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'Lux'
Rosalía no es Sor Citroën, sino Hildegarda
La cantante es dios en lo suyo, la responsable de que miremos hacia dentro o hacia arriba y nos preguntemos pero qué está pasando

Ella tuvo una epifanía, antaño poligonera, reguetonera, reina del pop mundial en español, coleccionista de amantes aventureros por los que sus fans se partirían la camisa, de Raw Alejandro, al que le dedica una canción, «Perla», en la que lo más bonito que le llama es «cabrón», a Jeremy Allen White, ese buen tipo en calzoncillos de Cakvin Klein. Ahora se abraza a la mística femenina y a la abstinencia sexual. ¿Se ha convertido Rosalía en María Ostiz o en Sor Citroën? O para decirlo en serio: ¿es una parodia? En absoluto. No puede haber más respeto hacia las místicas femeninas, que ella convierte en feministas. Santa Teresa o Hildegarda de Bingen la acogerían en su seno a sabiendas de que es una sublime pecadora. Este nuevo disco, «Lux», es el más provocador de todos los suyos y tal vez el mejor porque cambia la dirección zombi del planeta pop que andaba perreando ya aburrido de letras priapísticas como un remedo de porno de Shein.
Rosalía es dios en lo suyo, la responsable de que miremos hacia dentro o hacia arriba y nos preguntemos pero qué está pasando. Si todo el mundo habla del regreso de la espiritualidad y de la iconografía católica en la conversación global es porque así lo ha querido Rosalía y no Byung-Chul Han, ese gran «bluff» filosófico. Ella ha captado una tendencia y nos la sirve en forma de ópera gazpacho, un poco de sinfonía, otro de flamenco heterodoxo, que no van a entender ni los habituales del Teatro Real ni los gitanos del barrio de Santiago de Jerez, como en su día no captaron ni a Camarón ni a Morente. Porque aunque Rosalía se entregó a eso que llaman música urbana siempre será flamenca, aunque se adorne con la peluca empolvada de Mozart.
¿Qué es aquello que nos quitaron nuestros abuelos?
Fukuyama habló de la «ruptura del 75» cuando, después del cerrojazo intelectual a la religión y el relativismo del Mayo del 68, entramos en la era de «vamos individualmente hacia la nada». No sé si Rosalía llega tan lejos, pero su irrupción evidencia que los más jóvenes quieren experimentar con aquello que le quitaron sus abuelos. Lo que más atrae a los neonatos de la Iglesia son la misas en latín. No la entienden pero quedan fascinados por su misterio y el rito. Rosalía se sirve en las canciones de «Lux» de más de una docena de idiomas, del más cercano español o catalán, al alemán, francés, ucraniano, hebreo, árabe, siciliano, portugués, japonés... Hay que recurrir a la traducción para comprenderlas. Diríamos que esto recuerda a aquel pasaje de los Hechos de los Apóstoles en el que los discípulos de Jesús comprendían lenguas que no habían conocido en su vida. Las lenguas sobre las cabezas.
La cultura católica, no la Iglesia católica, que en algunos ámbitos sigue con la guitarrita, vive un momento dulce que los artistas, con ese fino olfato, incorporan a sus obras monumentales. No se confundan. Las parroquias seguirán igual de vacías o igual de llenas, pero la religión ha vuelto. No sabemos para qué ni hasta cuándo. En la presentación en su disco en Madrid, Rosalía iba de blanco con zapatos rojos, como un Papa. No se alteren, solo ha cambiado los Jimmy Choo por los Prada de Benedicto.
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