Crítica

Una «Turandot» brutal en el Covent Garden

Esta versión de «Turandot» ya se vio en la reapertura del Teatro Real
Esta versión de «Turandot» ya se vio en la reapertura del Teatro Reallarazon

De Puccini. Christine Goerke, Aleksandrs Antonenko, Hibla Gerzmava, In Sung Sim, Robin Leggate, Yuriy Yurchuk, Michel de Souza, Aled Hall, Pavel Petrov... Orquesta y Coro de la ROH. Dirección de escena: Andrew Sinclair, Andrei Serban. Dirección musical: Dan Ettinger. Royal Opera House. Londres, 5-VII-2017.

La ópera inconclusa de Puccini siempre se ha prestado a muchas interpretaciones y hasta Núria Espert decidió suicidar a la protagonista. Andrei Serban realizó una producción que se ha revivido con frecuencia en Londres, que vuelve ahora con el auxilio de Andrew Sinclair y que, de hecho, vimos en el Teatro Real en la ya lejana temporada de su reapertura. Una especie de corrala claustrofóbica de tres pisos sirve como único escenario fijo al que se van añadiendo elementos. Por lo demás, rutina tradicional sin demasiada invención. Baste decir que la princesa aparece andando desde un lateral de la escena de forma muy poco glamurosa y que del príncipe desconocido lo que se desconocen son los movimientos, ya que pocas veces se ve un Calaf tan estático. La brutalidad impregna la lectura musical y, solo hasta cierto punto, la escénica, con una Liú que se rebana el cuello con la katana que corta las cabezas a los pretendientes de Turandot. La orquesta y los coros de la ópera del Covent Garden reúnen una calidad fuera de toda duda y en ello se apoya Dan Ettinger para hacerlos sonar con todos sus decibelios. Hasta Hibla Gerzmava, como Liú, ha de sacar caudal en perjuicio de la dulzura del personaje. Aleksandrs Antonenko posee una auténtica voz de tenor casi spinto que no encuentra problemas en proyectarse. Su canto es sin embargo muy tosco, quedando ausente de toda poesía páginas como «Non piangere Liú» y planteando un «Nessun dorma» en el que su único objetivo es coronar con el si bemol, algo que no le causa problema alguno. ¿Qué sopranos hay hoy capaces de otorgar todo su complejo carácter a Turandot con sus tremendas exigencias vocales? Difícil pensar un nombre. Christine Goerke posee el caudal en el registro central, pero la voz se adelgaza en el agudo, que se agria, destempla y hasta casi vuelve calante, muy especialmente durante los tres enigmas. Correcto, sin más, el resto del reparto. La recuperación de este título con esta producción de fondo de armario obedece a las mismas razones que la reciente «Madama Butterfly» del Teatro Real, hacer hucha, y se entiende dados los tiempos que corren.