Historia

Francia

No nos rendiremos jamás

La capitulación de Francia dejó a Gran Bretaña como gran referente del mundo libre frente a Hitler. La ayuda de Estados Unidos y de los gobiernos y ejércitos en el exilio fue fundamental.

No nos rendiremos jamás
No nos rendiremos jamáslarazon

La capitulación de Francia dejó a Gran Bretaña como gran referente del mundo libre frente a Hitler. La ayuda de Estados Unidos y de los gobiernos y ejércitos en el exilio fue fundamental.

Tras la capitulación de Francia y cuando el Reino Unido se enfrentaba solo al III Reich el rey Jorge VI le preguntó al secretario de Guerra Anthony Eden por qué estaba de tan buen humor, considerando la seriedad de la situación de Gran Bretaña; Eden replicó: «Ahora estamos nosotros solos, señor. Ya no nos queda ni un aliado». El mismo rey le comentó a su madre, la reina María: «Personalmente, me siento mejor ahora que ya no nos quedan aliados a los que cuidar y con los que solo tenemos que ser educados». Lo cuenta la periodista e historiadora norteamericana Lynne Olson en «La isla de la esperanza. Inglaterra, la Europa Ocupada y la fraternidad de pueblos que cambiaron la Segunda Guerra Mundial».

Aún flotaba en el ambiente la euforia del rescate del grueso de sus tropas en Dunkerque y del discurso de Churchill, galvanizando el espíritu de resistencia: «Lucharemos en las playas, lucharemos en los aeródromos, en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas. No nos rendiremos jamás», pero aparte de orgullo y de férreo propósito de resistirlo todo, la verdad es que la situación británica era angustiosa. Disponía de 25 divisiones en plena reorganización o en formación (15% de las de Hitler). Londres iba a tener «muchos aliados que cuidar», pero, también, muchos en los que apoyarse. En el Reino Unido se refugiaron los monarcas de Noruega y Holanda y los Gobiernos en el exilio de Polonia, Bélgica, Luxemburgo y Checoslovaquia, y el francés Charles De Gaulle, que fundaba la Francia Libre y levantaba un ejército.

Reservas de oro

Esos aliados proporcionaron ejércitos clandestinos que incomodaron la presencia nazi en la Europa ocupada, redes de espías que tuvieron bien informado a Londres, reservas de oro que garantizaron las importaciones de Estados Unidos y materias primas de sus colonias que aliviaron las necesidades británicas. Pero, además, los amigos derrotados hicieron mucho por la victoria: sólo aquel otoño 30.000 se alistaron en el Ejército británico, en sus fuerzas aéreas actuaron 10.000 y los polacos fueron esenciales en su aviación de caza; más de 2.000 mercantes y medio centenar de buques de guerra de se unieron a sus flotas, además de 50.000 marineros.

Pese a su presunción de «estar mejor solos» tuvieron que correr a Estados Unidos en busca de armas y lograron, primero, la ley de Cash and Carry (4-11-1939) por la que el presidente Franklin D. Roosevelt soslayaba la neutralidad permitiendo la venta de armas y otros productos. El problema es que, gastados unos 5.000 millones de dólares, los fondos se agotaron y en otoño de 1940 Londres necesitaba armas. Roosevelt siguió ayudando con el «contrato de los destructores» por el que cedió 50 a cambio de bases que no necesitaba, luego, vendiendo a crédito y, finalmente, con «Préstamos y Arriendo», en 1941, suministró a sus aliados armas y todo tipo de materiales, por más de 50.000 millones de dólares (900.000 millones de hoy). Las aportaciones de los derrotados fueron mucho más grandes de lo divulgado. Por motivos del alto secreto se silenció que fueron determinantes en la construcción de la bomba atómica: científicos franceses, agua pesada noruega, uranio belga (de El Congo); o la aportación a la cifradora alemana «Enigma» cuyo secreto fue violado por los polacos con cuya colaboración consiguieron los británicos la máquina «Ultra», que les permitió descifrar los mensajes alemanes.

Una nueva Europa

Por el medio millar de páginas del libro de Olson van desfilando decenas de personajes con interesantes peripecias personales y señalados servicios a la supervivencia británica en los tenebrosos días de 1940/41. Y hubo más: «A medida que progresaba la guerra, los miembros de los diversos Gobiernos europeos en el exilio también forjaron estrechos vínculos (...) El trauma de la derrota y de la ocupación les convenció de que sus naciones debían unirse después de la contienda si Europa quería aspirar a tener cierto grado de influencia, fortaleza y seguridad. Su cooperación en Londres plantó la semilla de la campaña de unificación europea que siguió al conflicto, un esfuerzo extraordinario que conduciría a más de medio siglo de paz y prosperidad para Europa occidental».

Olson desarrolla esa idea, que ya esboza en el prólogo, en los amplios dos últimos capítulos. A partir de 1942 los representantes en el exilio de Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo se reunirían numerosas veces en Londres concluyendo que era un error su política tradicional de que cada uno se ocupara de sus intereses. Tuvieron claro que en el mundo de la posguerra la única opción positiva para sus pequeños países radicaba en la unidad y a un aspecto importante de ella llegaron en 1944, en que acordaron fundar el Benelux, eliminando los aranceles interiores y estableciéndolos comunes en sus relaciones con terceros. Cocinando el acuerdo estaba el belga Paul Henri Spaak. Se puso en marcha en 1948, y fue la primera piedra en la construcción de la Unión Europea.