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La última reivindicación de Rory Gallagher, el trovador de la Stratocaster

Una caja de 18 CDs con sus grabaciones para la BBC pone en valor a un músico nunca reconocido en vida
Rory Gallagher, con su famosa Stratocaster
Rory Gallagher, con su famosa StratocasterLa Razón
La Razón
  • Alberto Bravo

    Alberto Bravo

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Rory Gallagher vivió en el tiempo equivocado. Después del boom del blues británico de los 60 y antes del revival de los 90. Quedó en tierra de nadie y, además, su figura no vendía. Como él mismo decía, era «un hombre simple» con nada que ofrecer salvo su abrasiva, expansiva y aguardentosa visión del blues. Insuficiente para la industria y el público, que nunca lo puso a la altura de otros nombres como los de Eric Clapton, Peter Green, Stevie Ray Vaughan y demás referentes de la guitarra contemporánea. Sin embargo, y como suele pasar, el tiempo y el legado pone en perspectiva quién fue y quién no alguien importante.
Lo último es «Rory Gallagher: The BBC Collection», la colección definitiva de las grabaciones del músico irlandés para la cadena británica, una caja de 20 discos que incluye 18 CDs con conciertos y sesiones de radio entre 1971 a 1986 más dos discos Blu Ray con shows de televisión y actuaciones en estudio en la BBC de 1973 a 1984.
Con más de las tres cuartas partes de las grabaciones de audio hasta ahora inéditas, esta recopilación no solo es imprescindible para los fanáticos de Rory Gallagher, sino la muestra de hasta qué punto su figura ha sido ignorada por la crítica durante tantos años. Es la demostración perfecta de su increíble poder y energía en vivo al tiempo que pone en valor la personalidad de su estilo, tan ecléctico y distintivo.
Este lanzamientos pone de manifiesto la importancia de Rory Gallagher, probablemente el músico con más apariciones de la década de los 70 en la BBC. La caja antológica abarca 16 años de su carrera (1971-1986), incluyendo momentos destacados como el concierto «Sight & Sound» de 1977, transmitido por radio y televisión, la actuación de Rory Gallagher como cabeza de cartel en el Festival de Reading de 1980 o el emotivo concierto «At Midnight» en el Ulster Hall de Belfast en 1984.
Las grabaciones muestran cómo Rory Gallagher fue evolucionando como artista desde el nervio inicial a la profundidad final. El irlandés dominaba cualquier registro, desde el delicado y siempre pantanoso blues acústico hasta la intensidad y dominio de la tensión de su propuesta eléctrica. No solo tenía una formación portentosa -amaba a pioneros como Woody Guthrie oLeadbelly-, sino la enorme personalidad y voluntad de no ceñirse a cánones clásicos, elegir caminos más complicados de expresión. Y sobre todo nunca perdió la capacidad de emocionar, de esquivar la tendencia a convertirse en un cliché.
Rory Gallagher es el claro exponente de que incluso después de la muerte de un músico su carrera puede seguir siendo un misterio. Y más aún para aquellos artistas que nunca llegan a obtener el reconocimiento por su arte y su impacto en la cultura contemporánea simplemente por entregar su cuerpo y alma a lo que hacen. De formación autodidacta, fundó el grupo Taste a finales de los 60, cuando Gran Bretaña estaba ya un poco cansada de las variaciones del blues hacia horizontes más progresivos. El final de Cream fue también el final de una época. Por eso Taste nació y murió fuera de tiempo, aunque duraría lo suficiente para reconocer en Rory Gallagher una figura fresca y diferente.
Entonces fue cuando inició su carrera como solista dando rienda suelta a su creatividad. Las habilidades de Gallagher con la guitarra florecieron con la slide de su Martin D-35 de 1968, su National Triolian Resonator de 1932 y lo que más tarde se consideraría su legendaria H1270 Sovereign de 12 cuerdas. Y llegarían discos soberbios y nada dóciles, a contracorriente de las nuevas modas, con la furia de su Stratocaster. Mientras todos abandonaban el viejo blues, Rory Gallagher se metía de lleno en su exploración. «Estoy listo para levantarme o caer por mis propios esfuerzos», diría.
