Quien hace la ley...
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Es este el tercer y, de momento, último de mis artículos dedicados a los gerentes de nuestras instituciones musicales. En el primero –«El zorro en el gallinero»– se advertía de la inconveniencia de elegir a directores de orquesta como gerentes o intendentes. En el segundo –«Sueldos en do menor»– me refería a lo mal pagados que pueden estar los responsables de instituciones clave como el CNDM o el Teatro de la Zarzuela. Concluía prometiéndoles contar cómo algunos de quienes no cobran lo que deberían consiguen obtener ingresos aún superiores. Como el asunto es de fábula, se lo voy a explicar a través de un cuento. Érase una vez un teatro cuyo máximo responsable llevaba a la vez la intendencia y la dirección artística percibiendo por ello algo más de 150.000. Era una cifra alta para España, pero muy inferior a los 250.000€ que percibía en otro teatro quien no era su máximo responsable pero sí director artístico y, sólo supuestamente, musical. El responsable de cultura de la administración pública de la que dependía aquel teatro quería deshacerse del intendente para controlarlo más directamente. Le despidió y convenció al presidente de su administración de que el intendente nunca debería haber ganado más que él, pero he aquí que el cesado se avino a rebajarse el sueldo a menos de la mitad. Ante ello, el responsable cultural no se amilanó y alimentó una operación espectacular tras la cual se quedó de amo y señor del teatro. Sin embargo, no pudo colocar a su frente a quien deseaba y se tuvo que contentar con un director de escena que sólo iba a ganar 55.000€ y no podría dedicarse a otras actividades fuera de aquel teatro ni facturar a éste por las regias que firmase, aunque a él le prometió que las cosas cambiarían. ¡Qué bonito y que falso! Las cosas nunca llegaron a cambiar de verdad y el nuevo responsable no podía permitirse ingresar solamente el salario pactado porque, además, ni era justo ni era un precio de mercado para él. La solución a su problema le llegó de un compañero que había vivido la misma situación. Para resolverlo estaban los «derechos de autor». Éstos quedaban fuera de su contrato. Así que no sólo viajó a otro teatros para reponer producciones que había realizado, sino que no paró de firmar nuevas regias que no respondían exactamente al concepto de «derechos de autor», puesto que se trataba de nuevos trabajos, pero a los que la superioridad tendría que hacer la vista gorda sino quería que se exteriorizase su gran metedura de pata. También habría de hacer la vista gorda a los consabidos «intercambios». Fellini expresó este mundo en un título: «E la nave va». Quien hace la ley, hace la trampa.