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Europa

Cincinnati

Un talento polifacético

La Razón
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Ver a Claudio Abbado dirigiendo era estar ante una sensación de «cantabile», ésa que producía la escuela italiana. Parecía que hiciera cantar a todo el mundo, no sólo a los cantantes, sino también a las orquestas. Impresionaba, por encima de todo, la manera en que siempre se ponía al servicio de la música: en su gestualidad se veía que no estaba en el podium para hacer un «show». Había en su interpretación una gran honestidad. Encontrar el estilo perfecto para cada compositor, para cada obra, era algo fundamental para él. He seguido mucho a Abbado desde el principio, no sólo cuando ha dirigido conciertos, sino a través del legado discográfico que ha dejado, una obra clave para los directores de orquesta. Su figura es polifacética, porque ha influido en muchos aspectos de la música clásica –y de la música en general– en la generación, por así decirlo, que vino después de Karajan. También en la nuestra: yo empecé a dedicarme a la dirección de orquesta «por culpa» de Abbado. Cuando le vi por primera vez, la única que vino a dirigir a la Orquesta Nacional a Madrid, me causó una gran impresión. Le pedí consejo sobre dónde podía formarme, porque en aquella época no se podía estudiar dirección de orquesta en España, y fue él quien me sugirió que viajara a Viena, con el mismo profesor con el que Claudio y Mehta habían estudiado.

Tuve contacto con Abbado sobre todo cuando estuve en la Scala: él fue precisamente quien me invitó. Su llegada a Berlín coincidió con mi etapa en Cincinnati y Lausanne, justo cuando acababa de marcharme de la capital alemana, así que en aquella etapa no coincidimos tanto. En Berlín su huella es especial, no hace mucho hablaba con músicos de la Deutsche Oper sobre lo que había supuesto Abbado para la ciudad. Después seguimos saludándonos cuando coincidíamos, como en Lucerna, hace tres años.

Perteneció a una generación posterior a la guerra en la que se dejaron atrás los llamados especialistas y llegaron los directores, como él mismo o Mehta, «all round talent», directores que eran capaces de dirigir tanto ópera como concierto, contemporáneo y clásico, repertorio alemán o francés... Abbado fue uno de los pioneros en ese aspecto. Sobre todo en el mundo de la ópera, donde continuó la misma línea por la que luego ha transitado Riccardo Muti y por la que, antes que ellos, caminó Toscanini. Su labor, en ese terreno, ha sido fantástica, tanto en los años que estuvo en la Scala como en los que permaneció en la Ópera de Viena.

Labor social

Pero hay otro aspecto en la actividad de Claudio que ha sido fundamental: el trabajo con los jóvenes. La fundación de la Orquesta de la Comunidad Europea, que luego él hizo una orquesta de cámara, y la creación después de la Orquesta Mahler y la Mozart, han sido claves para el florecimiento de las orquestas jóvenes en toda Europa y en el mundo: él fue uno de los primeros que apoyaron el sistema de orquestas de Venezuela. Ese hecho ha sido vital para la difusión de la música y para que la juventud se interesase por la clásica, lo que más tarde ha generado además una cantera increíble para todas nuestras grandes sinfónicas. Su figura cobró una dimensión especial, más allá de la música, por lo que hizo por la juventud, por el trabajo que realizó en Italia para sacar la música de la Scala y llevarla a los cuarteles y a los hospitales. Para él, la música no era una manifestación para la élite, sino un modo de llegar a la sociedad.