Rory Gallagher iría contruyendo una ardua labor de conexión con un público que nunca le falló, pero que nunca aumentó en demasía. Tampoco le faltarían oportunidades de alcanzar el estrellato e incluso se rumorearía que estaba en la lista para suceder a Mick Taylor como guitarrista solista de los Rolling Stones. No hubiera encajado. No solo porque a Rory Gallagher solo le motivaba su propio camino, sino porque también era un hombre muy reservado. De gira solo tocaba... y bebía.
Todo acabaría volviéndose insano para Rory Gallagher. Con el paso de los años, los prejuicios hacia él irían en aumento. Quienes le acusaban de ser un músico apegado al revival de un estilo de otro tiempo eran tipos que no se paraban a escuchar más de un minuto de sus canciones. No se daban cuenta de que ese músico seguía avanzando, proponiendo cosas nuevas, cayendo y levantando. Iba convirtiéndose cada vez más en un artista underground. Y luego estaba lo que ocurría cuando se bajaba del escenario.
Con el paso de los años, la fuerte y masiva medicación que tomaba para aliviar su fobia a volar, así como sus otras condiciones de salud subyacentes, le irían pasando factura. También bebía como un animal. Esa tremenda combinación le llevaría a la tumba demasiado pronto, cuando apenas tenía 47 años. Su hígado reventó. Gallagher se sometió a un trasplante y durante su recuperación contrajo una infección a la que sucumbió el 14 de junio de 1995.
Así, con idéntico glamour que exhibió en vida, se marchó un hombre conocido tanto por su indomable espíritu de lucha y orgullo, tan irlandés, como por su feroz compromiso con su arte. Uno de los últimos auténticos. Dicen que fue el último guitarrista al que Jimi Hendrix admiró. Cuenta la leyenda que a este le preguntaron cómo se llevaba ser el mejor guitarrista el mundo y su respuesta fue la siguiente: «No lo sé, tendrás que preguntarle a Rory Gallagher».
Cuando el bluesman irlandés falleció, decían que su carrera se había estancado. Ninguno de sus dos últimos álbumes, «Defender» o «Fresh Evidence», había entrado en las listas de éxitos del Reino Unido. Pero en sus años póstumos, hasta llegar a hoy, algo notable ha sucedido. Bajo la guía del hermano de Rory, Donal, y ahora con su sobrino Daniel, la recuperación de su legado ha permitido que nuevas generaciones -e incluso otras que no prestaron atención- reconozcan el estimable talento de un Rory Gallagher cuya reputación comienza a acercarse al lugar que siempre debió ocupar.
Fue un hombre que nunca recibió la atención que probablemente merecía. Hizo escuela con su eléctrica forma de tocar la Stratocaster, pero eso era solo uno de sus muchos talentos. Porque había que escucharle tocar la acústica, la verdadera prueba del algodón para el músico de blues. También era un estudioso del jazz y un entusiasta intérprete de canciones tradicionales irlandesas. Lo que le falló es que era «simplemente» un músico, solo eso. Hablaba poco, bebía mucho, no prestaba atención a su imagen, no sabía compadrear con críticos, iba a su aire con su carrera... Mal negocio para él.
Sus seguidores son el testimonio de su talento. No hay muchos guitarristas que puedan reunir a figuras tan dispares como Joe Bonamassa, Johnny Marr, Brian May, Slash, The Edge o Mick Jagger entre un selecto grupo de fans. Como dijo el guitarrista Andy Fairweather-Low al fallecer Rory Gallagher: «Si alguna vez hubo un trovador… este hombre lo era».
Nick Hornby no es solo el divertidísimo escritor de «Fiebre en las gradas» o «Alta fidelidad», sino un conocido melómano, y tiene un imborrable recuerdo de Rory Gallagher. «Sí, fue «Tore Down» la primera canción que vi tocar... Es una grabación de la BBC de Rory Gallagher tocando en el Paris Theatre de Londres en julio de 1972. Y yo estaba entre el público, con 15 años», comenzaba recordando. «Esos primeros compases fueron suficientes para hacerme darme cuenta de que esto era algo que quería hacer una y otra vez... 'Tore Down' fue mi introducción al blues en vivo, fuerte y amplificado, y cuando
Gallagher terminó, mi yo de 15 años no pudo contener su emoción. Corrió hacia el frente para estrecharle la mano a Rory… Cuando la BBC finalmente transmitió el concierto, lo grabé apoyando el micrófono de mi vieja grabadora de casetes contra el altavoz de nuestra vieja radio y escuché esa cinta una y otra vez», concluía.

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