Crítica

Sobrecogedora alegoría

Kent Nagano dirige “The Bassarids” (“Las bacantes”) / Foto: Archivo
Kent Nagano dirige “The Bassarids” (“Las bacantes”) / Foto: Archivolarazon

Hans Werner Henze (1926-2012) fue siempre un magnífico forjador de sonidos y estructuras, un organizador de primera

Henze: “The Bassarids” (“Las bacantes”). Franco Pomponi, Sean Panikkar, Mihoko Fujimura, Mark S. Doss, Nikolai Schukoff, Sara Fulgoni, Marisol Montalvo, Daniel Belcher. Orquesta y Coro Nacionales. Director: Kent Nagano. Auditorio Nacional, Madrid. 15 de junio de 2018.

Hans Werner Henze (1926-2012) fue siempre un magnífico forjador de sonidos y estructuras, un organizador de primera. En su producción se reconocen formas, trazos, propuestas, se hacen guiños a la tradición, pero a través de un lenguaje moderno, serial o atonal, un lenguaje en cierto modo de síntesis, lapidario. “The Bassarids” (Salzburgo, 1966), sobre libreto en inglés de Auden y Kallman, pudo verse representada en el Teatro Real en junio de 1999. Se dispone en un solo acto dividido en cuatro “movimientos. En el primero, en forma sonata, se enfrentan los temas contrastados de los dos personajes principales, Pentheus y Dionysos. En segundo lugar se plantea un Scherzo. El centro emocional lo ocupa un Adagio, en el que aparece una cita de la Sinfonía nº 5 de Mahler. La ópera se cierra con una “passacaglia” y una marcha fúnebre.

Al frente de la caudalosa partitura estuvo Kent Nagano, de enjuta y fina figura, artista de criterios objetivos, de planteamientos tímbricos diferenciados y de línea fraseológica concisa y transparente. Los conjuntos de la ONE le dieron excelente respuesta. La orquesta, pronta en la reacción, precisa en los ataques, ora briosa y encendida, ora discreta y delicada, brilló a buena altura y resolvió, bajo la firme guía, pasajes en verdad endiablados, aunque no todo quedara perfectamente encajado. En todo caso, un aplauso para los chelos, firmes y entonados toda la tarde. Orgánico levemente reducido en las cuerdas, con seis contrabajos, y copiosa percusión.

El Coro, que hubo de apechugar con una escritura no menos inclemente, y abordar fastuosas disonancias, supo plegarse a las variadas dinámicas y extraer impensadas delicadezas, como, por poner un único ejemplo, la conseguidas, alentado por la batuta, en esa especia de número nocturnal del tercer movimiento “Now night opens wide”, rico en refinadas armonías y sutilezas. Y hubo un buen equipo solista. La mezzo japonesa Fijimura, de grave algo débil, mostró emisión firme, volumen suficiente y adecuado colorido (Ágave). El tenor lirico-ligero Panikkar, de timbre no especialmente bello, pero de agudo fácil, fue Dionysos. El también tenor Schukoff es voz de mejor calidad y hechuras, anduvo fino en la parte de Tiresias, con zona alta bastante segura en esta ocasión. Esforzado, con timbre baritonal un tanto opaco, Pomponi como Pentheus. Potente, oscuro, algo rudo, ligeramente engolado, Doss en el papel de Cadmus. Los tres solistas restantes cumplieron decorosamente en los cometidos de Autónoe, Beroe y Capitán. A resaltar por último las magníficas y esclarecedoras notas al programa de Mario Muñoz Carrasco.