Sección patrocinada por sección patrocinada
Música

Música

Un excelso tostón

DiDonato durante la ópera. Foto: Javier del Real
DiDonato durante la ópera. Foto: Javier del Reallarazon

«Agrippina» de Haendel. Dirección musical: Maxim Emelyanychev. Intérpretes: Joyce DiDonato, Elsa Benoit, Renato Dolcini, Xavier Sabata, Franco Fagioli, Andrea Mastroni, Carlo Vistoli, Biagio Pizzuti. Il Pomo D’oro. Teatro Real. Madrid, 16 de mayo de 2019.

Es cuanto menos sorprendente que una ópera secundaria de Haendel, como es «Agrippina», se haya ofrecido tres veces en Madrid en los últimos diez años. También sorprendente que siempre haya sido en concierto. Asimismo, que apenas hayan aparecido las tijeras. Así es muy difícil que estos títulos mantengan la atención del espectador en todo momento. Entre otras cosas porque fueron escritas en su día para cumplir unas determinadas circunstancias que hoy son bien diferentes. En los tiempos anteriores a Scarlatti (1685-1757), Durante (1684-1755), Haendel (1685-1759), Agostino Steffani (1654-1728), Vivaldi (1678-1741) o Franceso Maria Veracini (1690-1768) se había caído en el aburrimiento de los recitativos y, para conservar al público, se ampliaron las partes musicales. Poco a poco las voces se fueron adueñando del panorama, con arias escritas a sus propias posibilidades. Lo más valorado era la claridad en la emisión del sonido, la perfecta vocalización, el arte sostener las notas, las ornamentaciones y las coloraturas. Suponía la negación del arte en aras del tecnicismo. Eran partituras largas, que el público seguía discontinuamente, entrando y saliendo para escuchar las partes de los divos de turno. Esto sucedió hasta la renovación emprendida por Gluck (1714-1787), que rechazó la tiranía de los interpretes y sentó las bases de la ópera posterior. Ahora se nos obliga a estar sentados, en silencio, durante más de hora y tres cuartos –la primera parte del caso que nos ocupa– escuchando recitativos y arias muy similares. Hay obsesión por presentar íntegras las partituras, con apenas cortes y así las cosas no funcionan. Si no hay buenos cantantes es siempre un desastre y, si los hay, se les admirará, pero las obras no dejarán de pesar en un espectador de la era de los videoclips.

Los hubo en el Teatro Real y muy buenos, a pesar de alguna cancelación. Se intentó disimular con alguno que otro gesto actoral el hecho de cantar con la partitura delante e incluso, como en el caso de Joyce DiDonato con gafas, lo que aumentaba la frialdad. Comandaba el reparto DiDonato, debutando el papel de Agrippina, en una intervención de altura pero no tan brillante como la de Ann Hallenberg en el pasado. Formidables los contratenores Xavier Sabata y Franco Fagioli y el bajo Renato Dolcini. Inexpresiva Elsa Benoit y a gran nivel también Andrea Mastroni, Carlo Vistoli y Biagio Pizzuti. Dirigió con gestos excesivos y poco contraste Maxim Emelyanychev. Con escena y algunas tijeras hubiera funcionado mejor.