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Lisboa

Naufragios españoles

El afán conquistador de la época imperial tuvo que convivir con la «ley de Neptuno» y asumir los hundimientos como tributos de las empresas

Naufragios españoles
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El afán conquistador de la época imperial tuvo que convivir con la «ley de Neptuno» y asumir los hundimientos como tributos de las empresas

Desde el origen de los tiempos el hombre ha mantenido con el mar una relación de atracción y terror. Plácida y cordial cuando se ha servido de él para obtener una variada lista de recursos, aunque ingrata, sin embargo, cada vez que el mar se ha impuesto a su inteligencia arrastrando las naves a los fondos abisales, donde no existe otra ley que la de Neptuno.

Durante siglos España se situó a la cabeza de los países que optaron al gobierno del mundo mediante el dominio de los mares. En la época imperial, las colonias eran una importante fuente de recursos que llegaban a nuestro país a bordo de todo tipo de barcos, aunque para ello hubo que pagar un alto tributo en forma de naufragios, la mayor parte debido a causas meteorológicas, buques con defectos de construcción, accidentes en la mar, errores humanos o daños provocados en combate. La lista de naufragios españoles documentados es larga y entre ellos destacan aquellos que debido a las circunstancias de su pérdida o al valor de la carga que transportaban se convirtieron algún día en noticia u objetivo de los cazadores de tesoros.

Testigo de la colonización

De entre todos brilla con luz propia el de la nao «Santa María», embarrancada en una restinga frente a las costas de la actual Haití y que ha sido noticia recientemente al asegurar un arqueólogo norteamericano que había encontrado sus restos en el fondo del mar, cosa difícil, pues en el lugar en el que varó confluye la sedimentación de varios ríos que han ganado terreno al mar durante siglos, de modo que hoy su tablazón debe estar sepultada bajo toneladas de fango. Otro naufragio importante por su relación con la «Santa María» es el del galeón «San Salvador», hundido 200 millas al norte de Lisboa y en el que Roberto Mazzara, un experto buzo y antiguo oficial de la Marina italiana dijo haber encontrado la campana con la que el almirante anunció a los Reyes Católicos el descubrimiento del Nuevo Mundo.

Una inagotable fuente de naufragios fue la carrera de Indias, más afectada por factores climatológicos que por la acción de los corsarios, siendo destacables dos galeones por encima de otros barcos: «Nuestra Señora de Atocha», hundido en 1622 frente a las costas de Florida por el efecto de un huracán y cuya localización supuso un tesoro de 400 millones de dólares para el norteamericano Mel Fisher, y «Nuestra Señora del Juncal», perdido en 1631 por efectos de otro temporal en el golfo de México y cuyo tesoro está por cuantificar, dado que aún no ha sido hallado, aunque su localización se ha erigido en el reto principal de los arqueólogos mexicanos, acosados, cómo no, por la insaciable Odyssey.

En los estertores del imperio, la ruina económica del país condujo a algunos naufragios propiciados por el mal estado de la flota. Es el caso de la fragata de guerra «Santa María Magdalena» y el bergantín «Palomo», perdidos en la ría de Vivero por no poder contar con su cargo de anclas mientras trataban de protegerse de un furioso temporal y que se saldó con 550 vidas, asunto que conmocionó al país cuando el cuerpo del comandante de la «Magdalena» apareció abrazado al de su hijo, lo que movió a la Armada a evitar embarcar juntos a parientes en primer grado. Otro caso sonado fue el del navío «San Telmo», desaparecido en 1819 en aguas de la Antártida y del que aún hoy se siguen buscando restos que permitan pregonar que, aunque a título póstumo, a sus 644 tripulantes perdidos les corresponde la gloria de ser los descubridores del continente blanco.

«El Escorial de los Mares»

Poco antes y como genuino exponente de la derrota de Trafalgar, no podemos dejar de referirnos al «Santísima Trinidad», «el Escorial de los mares», buque insignia de la escuadra de Baltasar Hidalgo de Cisneros, capturado por los ingleses tras el combate y hundido finalmente a unas 30 millas de Cádiz. Naufragado a finales de ese mismo siglo recordamos al crucero «Reina Regente», hundido frente a las costas de Barbate a su regreso de una embajada en Tánger sin que pudiera salvarse ninguno de sus 412 tripulantes.

Como parte del fenómeno de la emigración, a la que tan unida estuvo la navegación, el siglo XX comenzó salpicado por los grandes desastres del «Titanic» y del «Lusitania», buques estrella de la White Star Line y de la Cunard, respectivamente, rivales en la disputa del negocio de la emigración y que pagaron su alocada carrera con cerca de cuatro mil vidas. Pero ese fenómeno también se dio en España, donde rivalizaron la Compañía Trasatlántica y la Pinillos, aunque fue esta última la que tuvo la desgracia de poner los muertos, básicamente por el naufragio de sus dos buques estrella, primero el «Príncipe de Asturias», apodado «el Titanic español», que se hundió frente a la costa de Brasil en 1916 al tocar con una aguja y que dejó 445 cadáveres, y poco después el «Valbanera», que tras una vida agitada se perdió frente a los Cayos de Florida en 1919, donde aún guarda entre sus hierros el último suspiro de 488 seres humanos.

Los últimos naufragios notables de buques españoles tuvieron lugar durante la Guerra Civil. Los submarinos republicanos «C-5», «B-5» y «B-6» resultaron hundidos con sus dotaciones en extrañas circunstancias frente a las costas de Ribadesella, Estepona y el Cabo Peñas, respectivamente. Más extraño fue el caso del «C-3», torpedeado al principio de la guerra frente a Málaga y del que sólo la desclasificación de los archivos de la Segunda Guerra Mundial permitió saber que fue hundido por un submarino alemán en una operación altamente secreta. En sus entrañas, a 58 metros de profundidad, descansan hoy 34 de sus hombres. En el bando nacional hay que destacar la pérdida del crucero «Baleares» frente al cabo de Palos por torpedos de destructores republicanos, con el luctuoso resultado de 786 muertos y, sobre todo, el hundimiento del vapor «Castillo de Olite» en los estertores de la contienda, a resultas del cañonazo de una batería de costa de Cartagena, que arrastró al fondo del mar las ilusiones de 1.477 jóvenes soldados del ejército de Franco, en la peor tragedia de la España marítima contemporánea.

*Capitán de navío y responsable de la página web www.el-sextante-del-comandante.es