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Minuto 93
A Sergio Ramos se le ha antojado un Grammy
El futbolista sevillano, tras la publicación de su tema 'CIBELES', aseguró en 'El Hormiguero' que aspira en unos años a ganar un Grammy

Sergio Ramos es un cani con dinero, con mucho dinero: que me perdonen sus fans, pero lo hortera no se lo quita la pasta; al revés, lo potencia. Millonario desde que fichara por el Real Madrid con 19 años, dos décadas después, frisando la cuarentena, sigue siendo un muchacho al que la madurez nunca alcanzó. Sólo hay que ver cómo viste, cómo habla, cómo se mueve y, sobre todo, cómo piensa para darnos cuenta que estamos ante un adulto disfuncional: narcisista, caprichoso y macarra. Un tipo que, por jugar bien, muy bien al fútbol se piensa que puede ser bueno, muy bueno, el mejor en otros ámbitos.Por ejemplo: en la música. Como si la lotería del talento tocase dos veces, o como si con el premio de una se pudiera adquirir el de la otra. Pensamiento mágico.
Sergio Ramos se compró una cara –su característica napia aindiada de repente mutó en una nariz respingona y de punta redondeada, entre pómulos cincelados, sobre una dentadura de fulgor níveo–, diecisiete coches de lujo, una finca en Sevilla y a «Yucatán», el mejor caballo semental o pura sangre o lo que sea, como una prolongación equina de sí mismo, símbolo lorquiano de su masculinidad alfa. Pataleó por volver al Sevilla FC, equipo donde se formó, y se salió con la suya; pataleó también por regresar al Real Madrid y se quedó con las ganas... Y como el defensor de Camas no está acostumbrado a que le digan que no, ahora ha expresado «artísticamente» su berrinche con «CIBELES», una canción –ridícula en muchos aspectos– de despecho hacia el club de su vida: «Hay cosas que no te di, que todavía me duele. Yo nunca quise irme, tú me pediste que vuele. ¡Oh-woah, oh-oh! Tú me pediste que vuele. ¡Uh-oh! Tú me pediste...».
Un problema es que va en serio: la pasada noche aseguró en «El Hormiguero» –y no es coña– que se ve de aquí a unos años ganando un Grammy, que tiene 18 temas más en la recámara –suena a amenaza– y que, antes de ganar una Champions como entrenador –también tiene complejo de Guardiola–, quiere dedicarse un tiempo a la música. Para ello cuenta con mucha pasta, un ego muy grande, déficit de vergüenza y dos estudios de grabación: uno en su casoplón de Madrid y otro en la finca sevillana.
El otro problema –y esto es lo grave– es que la industria musical de hoy permite estas aberraciones. Si tienes dinero, puedes contratar al mejor letrista –que hoy no hace falta que sea Manuel Alejandro o Perales, basta con que te rime «Benzemá» con «mamá» y «duele» con «Makélélé»–, al productor musical «más top» y a Little Spain para que te haga un videoclip «guapo» a lo C. Tangana. Del «lifting» vocal ya se encarga el auto-tune. Además, lo tienes hecho si ahora los referentes musicales de la juventud son Dellafuente y Rels-B, que llenan estadios; mientras que Javier Ruibal o Silvia Pérez Cruz viven condenados al ostracismo comercial de los recitales en pequeñas salas.
Pero que nadie diga que Ramos no avisó: ya en 2012 grabó «A quién le voy a contar mis penas» con Canelita –aquí pueden apreciar su verdadero tono– y la pasada Navidad «No me contradigas» con Los Yakis.
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