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Música

Sigue brillando, loco diamante: los 50 años de «Wish you were here»

Pink Floyd firmó hace medio siglo la cumbre del rock progresivo con esta exaltación de la soledad bajo el influjo fantasmal de Syd Barrett

Portada del álbum «Wish you were here», de Pink Floyd
Portada del álbum «Wish you were here», de Pink FloydLa Razón

La escena ocurre una fresca tarde de final de primavera de 1975 en los estudios Abbey Road de Londres. Pink Floyd está ultimando las mezclas del disco que saldrá dos meses después. Sus cuatro miembros entran en la sala de control y en una esquina ven un tipo extraño, calvo y obeso con una bolsa de plástico agujereada. Se balancea algo inquieto sin mirar a ningún sitio en particular. El grupo cree que es otro moscón con ganas de cotillear. Se dirigen a un miembro del equipo para quejarse y les dicen con cierta vergüenza: «Es Syd... Syd Barrett». «Oh, Syd, qué te han hecho...», susurra para su adentros David Gilmour. Los demás miran hacia la esquina suplicando encontrar algo que desmienta la revelación. No queda prácticamente nada de aquel hermoso muchacho de cabello ondulado, risa infantil y mirada despierta. Nada del chico que fundó Pink Floyd diez años antes. Aquello era Syd Barrett y esto es «Wish you were here».

Se cumplen ahora 50 años de aquel álbum que sublimaría los patrones contemporáneos del rock progresivo. Cuando Pink Floyd entró en el estudio, a primeros de aquel 1975, apenas tenía unos esbozos de piezas sueltas y una idea clara sobre cuál debía ser el asunto central del disco: la pérdida. La aparición espectral de Syd Barrett terminaría por completar el improbable círculo en base a una música que todavía hoy parece difícil de descifrar en toda su belleza. Y sí, aquello era Syd Barrett. O el recuerdo de Syd Barrett. «Me sentí horrorizado por el cambio físico. Aún tenía la imagen del personaje que había visto por última vez siete años antes: casi cuarenta kilos más delgado, con el cabello largo rizado y un talante pletórico. Mi recuerdo no era tanto el del Syd colgado que había dejado el grupo en 1968, sino más bien el del personaje que conocimos cuando vino a Londres desde Cambridge, el que tocaba esa Fender Squire característica de sus discos reflectantes, el que tenía un armario lleno de camisetas de Thea Porter e iba acompañado de su hermosa novia rubia. Ahora no parecía un hombre que tuviera ningún amigo en absoluto», recordaría Nick Mason, batería de Pink Floyd, en su biografía.

Un viaje sin retorno

Efectivamente, nada quedaba de aquella juventud ni de aquel travieso y angelical muchacho lleno de ideas y capaz de imaginar un disco como «The Piper at the Gates of Dawn», el inconcebible álbum de debut de Pink Floyd en 1967. Le pasó como a algunos de su generación: un trastorno mental nunca diagnosticado, ingesta masiva de LSD y un viaje sin retorno a muchos kilómetros de aquí. Aquella visión de Syd en aquella esquina de la sala de control removería las conciencias de sus viejos compañeros de Pink Floyd. «Uno de los sentimientos que afloró fue el de culpa. Todos habíamos tenido algo que ver en el estado actual de Syd, ya fuera por no querer reconocer su situación, por falta de responsabilidad, la insensibilidad o un egoísmo descarado», reconocería Mason. Y allí estaban, con ese espectro, finalizando «Wish you were here». En el Estudio 3, el mismo en el que el joven Syd escribió y grabó las mejores canciones de su carrera.

Sin saberlo, y mucho menos de forma intencionada, aquella sería la última contribución de Syd Barrett a la música de Pink Floyd. Porque su aparición impulsaría la finalización de la canción que abriría el álbum, la monumental «Shine on you crazy diamond», 20 minutos de música en trance para completar la gran sinfonía del rock and roll. Aquí está el amplio resumen de lo mejor de Pink Floyd: las atmósferas sonoras de Rick Wright, la elegante guitarra fuera de categoría de David Gilmour, el bajo abrasivo de Roger Waters, la hipnótica batería de Mason... «¿Recuerdas cuando eras joven? / Brillabas como el sol / Sigue brillando, loco diamante / Ahora hay una mirada en tus ojos / Como agujeros negros en el cielo / Sigue brillando, loco diamante».

Pink Floyd se enfrentaba a ese coloso que ha hecho fracasar a tantos y tantos grupo: el siguiente disco después de un gran éxito mundial. En el caso de la banda británica, «Wish you were here» era el álbum siguiente a «The dark side of the moon», la grabación que les convirtió en multimillonarios. Y el camino elegido era el más improbable, pues apenas había cinco temas en el álbum y uno de ellos era instrumental. Pero qué temas, amigo.

Tras «Shine on you crazy diamond» llegaba «Have a cigar», una crítica sátira de la industria musical con unas palabras que resaltaban la desconexión entre artistas y ejecutivos. La voz del cantante folk Roy Harper le daba un toque único a la canción en compañía de la sensacional guitarra de Gilmour. «Welcome to the machine» es otra feroz crítica a la soledad que sigue cuando vendes tu talento. «¿Qué soñaste? No importa / Te diremos qué debes soñar». Es una canción extraña y sinuosa, llena de sintetizadores y efectos, pero cuyo resultado es estremecedor al envolver de forma claustrofóbica el mensaje que transmite esa voz desesperada. La cuarta canción del álbum es la que daba título al disco y hoy es otra de esas canciones que definen una época y un sonido. En su aparente sencillez reside precisamente su magia. Roger Waters «robó» algunas notas del «Almost Independence Day» de su admirado Van Morrison, así como el sinfónico sonido de la guitarra de 12 cuerdas. Gilmour ideó una preciosa secuencia de notas con su guitarra acústica seguida de su hermosa voz, que canta: «Entonces, ¿crees que puedes distinguir el cielo del infierno? ¿El cielo azul del dolor? / ¿Puedes distinguir un campo verde de una fría barandilla de acero? / ¿Una sonrisa de un velo? / ¿Crees que puedes distinguirlo?». Aquello también iba sobre Syd Barrett. Igual que su final: «Cómo desearía que estuvieras aquí / Somos solo dos almas perdidas nadando en una pecera año tras año / Recorriendo la misma vieja tierra / ¿Qué hemos encontrado? / Los mismos viejos miedos / Ojalá estuvieras aquí».

El extraordinario final

El final del álbum era un largo desarrollo instrumental que en realidad era la coda de «Shine on you crazy diamond», la perfecta cuadratura del círculo. Parecía una especie de homenaje a aquellos años de creatividad y experimentación junto a Barrett, una especie de brindis por los viejos tiempos, por aquellos en los que Pink Floyd tocaban en universidades en largos conciertos en los que podía pasar de todo. Solo que ahora esas improvisaciones eran ejecutadas por una banda en su esplendor y con un absoluto dominio del instrumento y de los registros de una canción. Unas ejecuciones perfectas y elegantes, precisamente medidas, con rumbo definido y llenas de belleza.

Cuando «Wish you were here» llegó a las tiendas, las respuesta fue unánime: «Lo han vuelto a hacer». Dos años después de «The dark side of the moon», la banda no solo sobrevivía al éxito, sino que lo amplificaba. Probablemente también sería la última vez que el grupo mostraría armonía y espíritu de banda en el estudio. Luego vendrían las crisis, los rencores, los reproches y el desamor. Pero antes había existido otra cosa. Esto era «Wish you were here», la pérdida y Syd Barrett.