Nueva York

Teresa Berganza: “Voy de mala, soy la oveja negra de la lírica”

Divertida, clara y ocurrente, la mezzosoprano, que no quiere saber quién cantará el día 21, posó ayer en el Teatro Real
Divertida, clara y ocurrente, la mezzosoprano, que no quiere saber quién cantará el día 21, posó ayer en el Teatro Reallarazon

Acaba de quedar al descubierto por qué precisamente Mortier ha organizado «el primer gran homenaje» a Teresa Berganza, como ella misma lo considera, a pesar de que viene de París, donde le han dedicado varios tributos. «Es el teatro de mi pueblo. La más madrileña de todas las que cantan por ahí soy yo. No sólo he nacido en la calle de San Isidro; nunca me he ido a vivir fuera: ni a Nueva York, ni a Luxemburgo...», asegura con ironía, por eso mismo concluye: «Siempre voy de mala, soy la oveja negra de la lírica, porque digo lo que siento», confesó ayer en un encuentro con los medios. «Yo también», contestó Mortier a su lado. «Pues casémonos», replicó ella. La mezzosoprano, a sus ochenta años, está a régimen, lleva días durmiendo mal y aún le está dando vueltas al vestido adecuado: «Estoy como si fuera a cantar el día 21». Pero no lo hará, siempre ha sido muy exigente con su voz y el día que se quedó sin ella para salir a escena, hace unos cinco años, decidió que aquélla sería la última vez. Es una pena, pues delante de los periodistas se atrevió a tararear para ilustrar algunos ejemplos, y comprobamos que quien tuvo, retuvo. «Ya he hecho todo lo que tenía que hacer, incluso más», dice ella ahora que está volviendo a escuchar sus discos, casi 200 en 58 años de carrera: «No había querido oírlos por miedo a que no estuviesen bien. Ahora he vuelto a escucharlos y lo estoy pasando de maravilla... y me digo: ‘’Por qué has sido tan tonta’', pero el no sentirme segura me ha hecho buscar más colores en mi voz».

Dos galgos y un Rolls

Se tacha a ella misma de antigua y retrógrada, pero nadie que viera su «look» ni la escuchara con esa vitalidad lo diría: «No tengo nostalgia, he vivido tanto que no me la puedo permitir». Así que no se lamenta de no haber podido escenificar ni una sola ópera en el teatro donde se le rendirá tributo, aunque sí lo pisó múltiples veces cuando era sala de conciertos, ni tampoco que las grandes noches operísticas transcurrieran fuera de España: «Si no llego a pasar los Pirineos, no estaría hoy aquí. Me decían que era muy buena, pero en este país no me contrataban. Me fui a hacer audición para Aix-en Provence, y como me advirtió mi maestra, allí comenzó mi carrera». Tampoco la disfrutaron los españoles en zarzuelas escenificadas: «Entonces no se hacían con los medios de ahora. La orquesta era pequeña, no había ensayos. Apenas José Tamayo hizo algo interesante. Para mí, la zarzuela está al nivel de la ópera y hay que darle la misma importancia», dice. Decenas de referencias históricas saltan en su discurso: Karajan, la Callas (a la que dijo «no» para interpretar juntas Norma: «Hay que saber decir que no una y otra vez», advierte), y, por supuesto, Alfredo Kraus. «He sido muy loca para la vida, pero para mi carrera siempre tuve los pies en el suelo. Sólo he tenido que dejar de interpretar un papel porque me perdía la pasión. Fue ''Werther'' y es que yo veía a ese Kraus tan guapo en el escenario del Covent Garden, que cómo no me iba a enamorar».

Asegura que vivió con humildad los tiempos en que las cantantes líricas eran auténticas divas: aún recuerda cuando la reina de Inglaterra la invitó un día a tomar el té en su vagón real en un viaje en tren de Londres a Edimburgo o cómo cuando iba a cantar «La italiana en Argel» en Nueva York, la fueron a buscar con un Roll Royce y dos galgos dentro. Mil y una anécdotas para una vida llena. Se niega a decir nombres de sus cantantes actuales favoritas con la excusa de que «no puedo juzgar a nadie por un disco». Alaba la figura del director musical como el máximo responsable operístico y rehúye volver a enfrentarse a los directores de escena: «Me van a cortar un día el cuello como a los mafiosos».

Los últimos tiempos los ha dedicado a enseñar, lo que le sigue llenando la agenda de viajes: «Mi padre me llamaba ''la divina impaciente''; no creí que tuviera tanta paciencia para enseñar, pero las clases de canto me parecen apasionantes». Cada vez que se encuentra con un pupilo, lo hace con una sonrisa: «Hay que sonreír siempre, aunque sea forzadamente», argumenta. Tampoco les da consejos, aunque sí les ilustra sobre qué papeles deben cantar y cuáles no. Palabra de una artista que se negó a cantar «La Traviata» en la Scala porque no era su tesitura. Mucho genio y mucha, mucha figura.