiten estos dispendios en el Real mientras ahogan a otros teatros?