ni picó piedra»
Soledad Fox Maura responde a las interrogantes que todavía envuelven la vida del escritor Jorge Semprún en una sincera biografía
Soledad Fox Maura responde a las interrogantes que todavía envuelven la vida del escritor Jorge Semprún en una sincera biografía.
Jorge Semprún quedó en la adolescencia huérfano de referencias familiares y buscó los cimientos de su personalidad incipiente fuera de su hogar, de su entorno, de sus allegados. La juventud se construye siempre sobre la figura de un héroe, de una imagen ejemplar que refuerce las vocaciones interiores. Y él encontró a sus mitos en esos escritores de vidas azarosas, en Hemingway, un aventurero del periodismo, y Malraux, el autor de «El demonio del absoluto» (esa semblanza sobre Lawrence de Arabia que es una disección sobre los hombres dispuestos a romper los márgenes de sí mismos) y «La esperanza». Durante su participación en la Resistencia francesa, Jorge Semprún siempre llevaba consigo una pistola y un ejemplar de esta novela. Un hecho que más que una declaración de intenciones es un involuntario autorretrato. ¿De dónde surgió este chavalín brillante, este avanzado estudiante de filosofía que se internaba en las procelosas aguas de la historia contemporánea con un bagaje tan escueto? Soledad Fox Maura, autora de «Ida y vuelta» (Debate), una biografía que no elude los rincones oscuros del intelectual, que pone palabras donde sólo había silencio, cuenta cómo marcó al escritor el fallecimiento de su madre, el exilio obligado por el comienzo de la Guerra Civil española y la impotencia de su progenitor en un país, Francia, donde carecía de influencias. «Su padre tenía dificultades para reaccionar allí. No sabe qué hacer con sus hijos, con su nueva mujer. Jorge Semprún busca protección, y, también, ideales fuera de esta esfera, en la literatura, en los escritores que combinan las letras y las armas. Su padre sólo era literato, no hombre de acción».
Formas de resistencia
Comenzaba una andadura que le llevó a enfrentarse a las tiranías de su época: el franquismo y el nazismo. «Él tuvo un mecenas que le ayudó durante sus estudios, pero un día le dijo que ya no le ayudaba más. Él no veía cómo simultanear su carrera. Estaba desanimado y, a la vez, vive el ambiente en que se forma la Resistencia francesa».
–¿Cuál fue su papel en ella? ¿Qué hizo?
–Fue reclutado a través de una organización británica, no por los comunistas franceses. Sus misiones principales fueron sabotear las comunicaciones nazis, dinamitar vías de tren y distribuir las armas que llegaban en paracaídas desde Inglaterra. Pero, como era normal, le detuvieron a los pocos meses. Nadie era resistente durante dos años.
–En su último libro, «Ejercicios de supervivencia» (Tusquets), Semprún habla de las torturas que aplicaban los alemanes. ¿Cuáles padeció él?
–No fue víctima del célebre «submarino». Él describe las torturas que ve. Las que sufrió fueron golpes. Los nazis no saben quién era al principio, que su abuelo fue importante, pero Lequerica, el embajador de Franco en Vichy, que precisamente conocía a su abuelo y quería a esta familia, hizo lo posible para ayudarle, pero no sabemos exactamente qué se hizo. Los nazis no lo podían soltar porque lo consideraban un terrorista. Pero si le protegieron dentro del campo... no me atrevo a decirlo, es una posibilidad.
–Pero tampoco fue un preso como los demás...
–No es tratado como un prisionero cualquiera. En vez de trabajar en el aire libre, picar piedra, estar expuesto al frío, está en una oficina que dirigen los comunistas. Su tarea allí consistió en resumir la prensa nazi y traducirla a los comunistas españoles. Lo podía hacer por su bilingüismo.
–Hay quien dice que en el campo fue un «kapo».
–En las oficinas se organizaban los grupos de personas que iban a trabajar a otros campos de los que ya muchos no regresaban... ahora, esta idea de que él fue un «kapo», me resulta complicada. Sobre todo porque ya había uno importante que, además era mayor que la mayoría de los comunistas y que era el jefe. Además, Semprún en ese momento era un chico de veinte años. No tiene sentido que lo fuera.
–Usted cuenta cómo Kertész y Elie Wiesel critican su testimonio de los campos.
–La experiencia de los judíos y no judíos en los campos de concentración es enorme. Yo tengo mucho respeto por Kertész y Wiesel, pero Jorge Semprún fue víctima del mismo sistema, del mismo momento brutal, aunque como deportado político, que no es lo mismo que ser judío en un campo de concentración nazi. Es un tema complejo que tenemos. Elie Wiesel estuvo en un campo con su padre, que murió allí. Pero esto no quita validez ni interés a la literatura de los campos de los deportados políticos, que también fueron víctimas, aparte de testigos de lo que pasaba en su entorno.
–En esa época se convierte al comunismo. Pasa una fase de gran compromiso. Pero luego, rompe. ¿Por qué?
–Carlos Semprún, su hermano, deja el partido en cuento se entera de lo de los gulags. Dice: «ya no puedo más». Pero Jorge estaba más implicado. Había invertido más tiempo. En París, tras la Segunda Guerra Mundial, todos eran comunistas, pero todos esos franceses no tenían un país bajo el régimen de Franco. Jorge tardó más en reaccionar porque veía el comunismo como la única opción para ser antifranquista. Pero cuando se le plantean dudas serias y hace autocríticas, el partido no lo acepta. Jorge está matando al padre.
–A partir de ahí es un intelectual independiente. Incluso cuando es ministro de Cultura con el PSOE.
–Ya no volverá a ser el seguidor ciego de un líder. Y seguirá así hasta el final de su vida.
–Español que residía en Francia, hablaba alemán, conocía el exilio y tenía patria en todas partes... ¿el primer ciudadano europeo?
–No por elección, sino por las circunstancias, tuvo ese cosmopolitismo. «El primer europeo» iba a ser el título original de este libro. Sale de un campo de concentración, pero habla con los alemanes y le premian en Israel. Reflexiona sobre la vida, se involucra con los problemas. Yo creo que de su biografía pueden todavía extraerse muchas lecciones.