Un templado Jansons
Ciclo de Ibermúsica. Obras de Bartok, Chaikovsky, Strauss y Bruckner. Leónidas Kavakos, violín. Royal Concertgebouw Orchester. Director: Maris Jansons. Auditorio Nacional. Madrid, 5 y 6-II-2013.
Hace algo más de un par de años votaban los críticos británicos –muy especiales ellos siempre– que la mejor orquesta del mundo era la del Concertgebouw, seguida de Berlín y Viena. Es difícil elegir, porque además habría que añadir, al menos, a Chicago y a la Sinfónica de Londres. Hay un factor muy importante en las sonoridades de cada una de ellas: sus sedes respectivas. Las de los holandeses y londinenses gozan de maravillosas acústicas y no es lo mismo escuchar unas y otras en sus salas que en cualquier otro sitio. En cualquier caso el Concertgebouw es una grandísima agrupación, que admira por empaste, robustez y disciplina, amén de por sus excelentes solistas. Escribo esto aunque el pobre oboe que sustituyó al indispuesto Lucas Macías Navarro –¡un español primer oboe del Contergebouw!– rozó dos notas en Strauss. Para compensar estuvo el trompa que literalmente bordó su solo en la «Quinta» de Chaikovsky, obra que a algunos nos toca escuchar cuatro veces en apenas un mes.
Más trascendencia
Dicen que las comparaciones son odiosas, pero también son inevitables. Hace unos treinta años Temirkanov y Jansons eran los directores que venían a Madrid de meritorios de Mravrinsky. Desaparecido el maestro, son ellos las estrellas, pero brillan con menos fulgor que aquél. Tanto Gergiev como Temirkanov dirigieron la «Quinta» con más pasión, siendo la de Jansons un modelo de equilibrio que permitía un mayor deleite en pasajes como el citado de la trompa. La «Séptima» bruckneriana deslumbró por su coherente construcción, pero se echó de menos algo más de trascendencia. Puede ser que Celibidache se pasase en sus monumentales duraciones, pero su mismo enemigo Karajkan se explayaba más en primer y segundo movimientos. Lo mejor resultó, para quien firma, la excelente traducción de «Muerte y transfiguración» de Strauss.
Los programas se completaron con el «Segundo concierto para violín» de Bartok, en el que Kavakos lució un bellísimo sonido con su Stradivarius «Abermgavenny» de 1724, superando con sobresaliente todas las exigencias técnicas de la obra. Excelsa la sarabanda bachiana tocada como propina, como también la trepidante danza de Dvorak del primer día. Dos conciertos redondos de figuras del mayor relieve internacional dentro de unos ciclos que son envidia universal. Gracias, Alfonso.